Obediencia indebida
«La visita del hipócrita mayor del reino, Salvador Illa, al fugitivo Puigdemont ha sido presentada por caraduras como un paso hacia la ‘normalización’ de Cataluña»

Ilustración de Alejandra Svriz.
La pregunta clásica sobre la obediencia al poder la formuló Etienne de la Boétie en su discurso Sobre la servidumbre voluntaria, rescatado del olvido por su leal amigo Montaigne. Según ese texto clarividente, el tirano puede mandar pese a ser sólo uno frente a muchos porque los demás quieren obedecerle. Nada sería más fácil que negarse a cumplir sus mandatos y rechazar su autoridad, pero sin embargo muy pocos o ninguno se atreven a semejante rebeldía. El tirano es odiado por sus súbditos, que conocen muy bien lo injusto o dañino de sus órdenes: sin embargo, las acatan. No hay que buscar ningún misterio eficaz en el corazón del poder, sino en el corazón de quienes lo aceptan como una fatalidad intratable. La servidumbre es una cárcel de la que cada recluso tiene la llave liberadora y ninguno la emplea…
Es el enigma que siempre ha desconcertado a los ácratas de este mundo. Uno de ellos, más irónico que la media, Jorge Luis Borges, resumió su utopía diciendo: “Un día los hombres merecerán no tener gobiernos”. En una de sus ficciones imagina una deserción humana generalizada. Continúa habiendo políticos, pero ya nadie les hace caso. Ellos dictan decretos, reclaman impuestos, establecen normas, declaran guerras… pero no se les obedece ni se les respeta: caen en el desuso. La mayoría buscan otros empleos, se convierten en cómicos o volatineros, procuran ganarse la vida conduciendo vehículos de servicio público, hacen nuevos amigos. De vez en cuando se les escapa una orden y alguien se les queda mirando con tierna ironía. De la Boétie ha obtenido el más contundente de los triunfos póstumos…
Por supuesto, no ignoro que el relato de Borges es una ficción y además del género fantástico, como otros de los más inolvidables de este autor, lo cual le hace doblemente ficticio. Y, sin embargo, no puedo evitar a veces un vivo deseo de verlo cumplido en la realidad. Ya sé que todo ciudadano prudente debe obediencia a las autoridades legítimamente establecidas, aunque discrepe de sus medidas de gobierno. Pero… ¿Hasta qué punto debe llevarse esa aceptación de la cadena de mando? ¿No habrá un momento en que la autoridad establecida, por legítimo que sea su origen, se ilegitime a sí misma con sus injusticias y contradicciones de tal modo que un ciudadano dotado de sentido crítico racional vea imposible o altamente indeseable seguir obedeciendo como si nada? Sinceramente, considero con toda seriedad que en España, bajo el indecente Gobierno socialista encabezado por el nefasto Pedro Sánchez, hemos llegado o estamos a puntito de llegar a esas arenas movedizas políticas. Me dirán ustedes que ese panorama desolador no lo ven gran parte de los escuadristas progubernamentales que se desgañitan por tierra, mar y aire (es decir, por escrito, radio y televisión) justificando las decisiones que adopta Sánchez para asegurar su permanencia cada vez más inverosímil en el poder. Así es, pero con cierta experiencia en los medios, es precisamente nuestro conocimiento de la calaña de tales escuadristas lo que más refuerza la convicción de que hay mandatos que convierten la digna obediencia debida en complicidad con lo inaceptable.
No se trata de un tropiezo ni dos, sino de una acumulación de atropellos insoportable. El resumen del sistema democrático reza así: libres e iguales. Pues bien, el régimen impuesto por el socialismo en su versión sanchista es una permanente y creciente cruzada contra la libertad y la igualdad de los ciudadanos. No hay libertad porque se impone por medio de leyes una determinada memoria de nuestro pasado histórico, una visión distorsionada de la naturaleza sexualmente binaria de nuestra especie y una colonización implacable de los medios de comunicación de titularidad pública y de la mayoría de los cargos institucionales relevantes por personas cuya única aptitud demostrada es una sumisión a toda prueba al entronizado Pedro Sánchez. Por supuesto tampoco hay igualdad, ni en la financiación claramente anticonstitucional de las autonomías, ni en la injusta perspectiva de género de la justicia, ni en la amnistía de nada menos que un golpe de Estado para gozar del apoyo parlamentario de esos mismos golpistas, etc…
La visita del hipócrita mayor del reino, Salvador Illa, el fariseo lemosín, al fugitivo Puigdemont, que desde su refugio en el extranjero conspira contra nuestro país, ha sido presentada por caraduras y mamporreros como un paso hacia la “normalización” de Cataluña. O sea que lo normal es que los cargos públicos legítimos visiten a domicilio en el extranjero a los delincuentes dedicados a poner en peligro la armonía de la patria de todos. Y eso en nombre del “diálogo” o sea la sumisión vergonzosa a las instrucciones dictadas por agitadores que encima se benefician de donaciones del erario público. Y mientras, en amplias zonas de nuestro país, se ningunea o persigue el castellano, la lengua constitucional de todos y para todos, así como la más hablada en todas -repito TODAS- las regiones de España. Hay una clara voluntad impulsada por los psicópatas separatistas de romper las costuras que mantienen unido nuestro país: todo lo que lo desgarra, leve o gravemente, es considerado democrático y liberador. Con esa letal orientación se educa a los jóvenes, se legisla y se gobierna a todos.
¿Hasta cuándo creeremos estar obligados a obedecer?