The Objective
Félix de Azúa

En manos del enemigo

«¿Y si resulta que en nuestra edad nos hemos quedado sin capital cultural, sin orientación, sin proyecto, sin sabiduría, sin cultura, sin civilización?»

Opinión
En manos del enemigo

Puente de Brooklyn, en Nueva York.

Dado que para la inmensa mayoría de los españoles (y bastantes extranjeros) ya es evidente que en España no tenemos Gobierno, pero el Estado ha caído en manos de una organización delincuentosa, no merece la pena insistir en las corrupciones y latrocinios del ejecutivo. Algún día se irán a su casa o a la cárcel, según el pulso que tenga una oposición hasta ahora inane. ¿No habrá un motín de Esquilache? ¿Tan muerto está el pueblo libre?

De modo que ustedes me permitirán que hable de otras cuestiones. Por ejemplo, la última toma de conciencia que he tenido la semana pasada, mientras los islamistas de las izquierdas trataban de provocar un accidente entre los sufridos ciclistas de la Vuelta.

Esto fue que el mismo día, lunes o martes, que ya no me acuerdo, mantuve una larga entrevista con un amigo que ha tenido la fortuna (merecida) de gozar de una beca en una de las instituciones más ricas e importantes de la cultura neoyorkina. Un año ha estado en el corazón mismo de la civilización occidental y como es un hombre de gran talento y magníficas dotes narrativas, me hizo un resumen de la situación cultural en la ciudad de Nueva York mejor que la de cualquier periodista yanqui.

Al cabo de una hora me percaté de que todo lo que me contaba él, que es mucho más joven que yo y de una inteligencia poco común, me resultaba perfectamente ajeno, lejano, marciano. La capital cultural de occidente era una repetición (o una imitación más bien) de lo que había sido en los últimos cien años. El papel que ahora jugaba la literatura, el arte, la política o la cultura en la capital del mundo occidental, era lo de siempre, pero con menos inteligencia o gracia.

Ese mismo día recibí un mensaje de otro amigo de la misma edad que el anterior, dando cuenta de algunas cosas en su periplo por la España más dura y desnuda. Me contaba sobre pueblos diminutos agarrados a una loma, ermitas perdidas por los montes de la Extremadura, la sorpresa de un Goya en Yuste, en fin, pequeñeces de pueblo, pero tratadas con el mismo talento narrativo que mi amigo americano.

Y entonces caí en la cuenta de que me podía importar mucho más ese pueblecito desparramado por una colina entre rastrojeras con una vieja encina polvorienta por todo horizonte, que los prodigios neoyorkinos. Vaya, me dije, esto no es sino una consecuencia de tu edad. Ya sólo te interesas por lo más pequeño, lo cercano, lo inaprensible.

Ese fue el primer juicio, pero el segundo aún me produce escalofríos. ¿Y si no es un producto de MI edad, sino de LA edad? ¿Y si resulta que en nuestra edad nos hemos quedado sin capital cultural, sin orientación, sin proyecto, sin sabiduría, sin cultura, sin civilización? ¿Acaso ya no hay capital del espíritu demócrata, liberal, sabio, imaginativo? Será porque la decadencia ya está empezando a dar sus amargos frutos: una izquierda sin alma ni cerebro, un ministro de cultura analfabeto, un Gobierno a imitación del de Maduro, en fin, la tiniebla del espíritu para hoy y el hambre para mañana.

Quizás sí sea recomendable que los jóvenes dejen el inglés y vayan aprendiendo chino.

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