The Objective
Ignacio Vidal-Folch

Flamenco on fire

«Pamplona acoge desde hace diez años uno de los festivales de música flamenca más atractivos, o incluso el más atractivo, de todos»

Opinión
Flamenco on fire

Flamenco.

Para acabar el veraneo por todo lo alto me instalé unos días en Pamplona, donde cada año, desde hace diez, se celebra uno de los festivales de música flamenca más atractivos, o incluso el más atractivo, de todos. De la mañana a la noche te la puedes pasar escuchando esa música, escuchando a los guitarristas, cantaores, a los bailaores. El evento se llama Flamenco on Fire y lo organiza Arturo Fernández, hijo del famoso actor, que tanto me divertía en La casa de los líos y en otras representaciones como galán cómico. Creo (no pude hablar con él, aunque lo vi cada día, controlando que todo funcionase debidamente) que Arturo Fernández hijo es un exitoso abogado, pero que su pasión íntima es el flamenco, al que se dedica más allá del certamen pamplonica.

Artistas consagrados, figuras emergentes, estéticas diversas. Algunos de los conciertos son de pago y se celebran en el auditorio de Baluarte, o en un salón del hotel Tres Reyes, o en algún otro recinto, y otros son de asistencia gratuita, en jardines públicos y espacios al aire libre. El día suele empezar con un recital desde el balcón del ayuntamiento. Abajo, la plaza Consistorial –famosa porque desde allí se lanza el chupinazo de los Sanfermines– se llena de entusiastas. Así en mayor o menor medida toda la ciudad puede participar de la fiesta, y los aficionados de más adhesión pueden pasarse el día entero en sintonía flamenca.

Llevan así diez años. Este agosto pude escuchar a Duquende, Tomatito, Riqueni, entre otros, ya está todo dicho. No describiré sus conciertos, pues, para empezar, aquí los que saben escribir sobre música son Azúa y Andreu Jaume, y yo además padezco de alergia al recurso a los adjetivos encomiásticos.

Como soy madrugador tuve tiempo por las mañanas de dar algunos paseos por el casco antiguo. Me pareció una Ciudad bonita, otra bonita y pequeña ciudad española. La gente en general era educada y cordial. Iban y venían algunos peregrinos del Camino de Santiago, con sus mochilas a la espalda. Me daba la impresión de que allí se vive bien. La provincia ya no es la “negra provincia” de Flaubert, asfixiante y llena de dificultades. Más negras son ahora las grandes ciudades, o así me lo parecen. Cuenta Pamplona, en la calle Mayor, con una librería muy solvente –¿qué más se puede pedir?–, llamada Katacrak, donde por cierto una tarde escuché una disonante rareza del compositor y flamencólogo Fernando Vacas, hombre orquesta inclasificable, con rasgos de genialidad enmascarada por la llaneza.

Una de aquellas mañanas, pasé junto a una casa donde tiene la sede EH Bildu, el partido que gobierna Pamplona, gracias al apoyo socialista. Me daba algo de repugnancia ver aquel discreto cartelito, no es preciso, supongo, explicar el motivo. Recordé que en Pamplona ETA asesinó en los años 80 y 90 a 27 personas, provocó docenas de heridos. Cometió ocho atentados contra la Universidad de Navarra, por el grave delito de ser supuesta o realmente españolista.

Para cometer aquellos crímenes, ¿cuántos colaboradores, cuántos chivatos o directamente sicarios, tendría la banda entre los buenos y amables vecinos de Pamplona con los que me cruzaba cada día?

Qué mundo más extraño. Desde el balcón consistorial, Tomatito, tras acabar su breve concierto, dio las gracias a la ciudad, donde siempre le han tratado muy bien, dijo, y que además tiene el mérito de que allí nació «el Dios Sabicas».

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