The Objective
Guadalupe Sánchez

Pedro Sánchez: los jueces me tienen manía

«Moncloa no es mi despacho: es mi trinchera, mi escudo, mi salvaguarda penal. Sin el sillón, soy un ciudadano más. Con él, soy intocable»

Opinión
Pedro Sánchez: los jueces me tienen manía

Ilustración de Alejandra Svriz.

Amigo, te lo confieso: la gobernabilidad de España me da igual. Los incendios, la dana de Valencia, los apagones, los trenes que nunca llegan a su hora… Menudencias. ¿De verdad crees que me aferro al poder para resolver esas miserias cotidianas? ¿Que me desvelo pensando en cómo bajar el déficit o reformar el sistema de pensiones? No, hombre, no. Yo estoy en Moncloa por una sola razón: porque es el único lugar donde puedo blindarme de los jueces.

Es increíble que haya quien todavía me crea, que piense que soy un demócrata convencido. Si yo mismo lo dejo claro cada vez que abro la boca. Sin ir más lejos, el lunes, cuando Pepa me preguntó ante las cámaras por las causas judiciales que me afectan, solté sin despeinarme que «hay jueces que no cumplen la ley», que «hay jueces que hacen política». Me divierte comprobar lo fácil que es engañar a tantos con ese cuento de que estoy defendiendo la democracia frente a la ultraderecha. Pobres tontos útiles, me enternece verlos aplaudir y repetir las consignas. Aunque claro, de ello depende que se queden sin comer. 

Pero los jueces no. A ellos el cuento ni les va ni les viene. Siguen empeñados en que su misión es investigar los indicios de delito y meter las narices donde no les he llamado. Y ahí están, obstinados, hurgando justo donde más me duele: en mi mujer, en mi hermano y hasta en el fiscal general que, no lo olvidemos, depende de mí.

Es como si no entendieran lo básico: que el pueblo me votó para decidir qué es legal y qué no. ¿No quedó claro con la amnistía? Ya he demostrado que estoy por encima del Poder Judicial: suprimo los delitos, archivo los sumarios, decido quién responde y quién no ante la justicia por sus crímenes. ¿O acaso no es eso la democracia popular: un cheque en blanco para hacer y deshacer a mi antojo? ¿Quiénes son los jueces para atreverse a poner en duda que yo pueda borrar delitos o absolver a mis aliados? ¡Cuestionarme a mí! Eso sí que es un atropello intolerable contra la separación de poderes.

No me vengas con la matraca infantil de que los jueces deben ser independientes. ¿Independientes? ¡Anda ya! Coloqué en el Constitucional a exministros y altos cargos de mi Gobierno y no pasó absolutamente nada. Nombré a un fiscal general que, como todo el mundo sabe, actúa a mis órdenes, y tampoco tuvo consecuencia alguna. ¿Y ahora me vienen con que los jueces de instrucción son sagrados? Lo lógico sería que ellos también estuvieran a mi servicio, como el resto. Porque en este país la única independencia que de verdad cuenta es la mía y nadie tiene derecho a fiscalizar mis actos. Tampoco los de mi entorno.

¿Y sabes qué es lo último? Que algunos jueces han llegado a compararme con Trump. ¡A mí! ¿Puedes creerlo? Yo, el salvador de la democracia, convertido en el reflejo progresista del líder fascista mundial. Es el colmo de la ingratitud. Encima de que les tolero seguir vistiendo la toga aun cuando no representan a nadie porque nadie les vota, vienen y me llaman autoritario. ¡Qué desfachatez! Yo soy la resistencia, el muro que separa a España del apocalipsis ultraderechista, y van y me comparan con Trump. Eso sí que es hacer política desde los tribunales.

Y dime tú si no es pura manía. Porque vamos a ver: ¿cuándo en democracia un presidente había tenido investigada a su mujer, a su hermano, a su fiscal general, a sus secretarios de Organización… y quizá pronto a su propio partido? Seguro que las esposas de otros presidentes también han aprovechado su posición para obtener favores y financiación para sus proyectos. Seguro que los hermanos de otros también han acabado en puestos inventados para ellos. Y seguro que fiscales de confianza han hecho lo suyo filtrando correos para liquidar a rivales políticos. Nada nuevo bajo el sol. Ni que mi caso fuera el primero

Es que no puede ser casualidad, es que es persecución pura y dura. Una conspiración clarísima orquestada por los fachas con toga, que no descansarán hasta obligarme a convocar elecciones para que gobierne la ultraderecha. E igual que sin ser católico respaldo la postura de la Conferencia Episcopal en materia migratoria, sin ser yo franquista reconozco que las elecciones paralizan el país. ¡Y yo no voy a permitir que la democracia se detenga por culpa de unas elecciones!

¿Que van a seguir diciendo que me aferro al poder? Pues sí, ¿y qué? ¿Alguien en su sano juicio renunciaría a su única garantía de impunidad? Moncloa no es mi despacho: es mi trinchera, mi escudo, mi salvaguarda penal. Sin el sillón, soy un ciudadano más. Con él, soy intocable, porque desde ahí puedo entregar España a quienes la odian a cambio de que rechacen mi suplicatorio. Y mientras tenga un micrófono delante, repetiré mi mantra: que los jueces hacen política, que me persiguen, que me odian. Porque sin el poder, la justicia es igual para todos… Y a mí solo me sirve si es distinta para mí.

Publicidad