The Objective
Pablo de Lora

La respuesta no soplaba en el viento

«Tomarse a Charlie Kirk en serio»

Opinión
La respuesta no soplaba en el viento

Charlie Kirk. | Zuma Press

Dejó escrito John Stuart Mill en Sobre la Libertad: «La maldad específica de silenciar la expresión de una opinión es que hurta de algo valioso a la especie humana. Y es que si la opinión es correcta, se priva a nuestros congéneres de la oportunidad de trocar el error por la verdad. Si es errónea, pierden lo que es igualmente un gran beneficio: la más clara percepción y vívida impresión de la verdad, producidas por su colisión con el error». «Cualquier forma de silenciar la discusión – escribió también- es la asunción de la infalibilidad. Rehusar escuchar una opinión porque se está seguro de su falsedad es asumir que la certidumbre propia es lo mismo que la certidumbre absoluta».

El 19 de mayo de 2025 Charlie Kirk debatió durante más de hora y media con algunos estudiantes de la Universidad de Cambridge. Casi al final le tocó el turno a Tilly Middlehurst, una estudiante de 20 años que arrancó declarándose feminista. A la inmediata pregunta por parte de Kirk de qué consideraba ella que es una mujer, Middlehurst dio una respuesta cabal («hembra de la especie humana») y a partir de ahí el intercambio evidenció que Middlehurst, con su sagacidad, conocimiento de las cuestiones suscitadas y prontas respuestas o consideraciones bien articuladas, puso a Kirk en un brete. Como, a mi juicio, ningún otro de los previos estudiantes que le desafiaron. De hecho Middlehurst vivió sus posteriores días de gloria en los medios de comunicación y redes sociales aplaudida por miles de correligionarios.

Algunos meses antes, en septiembre de 2024, Charlie Kirk se había enfrentado a «25 estudiantes woke» en un debate de la plataforma «Jubilee», un canal de youtube creado por Jason Y. Lee con el que, tras las elecciones presidenciales de 2016, quiere instigar una discusión política más sana, amplia y diversa en los Estados Unidos. El formato es cautivador: el invitado decide sobre qué asuntos se discute y los interlocutores, sentados en círculo, corren para ser los primeros en situarse frente al que será su oponente en un tiempo tasado. Los restantes que permanecen en sus asientos pueden sacar una bandera roja y cuando la mayoría lo hacen se considera que el intercambio está agotado en ese punto y que otro interlocutor debe tomar el relevo para seguir con ese asunto o afrontar el siguiente de los temas.

Dean Withers se ganó ese puesto en ese encuentro de septiembre de 2024. Si uno acepta que (1) todos los seres humanos, independientemente de su condición, tienen derecho a la vida (así lo proclaman infinidad de Constituciones y textos internacionales de Derechos Humanos); (2) que terminar con la vida humana de un inocente es una forma abominable de atentar contra ese derecho, y (3) que el ser humano existe desde el momento de la concepción, el rechazo a toda forma de aborto voluntario, en la medida en que constituye un asesinato, está servido. Siguiendo el razonamiento, su práctica rutinaria en los Estados Unidos, por no decir en todo el mundo, arroja una cifra en número de «vidas inocentes truncadas» que palidece frente al número de víctimas del holocausto propiciado por los nazis.

Withers tenía muchas ganas de desafiar este, desde el punto de vista lógico, pulcro razonamiento, y así lo hizo, poniendo en cuestión la coherencia interna de Kirk a partir de una suerte de argumento apagógico (reducción al absurdo): «¿deberíamos considerar a las mujeres que disponen de un dispositivo intrauterino (DIU) como ‘asesinas’ pues impiden a sabiendas que el embrión pueda implantarse?» Kirk dudó y una vez afinados los términos del supuesto concluyó que sí, que se trataba de mujeres que habrían asesinado al concebido. «¿Deberían ir por ello a la cárcel?» – repreguntó Withers. No: ellas son las víctimas del sistema abortista, pero sí los médicos que practican abortos tardíos, vino a responder Kirk, claramente contrariado. «Este ha sido el mejor argumento que nadie ha hecho en este tema» – le dijo a Withers al darle la mano al finalizar el intercambio.

No siempre ha sido así. Los debates con Kirk han evidenciado muy frecuentemente una manera extremadamente dogmática de afrontar muchos difíciles y complejos dilemas morales y políticos y casi nunca ha concedido siquiera la duda o algún margen para replantearse él mismo sus premisas; casi siempre ha invocado las sagradas escrituras de manera ad hoc, cometiendo la falacia de la evidencia incompleta («cherry picking»), y lo mismo a la hora de manejar los datos sobre fenómenos sociales multifactoriales muy difíciles de explicar en sus causas últimas (la infelicidad de la mujer occidental, el aumento del suicidio de los varones, la cultura de abandono del hogar de los hombres africanoamericanos en Estados Unidos, la consecuencia de la permisión en el uso de las armas, entre otros) y ante muchas de esas afirmaciones apodícticas siempre cabía recordarle el fundante axioma metodológico, tan del gusto de los mejores científicos sociales, que reza: correlación no es causalidad.

