Violadores extranjeros, a su país
«Estoy convencida de que la mayoría de personas que han dejado su tierra opina lo mismo, porque dudo mucho que quieran sufrir la violencia de la que huyen»

Ilustración de Alejandra Svriz.
Aunque últimamente se relaciona a los centros de menores con los extranjeros no acompañados, no fueron creados para acogerlos a ellos, sino para aquellos niños o adolescentes sin adultos que puedan hacerse cargo, es decir, criaturas vulnerables con las que el Estado debería volcarse para suplir sus graves carencias familiares. Sin embargo, en los últimos años, se han llenado muy por encima de sus posibilidades por la avalancha de inmigrantes que se quedan allí hasta que se demuestra que, en realidad, tienen más que cumplida la mayoría de edad y por eso resulta tan indignante escuchar una y otra vez que son niños y niñas (aunque el 90% son varones) que escapan de países en guerra y a los que tenemos que cuidar y proteger.
Se viene pordelantismo: me encanta conocer y convivir con personas de otros países y me parece muy bien que lleguen a España a buscar un futuro mejor siempre y cuando vengan a trabajar, respeten las leyes y coticen en la Seguridad Social. Todo lo que no sea eso es una empatía suicida que compromete nuestro Estado del bienestar y nuestra estabilidad social. Y claro que se ha de cumplir con la acogida de menores que huyen de conflictos bélicos, pero el resto han de ser devueltos a sus países y si no tienen familia, que los cuiden sus propias instituciones, pero es absurdo que nos hagamos cargo nosotros. Aquí, la mayoría vienen de Marruecos y suelen ser «niños de la calle» con adicciones o, incluso, delincuentes salidos de la cárcel porque, como comentaba antes, muchos ni tan siquiera son menores de edad. Es decir, estamos manteniendo a extranjeros que, en el mejor de los casos no trabajan y en el peor, delinquen y si lo dices, inmediatamente eres tildado de racistas, fascista, facha y todo el rosario de insultos que los aficionados al selfie moral y a sentirse buenísimas personas tienen siempre a mano.
Huelga decir que todas esas descalificaciones me traen sin cuidado: a mí lo que me importa es vivir en un país seguro, porque la seguridad es la condición de posibilidad de la libertad y no quiero que nadie, y mucho menos nuestros mayores, sufra robos violentos ni que mujeres y niñas no podamos andar tranquilas por las calles, esas calles que según el gobierno son más seguras que nunca pero que, en realidad, desde que los socialistas llegaron al poder los asesinatos han aumentado un 20,4%; las lesiones y riñas tumultuarias, un 62,8% y, lo que es más grave, las agresiones sexuales con penetración un 275,3%. Más espeluznante todavía es el caso de Cataluña, ya que aquí las agresiones sexuales han aumentado un 500% desde 2016 y no sé ustedes, pero yo estoy más que harta de que las mujeres seamos siempre ninguneadas cuando se habla de este tema en el que parece que el hecho de que aumente exponencialmente el riesgo de que suframos un ataque que nos destroce la vida es un mero daño colateral, un peaje que tenemos que asumir porque no sé qué de las pensiones, de quién le va a limpiar el culo a los abuelos -comentario bastante clasista, por cierto- y de que son solo niños.
Según los datos hechos públicos por el Ministerio de Igualdad, el 32% de los agresores sexuales son extranjeros por lo que, teniendo en cuenta que son el 14% de la población, las personas que provienen de otros países son 3,5 veces más propensas a cometer este tipo de delitos que los españoles. ¿Alguien me puede justificar por qué las mujeres tenemos que cargar con eso? Años de matraca de falso feminismo institucional y de gastar dinero en puntos lilas para que ahora seamos menos libres que décadas atrás.
Estos días, una antigua interna del centro de Hortaleza ha dado declaraciones a los medios de cómo es la vida allí y ha explicado que tenían que ir a las habitaciones escoltadas por los guardias de seguridad y que estos previamente revisaban que nadie se hubiera colado y escondido bajo las camas. Cuenta también que eran constantes los comentarios soeces y los intentos de sobarlas y que cuando le decían al intérprete que les pidiera que dejaran de molestarlas, él les respondía que la culpa era de ellas por ir en shorts y tirantes. Y es que esta es una de las claves de la cuestión: estos jóvenes se han criado en una sociedad en la que las mujeres son inferiores a los hombres y donde si quieren mantenerse libre de agresiones sexuales, han de ir cubierta de pies a cabeza, así que cuando llegan aquí y ven a chicas vestidas con tops y pantalones cortos es como si estas fueran anunciando con luces de neón que son susceptibles de ser violadas. No hay derecho a que las niñas y adolescentes, especialmente las más vulnerables, tengan que sufrir esto.
«Estamos destinando una ingente cantidad de dinero público a financiar a las ONG que viven de traer inmigrantes y a aumentar las dotaciones policiales para combatir la inseguridad que provocan esas personas»
Es demencial: estamos destinando una ingente cantidad de dinero público a financiar a las ONG que viven de traer inmigrantes; a mantener a extranjeros que se dedican a delinquir y, además, a aumentar las dotaciones policiales para combatir la inseguridad que provocan esas personas a las que estamos acogiendo, como en el caso de Hortaleza, donde primero se recomendó no ir al parque colindante al centro de menores y ahora se han destinado a diez policías extras para garantizar la protección de los vecinos. Alguien me tiene que explicar, despacito para que yo lo entienda, por qué tenemos que mantener con nuestros impuestos a delincuentes extranjeros como el presunto violador de esa niña de 14 años que ya tenía antecedes por agresión sexual. En mi caso, lo tengo claro: quiero a los violadores de vuelta a su país inmediatamente. Y me pueden llamar racista, pero estoy convencida de que la mayoría de personas que han dejado su tierra para buscar en España una vida mejor opina lo mismo, porque dudo mucho que quieran volver a sufrir la violencia de la que vienen huyendo.