The Objective
Cristina Casabón

La España sumisa

«La democracia, en España, va dejando de ser comunidad y se va transformando en reparto del botín para unos pocos, ante el silencio de muchos»

Opinión
La España sumisa

Ilustración de Alejandra Svriz.

España, que siempre fue un país de poetas con hambre de triunfo y soldados con bigote, hoy es un laboratorio de cobayas. España ya no es ni socialdemócrata, ni es nada. España es un laboratorio de cobayas. Un país convertido en ventanilla de ayudas, bonos y cheques electorales que no curan la herida, solo tapan la hemorragia para que el votante sea dependiente del gobierno y cada cuatro años se dirija a la ventanilla de las urnas.

La juventud emancipada es especie en extinción: apenas un 15% logra escapar del nidito familiar, según los últimos datos de agosto. España produce licenciados pobres y solteros hipotecados, España es un resort para jubilados nórdicos. El socialismo condena a sus propios hijos y nietos a no tener futuro en su propio país. 

En la cesta de la compra, las sandías a precio de jamón ibérico y el aceite como si lo extrajeran de oro líquido en Fort Knox. España es un laboratorio socialista, me decía yo, medio en broma, cuando entro en el Carrefour de Francia este verano y veo que la comida es más barata que aquí —he vivido en Ginebra dos años y el precio también era muy parecido al del supermercado español. 

La humillación de esta comparación es cruel, pero necesaria porque pronto también veremos un nivel de vida muy superior en Cataluña, que ahora va a recaudar y gestionar todos sus impuestos desde una agencia tributaria propia, creando una riqueza artificial asistida, o lo que es lo mismo: no a fuerza de la competitividad de sus mercados, sino de los altos impuestos. Y claro, eso no hay Constitución que lo ampare, pero sí que hay un gobierno dispuesto a cargarse España y hacer que parezca un accidente. 

Con todo, el problema no es la ley ni la Constitución, como dicen algunos, sino la sumisión moral de los españoles.

La democracia, en España, va dejando de ser comunidad y se va transformando en reparto del botín para unos pocos, ante el silencio de muchos. Mientras tanto, los trenes llegan tarde, las listas de espera en urgencias se alargan como procesión de Semana Santa, los jóvenes no tienen nada. Con estos logros sociales, al PSOE le conviene más un país resignado, un país donde no haya autoestima ni voluntad de prosperar. Más que ideología, el socialismo es moral de sumisión. 

Los socialistas han tomado la medida exacta del español sumiso. Así, la ciudadanía acepta su impotencia y su dependencia del gobierno a cambio de algo muy valioso para ellos: sentirse arropados por una ideología y una subvención. Confunden la dependencia con seguridad, confunden el patriotismo con la sumisión. Se sienten arropados compartiendo consignas, abrazando una ideología que criminaliza el egoísmo racional —la virtud de valorar la propia vida y buscar la felicidad mediante la autocreación— y que ridiculiza la independencia de quien elige marcharse a Italia (el nuevo destino de los ricos) antes que trabajar seis meses al año para pagarle la fiesta a los catalanes. Critica a quienes defienden barrios seguros, servicios públicos eficientes y estándares de vida dignos, como si tener seguridad, bienestar y patrimonio individual fuera un pecado y la sumisión colectiva ante la degradación, la única virtud posible. 

El experimento socialista necesita mucha ignorancia e ideología para sobrevivir, pero sobre todo, necesita sumisión. Y por eso en España, desde hace tiempo, la consigna es la misma: «Virgencita, que me quede como estoy». 

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