The Objective
Antonio Agredano

Ya no queda ni la belleza

«Ahora se celebra la chabacanería. Se dice mucho ‘coño’ y ‘polla’. Presume quien no lee y presume quien no cabe en la silla»

Opinión
Ya no queda ni la belleza

El presidente del Gobierno, Pedro Sánchez. | RTVE (EFE)

Debe de ser muy duro haber nacido guapo. No hay privilegio más fugaz. No hay don tan hostil como ese. Poca gente vio la entrevista a Pedro Sánchez, y quien lo hizo, no escuchó lo que decía, solo estuvo pendiente de la rotundidad de sus gestos y del vuelo desmayado de su mirada. De su pérdida. Del vacío de sus mejillas. Los suspiros morían a orillas de la incomodidad.

No es la delgadez, no es el poder, no es la vejez, inevitable; no son, ni siquiera, las irritaciones… es su íntimo combate contra el tiempo lo que está cambiando a Sánchez. Los pinchazos, el láser, ese manual de resistencia contra la gravedad de los años, contra las ojeras y los estragos del procerus y el corrugador. Dorian Sánchez. Nuestro Donatella Versace. Nuestro Mickey Rourke. Nuestra Sonia, y también nuestra Selena.

No tengo nada en contra de la juventud eterna, salvo que no existe, y que, como viejos y ruidosos coches, por más lavados que nos den, seguiremos siendo viejos y ruidosos coches. Pero entiendo a Sánchez. Quizá sea en lo único que lo entienda. Me puse pelo. Tengo una rutina de cremas cada noche. Recurriré al botox si así lo veo ya necesario. Aunque respecto a él, yo parto con una ligera ventaja: los que no nacimos guapos, caemos al vacío desde una altura mucho más pequeña.

Pienso mucho en la belleza últimamente. Lo hago porque ahora se aplaude lo feo. Lo feo es moderno, es transgresor y es, dicen, lo auténtico. Lo feo es barrio, o eso pretenden. Lo feo es pureza, o con eso nos castigan. Pero antes no era así. Perseguir la hermosura de las cosas nos ha traído hasta estas ciudades, estas emociones y estos museos. Al equilibrio, al color adecuado, a cierto refinamiento, a la poesía y el buen cine. Lo feo siempre fue reaccionario. El progresismo es aspirar a lo bello. A la armonía. A la trascendencia.

Ahora se celebra la chabacanería. Se dice mucho coño y polla. Presume quien no lee y presume quien no cabe en la silla y presume el que eructa en la barbacoa y el que se casa en traje y con esas horribles zapatillas Converse. Y adultos con coleta. Y camisas del Alcampo. Y las barbas hasta el pecho. Y los leggins. Y entrenar sin camiseta. Y las hamburguesas inabordables que chorrean sobre el plato.

Pero Pedro Sánchez era otra cosa. Por eso inquieta verlo así ahora. Tan fantasmagórico y ajeno. Era guapo. Era educado. Habla inglés. Es coqueto. Seductor. Antes sonreía mucho. Nunca iba con prisa. Y ahora está ahí, entrevistado con agridulzor por Pepa Bueno, desencajado, melancólico, extraño a la hermosura que lo trajo hasta aquí. Enfadado todo el tiempo. Repitiendo mensajes en los que sólo él cree. Abrazado a la desdicha. Errante, estirado y solo.

Ojalá encuentre de nuevo su camino. Ojalá la paz consigo mismo. Con el tiempo que debe vivir ahora, con la huella oscura de su ambición. Nada más difícil que un adiós. Ahí estará, con su cementerio de ambiciones. Ni la belleza le queda ya. Sólo un mirar atávico. De callejón sin salida. De entusiasmo subterráneo y pellejo ceniciento. 

Será un año terrible. El desmoronamiento público de un líder que tocó el cielo, que convenció a millones de ciudadanos, y que ahora pena, de despacho en despacho, de sillón en sillón, sin peso político, sin interés por parte de la audiencia. Con apenas un puñado de colaboradores y amigos, por decir algo, cuyo futuro depende del suyo. Tras un año sin entrevistas, Bertín Osborne, que fue aún más guapo que él, pero que lleva el paso del tiempo con más espontaneidad y menos ansia, se llevó aquella noche todos los focos. Es un golpe en el costado para un político como él. Para un hombre como él. 

Otro Pedro, apellidado Casariego Córdoba, escribió hace muchos años, sin saberlo, el epílogo perfecto de Sánchez, en este poema: «Esta vida demasiado plácida me extingue. / Estas horas solemnes sofocan / los incendios imprudentes y los papeles en llamas. / Ansío el terremoto particular / que alguien me ha prometido. / Soy el hombre delgado / que no flaqueará jamás».

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