España humillada
«El deterioro democrático es tal que a nadie le sorprenderá si dentro de poco vemos a Sánchez posando también sonriente con Puigdemont, fruto de algún otro pago»

Salvador Illa junto a Carles Puigdemont este martes en Bruselas. | Europa Press
No es fácil contener la artillería de adjetivos con los que calificar la reunión del actual president de la Generalitat de Cataluña, Salvador Illa, con el fugado expresident Carles Puigdemont. La reunión se ha celebrado en la Delegación del Govern de la Generalitat de Cataluña ante la Unión Europea, en Bruselas. Un encuentro en el que Illa ha dado la orden de que no hubiera ninguna bandera en la que ambos políticos catalanes coinciden en considerar más una embajada de Cataluña que una mera delegación de una comunidad autónoma.
Un escenario frío, sonrisas forzadas y sin banderas. No había senyera catalana, ni la estrellada de la Unión Europea, ni, por supuesto, faltaría más, tampoco la bandera española. Decía Sánchez, mentía Sánchez en TVE, que el motivo de la reunión era que los días 2 de septiembre se celebra siempre la Diada en Bruselas. Una mentira más que hasta aburre ya comentar.
Solo había dos ficus en la «embajada catalana». Y no me refiero a los dos líderes. Se ha buscado un escenario en el que nada pudiera ser malinterpretado. Con una asepsia digna de quirófano para crear un ambiente estéril con el que prevenir microorganismos que pudieran provocar infecciones. No habrá microorganismos. El monstruo político de la foto es del tamaño, que esta reunión trasciende lo micro para entrar ya directamente en la macro Historia de España. Una reunión que para Illa era tan normal como la que había tenido con el resto de los expresidentes de la Generalitat. Cierto es que también blanqueó a Jordi Pujol, pero al menos lo hizo en Barcelona. Algo que reclamaba al terminar la reunión el propio Puigdemont, que escribía en X que «esta reunión habría tenido que producirse hace muchos meses y no en Bruselas sino en el Palau de la Generalitat, en la capital de Catalunya». Y terminaba afirmando que «volvió a quedar claro que no vivimos en situación de normalidad». Parece que los dos olvidan que uno de ellos dio un golpe de Estado declarando la independencia, por unos segundos, de Cataluña y sigue siendo un fugado de la justicia.
No había banderas, ni estaba España, pero se decidía el próximo futuro de España. En el pasado, Sánchez les acabó concediendo indultos, les eliminó el delito de sedición del Código Penal, les bajó las penas del de malversación, rompió con todo para darles amnistías inconstitucionales y luego ató en corto al Tribunal Constitucional para blanquear el desaguisado. Ahora le toca quitar 20.000 millones de la deuda generada por la calamitosa gestión de los independentistas, para que pasen a ser deuda compartida de todos los españoles. Eso antes de la financiación singular y del cupo para Cataluña con Agencia Tributaria propia. Vienen nuevas humillaciones que suponen un nuevo destrozo en la solidaridad e igualdad territorial en España. Antes parecía que a Pedro Sánchez solo le servía aprobar medidas favorables para PNV, Bildu, ERC y Junts. No lo parece. Es un hecho. Un presidente de gobierno de una nación que privilegia a las comunidades más ricas en detrimento de las más pobres, incluidas también las socialistas.
Todo es indigno, infame y vergonzoso en el trato del gobierno para con los que no son sus socios. Desprecian a la mayoría de los ciudadanos que no votaron ninguna de esas opciones que conforman el monstruo de esa falsa, y mal llamada, mayoría progresista. Son los que están al otro lado del muro. Unos pesados con su reivindicación de las normas democráticas, del Estado de derecho, de la igualdad de los españoles y de otras zarandajas constitucionales, como la de presentar propuesta de Presupuestos en tiempo. Tan pesados se han puesto que Sánchez los va a usar ahora como excusa ante sus concesiones a Junts para que le apoyen en los Presupuestos Generales. Tampoco le debe preocupar mucho porque si fuera tan crucial conseguir esos apoyos de Junts no iría diciendo por su tele que, si no los consigue aprobar, él seguirá adelante. Para Sánchez, los presupuestos generales, sagrados en cualquier país, empresa o incluso comunidad de vecinos, son una nimiedad para él. Porque si no salen, él sabe de verdad lo que necesita España y lo hará sin cuentas generales.
«Ese Illa que durante años negó tantas cosas a sus rivales de ERC y Junts no iba nunca a reunirse con un prófugo y al final ha sido el que le ha amnistiado políticamente»
Ni una mueca de preocupación por generar este incendio político. No le importa gobernar sobre tierra quemada de principios morales, legales y democráticos. Ha lanzado a un Illa que, con cara y voz de buena persona, se está convirtiendo en el brazo político armado para que el PSC se quite ya de una vez la careta y exhiba lo que muchos sospechaban desde hace décadas. El PSC es en realidad otro partido nacionalista catalán más, por encima de trampantojos socialistas, izquierdistas o progresistas. Illa va lanzado a por esa España transmutada inconstitucionalmente en un estado plurinacional, con una Cataluña protagonista de esa confederación de naciones que tanto soñó Jordi Pujol.
Ese Illa que durante años negó tantas cosas a sus rivales de ERC y Junts y que luego ha ido tragando por órdenes de su mentor de la Moncloa. No iba nunca a reunirse con un prófugo y al final ha sido el propio Illa el que le ha amnistiado políticamente. La foto de Illa y el prófugo no va a quedar ahí. El deterioro democrático es de tal calibre que a nadie le sorprenderá si dentro de poco vemos al mismísimo Pedro Sánchez posando también sonriente con Puigdemont, fruto de algún otro pago a exigencias del de Waterloo.
No será Sánchez al que le dé vergüenza. El inquilino de la Moncloa es un megalómano de manual. Nadie ha habido en la política española de las últimas décadas con un concepto tan elevado de sí mismo. Nadie tan narcisista y con comportamientos de delirios de grandeza y omnipotencia. Sánchez se considera superior, es arrogante y extremadamente orgulloso. Y sobre todo desprecia todo aquello que no tiene que ver con él mismo. Por eso desprecia a los jueces independientes, a la prensa libre crítica y a los opositores a los que desterraría detrás de un muro real si pudiera.
Sánchez no necesita que le apoyen los presupuestos. Se cree designado divinamente para gobernar por encima de leyes y de cualquier responsabilidad política. Por eso es capaz de manifestar que lo que exigía a Rajoy hace años, no va con él porque él es él y «sabe lo que necesita» el país. Dice que cuenta con el apoyo de la mayoría de los ciudadanos para su agenda social progresista. Pero no se atreve a convocar elecciones. Eso es de pobres. De los pobres ciudadanos españoles que ven a su país humillado en Bruselas con la sumisión de un mandado de Sánchez a un prófugo de la justicia y de una reunión de cuyo contenido ningún periodista ha podido preguntar a nadie.