El PSOE quiere un apocalipsis
«Fosa, en la interpretación que da el socialismo a las palabras de Tellado, es sinónimo de cuneta, pero nunca se interpretará como las que hicieron en Paracuellos en 1936»

El secretario general del PP, Miguel Tellado.
Inauguraba curso el secretario general del PP con un diagnóstico escasamente favorable al Gobierno de Pedro Sánchez: «Aquí podemos empezar a cavar la fosa donde reposarán los restos de un Gobierno que nunca debió haber existido», lo que encendió el escándalo farisaico al que tan inclinada se muestra nuestra izquierda. El patrón marcó la senda: «Un insulto a los miles de españoles cuyos familiares yacieron o yacen aún en una fosa. Una apelación encubierta a la violencia. Un cuestionamiento de la democracia. Una prueba más de que el PP se ha rendido al odio de la ultraderecha y de que no tienen nada positivo que ofrecer». Una vez abierta la veda le siguieron en tromba como suelen la tercera parte de sus ministros y Josep Borrell, que parecía más inteligente y cultivado que todos los citados anteriormente, hay que ver, a qué extremos de incuria intelectual lleva el sanchismo.
Hay una evidente incapacidad lectora en esta tropa para separar las metáforas del lenguaje recto y para que este último les venga bien se fijan en la única acepción de las palabras que sirve a sus propósitos. Fosa es también la excavación profunda que rodeaba los castillos medievales, hay fosas sépticas, fosas tectónicas, incluso fosas nasales. Fosa, en la interpretación que da el socialismo a las palabras de Tellado, es sinónimo de cuneta, pero nunca se interpretará como una de aquellas excavaciones, fosas propiamente dichas, que se hicieron en Paracuellos entre noviembre y diciembre de 1936 para enterrar a los miles de presos excarcelados por tropas republicanas para asesinarlos. Mi añorada Victoria Prego publicó una serie conmovedora, uno de cuyos capítulos llevaba por título Mañana hay besugos frescos, por los ojos de las víctimas, desmesuradamente abiertos por el horror.
Si alguien apunta a la conveniencia de defenestrar a Pedro Sánchez, inmediatamente se llevarán las manos a la cabeza, creyendo, o fingiendo creer, que están pensando en precipitarlo desde la ventana más alta del palacio de la Moncloa, aplicando estrictamente la acepción primera del verbo que ofrece el DRAE e ignorando la segunda: «Destituir o expulsar a alguien de un puesto, cargo, situación, etc.». Sus referencias más cercanas eran la defenestración stricto sensu de Julián Grimau en la Puerta del Sol en noviembre de 1962 y la del estudiante Enrique Ruano, detenido por la Brigada Político-Social, que fue precipitado el 20 de enero de 1969 desde el piso séptimo de la casa en la que vivía.
El gran Pedro Corral aplicaba a Sánchez su propia medicina al rescatar una sentencia suya en 2021 en un Congreso Confederal de UGT: «Largo Caballero actuó como queremos actuar hoy nosotros». ¿Cómo querría actuar Pedro Sánchez, como en las checas y las masacres de Paracuellos?
Hace un par de años el coronel retirado de Colombia, John Marulanda, expresó su sueño húmedo de defenestrar al Gobierno de Gustavo Petro. La opinión pública de Colombia, mucho más avezada en el uso de lengua común que nuestra izquierda, no consideró que proponía abrir una ventana y precipitar por el hueco a Petro y a sus ministros. Interpretó con mucha más propiedad que proponía un golpe de Estado.
Los lectores, al menos los más añosos, recordarán a Maleni Álvarez, aquella ministra zapaterista que se ganó el mote de Lady Aviaco, por haberse chuleado 444 billetes de avión para ella y sus familiares, cuando era consejera de la compañía aérea. Más adelante tuvo que dimitir como vicepresidenta del Banco Europeo de Inversiones por corrupción en Andalucía.
Hay que recordar que en 2007 protestó por la inauguración de Esperanza Aguirre de una obra en la T-4, diciendo que los únicos lugares en los que le correspondía estar era tumbada en la vía o colgada de la catenaria. Ella se disculpó en una carta a la entonces presidenta madrileña en la que explicó lo que había querido decir: que aquella obra dependía del Ministerio de Fomento y que no tenía ningún pito que tocar allí, que el único sitio que le correspondía «por ser de la Comunidad de Madrid, es, o tumbada en la vía o colgada de la catenaria».
El PP acogió aquello con mesura: Juan José Güemes, entonces consejero de la Comunidad de Madrid, consideró «una broma de muy mal gusto» el deseo de Magdalena Álvarez de ver a Esperanza Aguirre «tumbada en las vías del tren o colgada de la catenaria» cuando a la ministra de Fomento «se le han muerto tres niñas atropelladas por trenes», pero no interpretó que Maleni Álvarez deseaba verla ahorcada o arrollada por el tren. Claro que ahora, en los tiempos del presapiens Oscar Puente podría haber pasado días y aun semanas tumbada en las vías sin que llegara ningún tren y se la llevara por delante.