Salseíto institucional
«Están huérfanos los ciudadanos de políticos que les hablen con adultez y con respeto. A la altura de sus obligaciones y de nuestras expectativas»

Ilustración de Alejandra Svriz.
«Salseíto institucional», escucho en un vídeo de la cuenta oficial del Gobierno de España en Tiktok, mientras hago repaso de facturas impagadas con un ordenador en mi regazo, sentado en un sofá vencido, en este piso alquilado por un precio indecente, tras mandar a los niños a la cama, aunque se quejaran –«¡Es casi de día!»-, porque mañana entran muy temprano en el aula matinal.
Están huérfanos los ciudadanos de políticos que les hablen con adultez y con respeto. A la altura de sus obligaciones y de nuestras expectativas. El Gobierno más cuqui y siniestro –¡Como un labubu!- de la historia de nuestra democracia, insiste en la jibarización del debate público. En el lema vacío, en el chiste propagado en X, en el guiño-guiño a sus incondicionales. «El lado correcto de la historia», repiten -y con eso les vale-, olvidando que si algo aprendimos de la historia es que los intereses siempre pervirtieron la moral y que, apelando a su comodidad, el mundo albergó, y alberga, a millones de verdugos invisibles.
Vivimos un momento clave con el declive de las viejas democracias europeas, con un salto tecnológico impredecible, con un nuevo orden económico. China, Rusia, Trump, y lo que venga. Una política nebulosa, donde los autoritarismos vuelven a alzarse, con una paz amenazada, con la verdad hecha jirones. ¿Y dónde está España? En una guardería, con la ciudadanía expulsada de la pista central. Como si lo público sólo pudiera explicarse aniñando la voz, inclinándose sobre el carrito, llamando guaguas a los perros y pipis a los pajaritos.
Los aplausos a cada obviedad de David Broncano. Los zascas de Óscar Puente. El meloso discurso de los peones intelectuales en sus redes sociales. La simpleza, la puerilidad, la réplica teen, han devorado la hondura y el decoro. He oído muchas veces una frase inquietante en boca de representantes públicos: «Quiero hablarle a la gente, pero para que me entiendan». Como si la gente necesitara tutelas o que le mascasen la comida. Como si la gente hablara de una forma y los políticos de otra.
La gente lo entiende todo. Lo que a la gente le molesta es que se le trate con condescendencia, con impostura y con paternalismo. Usted, lector, es gente. Yo soy gente. Y muchos hemos sentido un enorme bochorno viendo a Pedro Sánchez haciendo como que baila, a un grupo de jóvenes haciéndose los protagonistas de algo que no va de ellos, y al Gobierno, con la que hay montada, intentando tapar sus miserias con vídeos frescos que tratan de absolutamente nada.
«Salseíto institucional», dicen en el vídeo, y quizá hablan de la contratación de prostitutas en empresas públicas. ¿Qué sucede en Moncloa? Estaría bien que los españoles, de verdad, lo supieran. Begoña Gómez y su amiga, contratada con dinero público. Sus asuntos privados impulsados por el presidente. Qué se habla en las reuniones. Por qué este país está paralizado. Por qué el apagón, las averías constantes del ferrocarril. ¿De qué hablaron Illa y Puigdemont? Buenos salseítos serían esos.
Me acordaré del vídeo cuando me cobren la cuota de autónomos y entregue las trimestrales. Me acordaré del vídeo cuando vuelva a fracasar en mi compra de billetes en la web de Renfe. Cuando salgan nuevos escándalos sobre despilfarro público, mordidas y contrataciones oscuras. Me acordaré del vídeo y de las risas cuando Puente insulte a este periódico y a los trabajadores que aquí trabajan. Y cuando pida la Clave Pin para gestionar mi vida. Porque lo que hacen en Moncloa es importante para mi vida y para las de mis hijos. Aunque se lo tomen tan a risa.