El rostro de John Wayne
«Lee Marvin/Feijóo da, de paso, la impresión de que no tenía ni idea de a quién se estaba enfrentando»

Ilustración de Alejandra Svriz.
Al parecer, John Wayne, el actor cuya imagen mejor representaba el carácter y las virtudes de los militares norteamericanos hizo ciertos esfuerzos, con éxito, para no ser movilizado durante la guerra. Cabe suponer que el bueno de Marion Robert Morrison, que era el verdadero nombre del actor, no estaba orgulloso de su conducta en esos momentos y no le encantaba que nadie se lo recordase. Como entre los grandes actores ha sido corriente el cotilleo y el empeño en relativizar la fama ajena parece que Lee Marvin se destacó en la tarea porque él sí anduvo por los campos de batalla, era de familia militar y hubiese preferido encarnar, con mayor fundamento, esa imagen patriótica y varonil que adornaba a quien fue su rival en El hombre que mató a Liberty Valance, una película, por cierto, uno de cuyos temas es, en efecto, la facilidad con la que los relatos ocultan la realidad.
James Stewart, el otro gran protagonista de este film cuando se ve convertido en senador y se beneficia de una infundada fama de valentía, advierte prudentemente que cuando la leyenda suplanta a la verdad suele ser inútil tratar de combatirla. Para decirlo todo, en ningún caso le convenía a su personaje aclarar nada sobre su supuesta heroicidad.
A Lee Marvin le tocó casi siempre hacer de malo y se dice que no llevaba bien del todo ese injusto reparto de papeles. He recordado esta historia al ver, hace unos días, en TVE, otra película de John Ford, Fort Apache, que cuenta cómo se embelleció la leyenda de un soldado, una especie de general Custer en Little Big Horn, que llevó a los suyos a una derrota inevitable frente a los indios, pero al que se pretendió convertir en héroe ejemplar. Una de las últimas escenas de la película es un fundido en que la figura de John Wayne se sobrepone a imágenes de la carga suicida del derrotado general mientras hace un elogio subido de las virtudes de los militares ante unos periodistas mejor que bien dispuestos a tragarse la falsa epopeya.
No sé qué sentiría John Ford al filmar estas escenas, pero no me cabe muchas dudas de que sería consciente de que estaban adornadas de una cierta superchería moral: un actor que evitó las armas, encarna a un valiente militar que elogia falsamente al coronel que lo maltrató y no siguió sus acertados y expertos consejos lo que condujo a una derrota humillante de su regimiento y lo hace para conseguir que la imagen del ejército norteamericano quede muy por encima de cualquier censura, que es lo que conviene a las victorias, como lo fue el caso de la guerra india.
El propio John Ford, tal vez el mejor cineasta norteamericano, dedicó otra película, The Last Hurrah (1958), a analizar cómo la radio y la TV acabaron con la vieja política y se adueñaron de los procesos electorales. De política se trata, al fin y al cabo, cuando existen métodos, y no sólo uno, que tratan de modelar lo que la mayoría piensa de cualquiera, en especial de esos cualquiera que acaban por ser quienes encarnan las posibilidades políticas alternativas.
«No pretendo ser imparcial, pero trato de ver cómo se va a configurar el campo de batalla en torno a cuál acabará por ser el veredicto de las urnas ante una cuestión casi existencial»
En España llevamos unos meses hablando no del rostro de John Wayne sino de la cara que se le ha puesto a nuestro presidente de gobierno. Sea cual fuere el origen de las transformaciones que se aprecian a primera vista en el semblante de Pedro Sánchez, es seguro que esa transformación acabará por tener usos alternativos. Lo que está en juego es el significado de una larga etapa de gobierno que muchos vemos como una montaña de despropósitos mientras Sánchez y sus secuaces insisten en que todo va de la mejor manera y están apuntalando el nacimiento de un país definitivamente moderno y alejado de sus peores mitos.
No pretendo ser imparcial, pero trato de ver cómo se va a configurar el campo de batalla en torno a cuál acabará por ser el veredicto de las urnas ante una cuestión casi existencial. Ayer mismo, tomando un café en un bar de carretera, pude ver cómo TVE se ha aprestado a la tarea hablando sin el menor rebozo de corrupción, sólo que los casos en que se fijaban eran el del novio de Ayuso y, oh maravilla, la íntima, profunda y larga complicidad de Feijóo con Montoro a lo largo de sus vidas respectivas, por decirlo en breve mostrando sin perdonar ninguna imagen, cómo Feijóo ha estado todo el tiempo con Montoro salvo cuando tuvo que interrumpir esa conversación eterna para hacerse la foto con el narco.
Son muchos los medios que se van a poner para presentar a Feijóo como un Lee Marvin envidioso y mezquino que está a punto de acabar con la salud de Pedro Sánchez, un valeroso soldado, como John Wayne, que siempre cumple con su deber frente a los más altos desafíos que afronta nuestra España y, para decirlo todo, el mismísimo planeta entero. El valiente que nadie deja atrás, frente al melindres que está obsesionado con los votos y los recortes, el sincero idealista frente al taimado que oculta sus afrentosas relaciones con el archicorrupto Montoro y con el horrible narco aquel que tenía un barco muy lujoso.
Yo me temo que Feijóo/Lee Marvin hace bastante por caer en la trampa en la que le quiere tener Sánchez/Wayne casi durante dos años, en especial cuando deja que se le transparente el profundo cabreo que tiene con quien le arrebató una posible victoria en 2023 con procedimientos de artesanía posmoderna, inéditos hasta ese momento. Con ello Lee Marvin/Feijóo da, de paso, la impresión de que no tenía ni idea de a quién se estaba enfrentando.
Estoy seguro de que si Lee Marvin hubiese podido habría adoptado mejores papeles sin limitarse a ser el malo y abusón de esa película, pero los papeles los escriben los guionistas y no los actores. Lo que me pregunto es si Feijóo acertará a escoger los guionistas que le saquen del marco en el que le quiere colocar el productor monclovita, espero que los tenga, pero que se olvide de que en TVE dejen de pasar esa película de amor adolescente y loco que según Moncloa protagonizó con Montoro, en los ratos que no estaba subido al superyate de Marcial Dorado.