The Objective
José Antonio Montano

¿Es una comedia? ¿Es una tragedia?

«¿Hay que tomarse en serio a Sánchez? ¿Hay que darle relevancia? El hecho de que sea el presidente del Gobierno casi obliga a responder que sí. Pero va a ser que no»

Opinión
¿Es una comedia? ¿Es una tragedia?

Ilustración de Alejandra Svriz.

Paradoja de la prolongación del sanchismo: es una tragedia que ya solo puede vivirse como comedia. Quien lo viva como la tragedia que obviamente es está perdido. La agonía unamuniana del «me duele España» deja inerme al que la siente: se ve tragado en su propia espiral. Es más espabilado el «estoy hasta los cojones de todos nosotros» de Estanislao Figueras. He aquí un diagnóstico (que no excluye a quien lo emite) ahogante pero respirable. Al menos por la bocanada que entra con la risa.

Leo a mis colegas analizar la entrevista a Pedro Sánchez de Pepa Bueno: una farsa en las dos sillas, y en el hilo entre ambas. Solo se podría no ser falaz analizándola en términos teatrales. La apariencia de neutralidad inicial de la entrevistadora es apenas síntoma de su conciencia de falta de neutralidad, que terminó aflorando. Al fin y al cabo, ella sabe por quién presenta el Telediario: por el que tenía enfrente. Este, por su parte, habló en todo momento como si lo hiciese por primera vez. Como si no existiera un archivo con él mismo desmitiendo cada una de sus afirmaciones. (Al menos Bueno le mostró una ficha de ese archivo).

¿Hay que tomarse en serio a Sánchez? ¿Hay que darle relevancia? ¿Hay que analizar lo que dice? El hecho de que sea el presidente del Gobierno casi obliga a responder que sí. Pero va a ser que no. Si algo está acreditado es su descrédito. Como mucho, se puede intentar detectar si aflora algún indicio o signo, igual que hacían los kremlinólogos. Se puede aspirar a ser sanchólogo, una ciencia descompensada. En este sentido, hicieron mejor quienes se centraron en su aspecto.

Su autodestrucción física, su autodestrucción específicamente facial, tal vez esté siendo el único acontecimiento moral de su carrera política: un acontecimiento no voluntario sino involuntario, fisiológico. Sé que con esto corro el riesgo de parecer uno de aquellos curas que pronosticaban ceguera o caída de manos si se incurría en masturbación. Confío en estar más cercano a un moralista francés del XVIII; que hubiese leído a Freud, por supuesto (anacronismo este ocultado porque se habría descubierto a la larga). En las somatizaciones el cuerpo sabe que algo no va bien, aunque lo ignore el sujeto. En el caso de Sánchez hay algo que va mal, incluso muy mal: Sánchez.   

Se ha mencionado, a propósito del presidente, El retrato de Dorian Gray y El traje nuevo del emperador (Wilde y Andersen). Se podría añadir a Berkeley, del que tanto hablaba Borges. Según el filósofo irlandés, es el sujeto el que sostiene su mundo, por medio de su percepción. Si dejo de percibir una piedra, esta deja de existir en mi mundo. Lo traigo porque Sánchez, el sanchismo, es el mundo sostenido por los sanchistas. Los sanchistas componen el lienzo en el que está pintado el retrato de Dorian Gray. Los sanchistas confirman que Sánchez no va desnudo: va vestido con el traje que ellos le ponen. Un traje de saliva, por cierto: sus lametones lo tejen sobre su piel.

Un perspectivismo atroz ha destruido la conversación pública española. Un perspectivismo hecho de mónadas (¡aparece también Leibniz en esta columna!) cuya perspectiva la determina la ideología o el partido; o el simple accidente topológico de considerarse a uno mismo «de izquierda» o «de derecha», como elemento existencial y no racional.

No se puede dialogar en verdad, únicamente emitir frases. Lo que predomina es el teatro. Puede que así haya sido siempre en España, solo que en el sanchismo (este fenómeno tan español) se produce con una obscenidad extraordinaria. Es realmente una comedia.

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