Intriga a cualquiera que preste buena atención a su discurso, cómo ha podido incurrir en los mismos vicios esencialistas, anti-individualistas y falacias ecológicas a propósito de los africanoamericanos (así por ejemplo sus observaciones sobre el horrible crimen de la ucraniana Iryna Zarutska en Carolina del Norte) que él, cabal y justificadamente, reprochaba a otros en sus debates sobre el problema racial en Estados Unidos para así vindicar que todas las vidas humanas importan; que nadie – tampoco los blancos- deben ser juzgados solo por su pertenencia a una clase, por la posesión de rasgos o propiedades que no dependen de su voluntad.

Pero, todo hay que decirlo, esos debates tampoco pretendían ser seminarios estrictamente académicos (aunque en comparación con nuestro Parlamento o cualquiera de nuestras tertulias televisivas podrían pasar como sesiones del Círculo de Viena), y, por encima de todo lo anterior, lo que se tiene que consignar es que junto a la virtud milliana de hacernos percibir mejor y más vívidamente algunas pequeñas, y provisionales verdades (y no pocas incoherencias en la manera en la que muchos pensamos algunas cosas), mediante su osadía contrahegemónica Kirk ha abierto escotillas necesarias, sobre todo en el ámbito universitario, allí donde debería ir de suyo que no es preciso hacerlo pues es la institución llamada precisamente a la libre, amplia y racional discusión de ideas y teorías.

Porque lo cierto es que miles de jóvenes, universitarios o no, llevan tiempo intimidados o directamente silenciados si se animan a brindar en muchos foros sus densas concepciones de la vida buena, quizá basadas en la tradición, quizá en lo que se desprende de una determinada fe religiosa. Y, con mayor pertinencia académica, que desconfían, por variadas y atendibles razones, de toda esa cacharrería conceptual que bajo sintagmas tales como «racismo sistémico», «decolonización», «violencia epistémica», «heteropatriarcado», entre otros muchos aún más pintorescos, camufla una agenda profundamente ideológica y partidaria que milita directamente contra las instituciones y el ethos de la democracia liberal, la forma política que, hasta donde sabemos, mejor garantiza la convivencia política y el florecimiento de los seres humanos. «El gusto por el desacuerdo es una virtud en una democracia», ha dicho Ezra Klein en una de las mejores piezas que se han escrito en estas horas a propósito del asesinato de Kirk.

«El gusto por el desacuerdo es una virtud en una democracia»

Ezra Klein

Lo saben bien, y así lo han demostrado, tanto Tilly Middlehurst como Dean Withers quienes, inmediatamente después de conocerse el fatal ataque, han mostrado públicamente su profundo abatimiento. Ambos, entre lágrimas, no dejaban de significar el hecho de que murió brutalmente frente a sus hijos, ya huérfanos, y su mujer, y que nadie merece terminar así, independientemente de lo que uno piense o del sentimiento que le provoque escuchar las posiciones políticas de Kirk a quien en última instancia muestran su respeto por el talante y la actitud demostrada. Las redes sociales que todo lo amparan también acogen a los que les afean y vilipendian por ese gesto de humanidad básica. La razón, entre otras, es que no habría que lamentar el asesinato de quien, como Kirk, ha caracterizado las muertes por arma en Estados Unidos como el justificable precio a pagar por el derecho de sus ciudadanos a seguir teniéndolas, lo cual es tanto como decir que quien sostiene que las muertes en carretera por accidente son un inevitable y justificado peaje para seguir usando coches para desplazarnos, merece ser atropellado. El chusco argumento ha hecho también fortuna entre algunos de nuestros influencers y comentaristas políticos más aclamados.

El asesinato de Kirk tiene todos los componentes de la tragedia clásica: el asesino actuó presuntamente movido por su «antifascismo» y era él mismo una criatura de la cultura armamentística del país, acostumbrado, por lo que parece, a disponer y usar armas desde bien niño. Y añádase que el último intercambio de Kirk versó precisamente sobre el peligro de los tiroteos masivos. Lo suscitó un joven asistente al encuentro, Hunter Kozak, autoproclamado de izquierdas, que llevaba días muy irritado por cómo Kirk había analizado el tiroteo en una escuela de Minneapolis a manos de una persona trans que había tenido lugar semanas atrás. Así, aprovechó la ocasión que le brindaba la presencia de Kirk en ese campus de Utah Valley para interpelarle y refutarle. Fue su último debate y Kozak la última persona que habló con él (tras el asesinato, Kozak se ha mostrado desolado como Tilly Middlehurst y Dean Withers y ha condenado el hecho sin adversativas: localicen su entrevista porque vale mucho la pena). Ese último intercambio discurrió así:

Hunter Kozak: «Hace algunas semanas se produjo un tiroteo en Minneapolis y desde entonces se insiste en que debemos empezar a hablar de revocar los derechos a portar armas de las personas trans. ¿Estás de acuerdo?»
Charlie Kirk: «Sí».
Hunter Kozak: «¿Sabes cuántas personas trans han protagonizado tiroteos masivos en los últimos diez años?»
Charlie Kirk: «Demasiadas».
Hunter Kozak: «Son 5. ¿Sabes cuántos tiroteos ha habido en total?»
Charlie Kirk: «¿Contando o no contando los tiroteos entre bandas?»

«La respuesta, mi amigo, está soplando en el viento», cantó Bob Dylan. Para muchas de nuestras preguntas la respuesta solo «sopla en el viento» porque adquiere la resonancia de la voz humana, pero nunca es respuesta a nada el silbido y posterior silencio que provoca el envilecido metal de una bala que, tras soplar en el viento, certeramente siega la vida de quien nos desafía con la incomodidad de sus ideas y preguntas.

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