The Objective
Félix de Azúa

Eterno sueño

«Lo que más me intriga de ‘El conde de Montecristo’ es el tesoro. La pasión del tesoro es constante en la base de la economía humana, desde que bajamos de los árboles»

Opinión
Eterno sueño

Fotograma de una adaptación de 'El conde de Montecristo'.

No falta mucho para que cumpla 200 años una de las mejores novelas de aventuras que se han escrito jamás. Sigue siendo apasionante y la leen cada año miles de jóvenes en el mundo entero, porque, eso sí, es mejor leerla antes de cumplir los 30 años. Y da igual que sea usted hombre o mujer: que una novela de aventuras dure dos siglos es algo portentoso.

La escribió un personaje que encarna, él mismo, una novela. Alejandro Dumas era nieto de un aristócrata francés residente en Haití y una esclava negra. El padre del novelista e hijo del aristócrata, se hizo famoso bajo el nombre de «el conde Negro» tras combatir en todas las guerras y revoluciones francesas de la época y llegar al generalato como héroe nacional. Su reputación era tan grande que se le erigió una estatua, destruida por los nazis en 1940 porque no podían soportar a un héroe negro.

También Alejandro vivió una vida aventuresca, con episodios históricos como cuando acudió en ayuda de Garibaldi para la liberación de Italia y resultó tan eficaz que, tras la victoria, el gran libertador le nombró jefe de Excavaciones y Museos, en Nápoles. Aunque quizás su mayor orgullo fue cuando, en 1863, tanto el novelista como su hijo, también escritor, vieron sus obras incluidas en el índice de libros prohibidos por la Santa Sede.

La novela a la que hacía referencia al principio es El conde de Montecristo de la que se han hecho decenas de películas y series televisivas de modo que quizás alguien en edad de leer las haya visto. Como suele decirse de la Biblia en la versión de Cecil B. de Mille, es mejor el libro.

Lo que más me intriga de esa novela es el tesoro. Quizás sepan que el asunto de la misma es una venganza maquiavélica y fascinante, pero que habría sido imposible sin una enorme cantidad de dinero. El protagonista, Edmundo Dantès, tras pasar 18 años en las mazmorras de la Isla de If, denunciado falsamente por sus amigos, logra escapar y, una vez libre, hacerse con un tesoro colosal. Una montaña de joyas, monedas de oro, vajillas regias y demás riquezas, acumuladas por un pirata durante años en una cueva marina a la que nunca pudo volver. Ahora van a servir a Dantès para llevar a cabo la destrucción de sus antiguos amigos.

«Lo fascinante del tesoro es que es tan antiguo como la especie humana, lo llevamos en los genes»

El tesoro de Montecristo recuerda los cientos de tesoros que salpican la literatura y no sólo la europea: otro sueño infantil es, por ejemplo, el tesoro de Alí Babá. Porque lo fascinante del tesoro es que es tan antiguo como la especie humana, lo llevamos en los genes. En las leyendas nórdicas, el tesoro de los Nibelungos, el oro del Rin, funda la saga de las riquezas guardadas por diosas fluviales. Es muy celebrado el tesoro de Tutankamón. En las excavaciones de Micenas apareció el llamado «tesoro de Agamenón». Y en los tiempos modernos todavía el anillo de oro (símbolo del poder absoluto) fundará las aventuras de Tolkien. El tesoro es una pieza clave en el desarrollo de la imaginación infantil, y, como dice la canción, hay uno al final del Arco Iris. Parece que el capitalismo no es un fenómeno cultural o histórico, es algo biológico.

Lo cierto es que hay (y sigue habiendo) muchos tesoros reales y verdaderos escondidos durante siglos y a la espera de un descubridor. Los señores y los mercaderes ricos escondían o soterraban sus fortunas durante las épocas de lucha sin cuartel, que fueron casi todas. Aún hoy se descubren vasijas llenas de monedas de oro al construir casas nuevas sobre las ruinas de alguna vieja mansión.

Y si el tesoro es tan antiguo como la misma humanidad, también lo es en nuestros días. Cada año miles de personas acuden a la lotería en busca del tesoro, porque ahora el tesoro ha tomado, como casi todo, una figura estatal y funcionarial. Lo que es evidente no es otra cosa que la pulsión o pasión del tesoro, como constante en la base misma de la economía humana, desde que bajamos de los árboles. Cuenta Werner Sombart en su clásico El burgués, es decir, en la historia de los orígenes del capitalismo, que sin el tirón onírico del tesoro sería incomprensible la aparición, en Florencia hacia el siglo XIII, de ese personaje tremendo, el burgués, al que tanto desprecian y atacan quienes no tienen ni idea de lo que dicen. Aunque me juego lo que quieran a que compran décimos cada año.

Nota bene. Quienes vivan o visiten Madrid tienen, ahora, en el Museo Arqueológico, una exposición con el Tesoro de Tomares. Son casi cincuenta mil monedas que se descubrieron en 2016, encerradas en 20 ánforas no muy lejos de Sevilla. Datan del siglo IV, de modo que sólo han esperado diecisiete siglos a que los descubriera un maquinista que abría una zanja en el olivar de Zaudín.

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