The Objective
Rosa Cullell

Progres antisemitas

«Los progres europeos y españoles ya han decidido: los malos, los culpables, son los judíos, el Estado de Israel. Empieza a asustarme tanta convicción»

Opinión
Progres antisemitas

Ilustración de Alejandra Svriz.

Cuido mucho las palabras antes de responder a mensajes o comentarios de viejos amigos, de esos que ya no ves en la vida real. Cada vez que abro el WhatsApp o alguna red social me obligo a recordar que la gente tiene derecho a permanecer inamovible en sus convicciones. Si quieren ser «orgullosamente de izquierdas», pese a lo que les está cayendo, pues vale. Pero, a principios de semana, me llegaron fotos de varios conocidos luciendo el pañuelo palestino, incluso recitando con sentimiento versos a favor de Gaza. No pude más. La ceja de la incomprensión, del vale ya queridos, se me disparó sola. Nuestra izquierda, pensé, juguetea sin pudor con el antisemitismo de siempre. 

Fue una vuelta al pasado, a mi vida en la universidad entre estudiantes trotskistas y novios anarquistas que asistían a clase con la kufiya. Empieza a preocuparme que algún contacto acabe usando la vieja frase: «Cuidado, los judíos mataron a Cristo». El antisemitismo tiene raíces profundas en la historia de la península ibérica. Fruto de ello y de algunas otras razones, la socialdemocracia patria, los podemitas y demás partidos que empiezan a no sumar, han olvidado que Hamás bombardeó primero a Israel, también que se trata de un grupo terrorista que no respeta a la Autoridad Palestina.

Mahmoud Abbas, presidente de la ANP, gobierna en Cisjordania y lleva una década recordando que Hamás no es el Gobierno palestino, pero ni caso. Entre unos (los terroristas) y otros (el Ejecutivo de Netanyahu), el conflicto empeora sin remedio. Muchos tenemos dudas o nos damos por vencidos ante tamaño dislate. Pero los progres europeos y españoles ya han decidido. Los malos, los culpables, son los judíos, el Estado de Israel. Empieza a asustarme tanta convicción.

El domingo, del puerto de Barcelona salió una flotilla con 300 personas dispuestas a hacer el bien; muchos políticos en paro y activistas dispuestos a romper el cerco israelí, «el bloqueo de Gaza». Volvieron al día siguiente porque había tormenta en el Mediterráneo. No hay de qué preocuparse; lo intentarán de nuevo. Los 300 marineros en tierra siguen dispuestos a acabar con «la ocupación judía». Entre los luchadores de la libertad se encuentra la exalcaldesa Ada Colau y la activista Greta Thunberg. Parece que el clima ya no consigue fondos ni fama ni votos. 

El alcalde de Barcelona, Jaume Collboni, no quiere ser menos que su predecesora y ha anunciado la creación del Distrito 11 (en Barcelona hay 10). El nuevo estará a casi 3.000 kilómetros… en la mismísima Palestina. El papeleo aún no ha empezado -andamos, como se dice ahora, «en la fase de las ideas»-, pero el invento tendrá un presupuesto de un millón de euros el primer año y contará con un delegado o varios in-situ. Crear puestos absurdos y a dedo, con sueldos y plaza propia, es la pandemia de nuestros días. El tema no deja de ser gracioso, porque la idea es copia de la que tuvo Pasqual Maragall en 1995 para Sarajevo. Entonces, una gran parte del socialismo catalán y casi todo el nacionalismo convergente la calificaron de «otra maragallada».

Así las cosas, los progres no quieren hablar de política española, tampoco de los fracasos diplomáticos acumulados recientemente por Pedro Sánchez en Europa. Comienza el curso sin mensajes ni proyectos y con innumerables frentes jurídicos abiertos contra el PSOE. Todo pasa por conseguir aprobar presupuestos. Sobre ellos sobrevuela el miedo a que, en las próximas elecciones (autonómicas o estatales), la izquierda y el nacionalismo se estrellen contra la nueva derecha (ultra, radical o como quieran llamarla).

Vox sube en toda España y Aliança Catalana aspira a llevarse por delante a ERC y Junts. En los cenáculos del verano catalán las porras apuestan por una gran subida de la alcaldesa de Ripoll, Silvia Orriols. Las pujas hablan ya de 15 escaños en el Parlament gracias a su radical discurso antiinmigración. Ni españoles ni palestinos.

Una muy ilustrada judía catalana y amiga señalaba este fin de semana en las redes: «Sería mejor, más efectivo para acabar con el hambre y la desnutrición, que los políticos españoles y europeos dedicaran sus esfuerzos a conseguir que Egipto abra sus fronteras y acepte la entrada de familias palestinas». Siguen cerradas a cal y canto. También explicaba, al que quisiera leer, que los judíos llevan siglos viviendo en países árabes; emigraron (la mayoría al nuevo estado de Israel) tras las continuas persecuciones sufridas durante el siglo XX. 

La vieja izquierda ilustrada, jubilada o alejada del poder, al igual que los nuevos luchadores por la democracia popular, andan haciendo equilibrios entre los escándalos de corrupción. Buscan excusas y, en cuanto pueden, critican a Trump o a Netanyahu para disimular y mantenerse firmes en los diez mandamientos del buen izquierdista. El primero y más importante es: «No votarás a la derecha, nunca jamás».   

El progre español, de ahora y de siempre, sigue convencido de que Dios le ha ungido como parte del grupo de «los buenos». Van a seguir sin querer ver la realidad, luciendo pañuelitos palestinos o celebrando años contra Franco. Más temprano que tarde, los jóvenes, aburridos de tales batallitas y sufriendo sueldos bajos y alquileres altos, les sacarán del poder.  

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