El arte de la biografía (breve)
«O’Brien acompaña cada capítulo de frases del propio Joyce, bien hiladas a su vida y aparecidas en sus obras o en la correspondencia del escritor»

James Joyce.
Una vida es una novela. Depende quien la cuente, y depende, claro, cómo la cuente. Uno podría recordar que no conoce a nadie que le aburra. Porque cada uno tiene su historia. De la más salvaje a la más anodina. Solo hay que mirarse al espejo. Claro que cada cual cuenta su historia como le va, o como quisiera que fuera, o cómo habría deseado que hubiera sido. Y tan felices, o tan infelices. La rueda de la fortuna sigue hasta el final. ¿Qué identidad no es una máscara? ¿Qué máscara no es una identidad? Cuidado con esto porque para Malraux la máscara no oculta, subraya. Las señas de identidad son relámpagos sobre el océano del tiempo. Uno es muchos y ninguno a la vez. Máscaras en el tiempo.
Por ello, escribir una biografía es un reto descomunal. Adentrarse en la vida ajena, convertirse en un diablo cojuelo que investiga, indaga, busca, descubre las complejas aristas de una vida y, en nuestro caso, de una obra literaria. Edna O’Brien (Tuamgraney, Irlanda, 1930-Londres, 2024) publicó en 1999 James Joyce, una semblanza, una apuesta de biografía del enorme autor irlandés y ahora se publica en español gracias a esa estupenda editorial que es Cabaret Voltaire. Enhorabuena a los editores y a su traducción -no era fácil el reto- de Cruz Rodríguez. O’Brien demuestra, palabra a palabra, cómo se puede escribir una breve obra maestra dentro del género biográfico. Por cierto, género hoy con un volumen de lectores más que notable. Si uno ha leído la magistral biografía de Richard Ellman sobre Joyce publicada en 1959 (hay edición en español de Anagrama), ésta de O’Brien es el perfecto complemento. Si la de Ellman alcanza las 942 páginas (y, por cierto, no sobra ni una), la de O’Brien apenas supera las doscientas. Ellman viaja al fondo del laberinto joyceano. No deja huecos, ni momentos, ni personajes, ni, por supuesto, brillantes comentarios y análisis de la obra de Joyce. Su comentario sobre el cuento Los muertos de Dublineses es un modelo de la feliz conjunción de vida y obra. Y por ahí es por donde se adentra O’Brien.
Una de las autoras irlandesas más relevantes y distinguidas, y polémicas -benditas sus polémicas contra el conservadurismo nacionalista irlandés- como novelista, pero también como biógrafa. A ésta de Joyce habría que sumar la de Byron in love (2009). Esta biografía se inscribe en una tradición muy cara a la lengua inglesa, pero no sólo a ella. Valgan unos breves ejemplos. Lytton Strachey (1880-1932), menudo personaje. Desmontó el academicismo biográfico con un libro hoy clásico entre los clásicos, Victorianos eminentes (1918), siguió con la Reina Victoria (1921) y puesto a no parar entrego a la imprenta unos memorables Retratos en miniatura (1931). En lengua alemana, cabe destacar, en este singular juego del arte de la biografía breve, a un autor hoy recuperado y citado aquí y allí, Stefan Zweig (1881-1942) y sus María Antonieta (1932), Magallanes (1938) y los póstumos e inconclusos, Montaigne (1942) y Balzac (1946). Si al lector le suenan lejanos, viajemos al presente y encontramos, en la misma línea de los citados (y lo del talento de cada uno es otra historia), a Pierre Michon con sus Vidas minúsculas (2002) o a Bill Bryson (1951) quien en 2007 publicó una tan excepcional como breve biografía de Shakespeare. Y la brevedad la explicó de manera conmovedoramente honesta: había trabajado sobre los poquísimos documentos que se encuentran frente al autor inglés.
Volvamos a O’Brien. Una arqueología familiar de los Joyce le coloca al lector en el punto de arranque, las figuras del padre, y de la resignada madre (con diez hijos), se suma a una constante de la adolescencia y juventud de Joyce, y apenas olvidada en la madurez y el reconocimiento literario: la falta de dinero. Este hecho, determinante para cualquiera convertirá a un literato genial en otro aspecto genial: fue uno de los mayores sablista que la historia literaria haya conocido. Técnica, modales, seducción, todo valía para sacar lo que fuera al más desprevenido. O a su propio hermano Stanislaus, incluso al padre, lo cual adquiere un mérito superlativo.
O’Brien acompaña cada capítulo de párrafos, fragmentos, frases del propio Joyce, bien hiladas a su vida y aparecidas bien en sus obras, bien en la extensa, y a menudo delirante, correspondencia del escritor. El perfil que dibuja es tan verosímil, porque aquí no hay héroes ni villanos, sino sobrevivencia. Al lado, el Joyce que se considera un ser especial, casi divino, alguien que al propio Yeats le llegó a pedir que se hiciera una colecta para mantenerla y así dedicarse por completo a su obra. Aspecto esencial es el sexo. En Joyce una obsesión que solo detiene, y no siempre, ante el horror de formar una familia numerosa, así se lo confiesa a Nora Barnacle, su mujer.
La enorme paradoja de Irlanda. Alguna vez le preguntaron a Joyce sobre qué había querido decir con Ulises, y éste respondió que lo que verdaderamente quería con la obra era: si alguna vez se quemaba Dublín, gracias a Ulises podría reconstruirse. El exilio de Irlanda y la presencia de Irlanda. Es otra de las claves que desvela O’Brien. Como desvela, después de todo lo escrito sobre el autor de Dublineses, y esto es lo verdaderamente notable de este libro: la presencia de tres mujeres que determinaron al genio, que él dependió de ellas, que fueron decisivas en su vida y en su proyección pública y literaria: Nora Barnacle, su mujer; Sylvia Beach, editora, y Harriet Shaw Weaver que le dio el apoyo económico para que Joyce no volviera a la obsesión que le había marcado de por vida: el dinero. Lo que marca una biografía, breve o extensa, es suscitar en el lector el deseo de descubrir, o volver, a la obra literaria, en este caso de Joyce. Y lo que marca una biografía como la de O’Brien es que toda biografía literaria se salva si está literariamente escrita. Y la escritura de O’Brien en torno a James Joyce es soberbia. Literatura sobre literatura. No otra cosa ha sido esto desde Homero.