The Objective
Paulino Guerra

PSOE-VOX, la pinza que asfixia al PP

«Además del notable crecimiento demoscópico, Vox ha conseguido influir y condicionar decisivamente en los debates y en la agenda política» 

Opinión
PSOE-VOX, la pinza que asfixia al PP

Ilustración de Alejandra Svriz.

Vox descubrió en su fugaz paso por los gobiernos regionales que gobernar es una tarea compleja que requiere más capacidades que la de la simple verborrea. Por eso, apenas un año después de coaligarse con el PP en cinco comunidades autónomas, se buscó una buena excusa (el reparto de 347 menores desde Canarias y Ceuta) y regresó de nuevo a la oposición, una tumbona mucho más descansada, que en su caso solo requiere reaccionar con contundencia a la actualidad, y grabar vídeos o divulgar algunos tuits incendiarios fundamentalmente contra la inmigración.

Sin embargo, el giro estratégico ha sido un auténtico éxito. Desde entonces, el partido de Santiago Abascal no ha hecho más que crecer en todas las encuestas. Hace un año los sondeos le situaban a la baja, aproximadamente con el 9,9 por ciento de los votos y 23 escaños (10 menos de los que obtuvo en las generales de 2023), mientras que ahora le colocan entre el 15 y el 17 ciento y con una media de 50 escaños. Pero además del notable crecimiento demoscópico, ha conseguido algo más importante: influir y condicionar decisivamente en los debates y en la agenda política. 

 Como le ocurrió en su momento a Podemos con sus puertas giratorias, los desahucios, la casta y el desdén hacia el «régimen del 78», Vox, que también ha incluido en su menú del día la guerra al bipartidismo, está en ese momento dulce en el que todo lo que toca lo convierte en polémica y en votos. El verano ha sido completamente suyo. Arrancó con el despropósito de Rocío de Meer de deportar a ocho millones de inmigrantes y continuó con las arengas anti sarracenas en Torre Pacheco y Jumilla, la crítica a los obispos y las maniobras navales para hundir el Open Arms.

Lo último ha sido la presunta violación por un menor marroquí de una niña de 14 años en el barrio madrileño de Hortaleza, «víctima de Sánchez, del Open Arms, del bipartidismo y de todos los que hacen negocio con la invasión islamista», según el análisis siempre ponderado de Santiago Abascal.  Hasta junio se habían contabilizado en España un total de 2.655 denuncias de violación, pero Vox solo tiene cuerpo para movilizarse y convocar concentraciones si el agresor es musulmán, de la misma manera que la extrema izquierda quiere ocultar las identidades de los violadores, salvo que sean españoles y además guardias civiles o militares, como ocurrió con algunos de los condenados por el caso de la manada en Pamplona.

Esa creciente notoriedad de Vox también se percibe en las conversaciones de la calle. Sus proclamas, como sucedió hace una década con el ánimo justiciero y la autosuficiencia que proyectaba Podemos, se pasean ahora por las playas, se apalancan en las barras de los bares, inflaman las comidas familiares y se corean en forma de estribillo contra la madre de Pedro Sánchez en los conciertos y hasta en las verbenas de los pueblos. 

Incluso hay gente que habla ya con más enjundia de lo que cuesta una plaza de ‘mena’ y de los supuestos emigrantes alojados en hoteles de lujo que de su propia pérdida de poder adquisitivo por la inflación y la no deflactación de la tarifa del IRPF.

Además, ha vuelto a prender el discurso de la «derechita cobarde», del PP acomplejado, de que Alberto Núñez Feijoo no tira porque no es suficientemente duro. Y lo cierto es que, a pesar de la caída del PSOE, demoscópicamente los populares están más débiles. En los últimos meses, han perdido una decena de escaños, su intención de voto ha descendido y lo que es peor para ellos: algunas encuestas, como la última de Sigma 2, detectan que Vox les ha arrebatado un millón de votos.

Pero lo más relevante es descifrar si ese crecimiento de Vox favorece o perjudica la alternativa a Pedro Sánchez y si sus escaños se pueden sumar alegremente con los del PP para proclamar que la derecha barrerá en las próximas elecciones generales.

Una primera conclusión es que la moderación está estancada. Los chicos ‘malotes’ siguen siendo las estrellas del baile. Por eso, el edén de la centralidad, esa legítima aspiración de columnistas, analistas y politólogos del centro derecha y el centro izquierda de demoler el muro sanchista y regresar al tiempo en el que había cierto diálogo sobre los temas nucleares de la gobernabilidad del país e incluso se cerraban algunos pactos de Estado, cada vez se aleja más.

Lo que viene por delante es poca comedia musical romántica y mucho ‘spagueti western’ del malo. A los pistoleros les interesa la bronca permanente, tensionar, escenificar que «City Spain» está a punto de ser asaltada por una peligrosa banda de fachas o de fanáticos yihadistas y convertir su calle principal en una ‘balancera’ continua para que el miedo destruya a la razón y las elecciones se vuelvan a jugar a la ruleta rusa como en julio de 2023.

Por eso el crecimiento de Vox es la única buena noticia que al PSOE le deparan las encuestas. Arruinadas casi todas sus banderas progresistas por la corrupción o el fiasco de sus leyes feministas, le queda la pancarta del «No pasarán» e intentar movilizar de nuevo el voto de la extrema izquierda y de los independentistas más tibios.

Pero incluso, aunque esa estrategia fracasara y PP y Vox sumarán una gran mayoría absoluta, no está garantizada la estabilidad del próximo gobierno. Feijóo fue muy aplaudido en su Congreso Nacional por anunciar que no gobernaría en coalición con Abascal, pero para eso necesita una victoria muy rotunda. Tiene que sacar más escaños que todo el bloque que apoya al Gobierno y después conseguir al menos la abstención de Vox. Si así fuera, el líder del PP sufriría mucho porque Abascal también tiene sueños de grandeza. Por qué conformarse con las migajas del poder si en esta coyuntura internacional puede aspirar a ser Nigel Farage, Marine Le Pen o Victor Orban.

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