De vuelta a España
«Los inevitables psicópatas separatistas en funciones de pirómanos han quemado tres banderas y solo tres: la de España, la de Francia y la de Israel»

Alejandra Svriz
A la memoria de Bernardo Ruiz
Para la gente de mi edad o poco más jóvenes que no fuimos aficionados al dichoso fútbol, el ciclismo constituyó nuestro principal almacén de mitos deportivos. Nacían en la Vuelta a España y en los mejores casos consolidaban su gloria en el Tour de Francia o el Giro de Italia. Pero el portal de Belén donde nacían entre bueyes, mulas y a veces guardias civiles los forzados salvadores de nuestra dignidad patria era la Vuelta a España, la gran prueba nacional. Yo seguí fiel a ella y al Tour que la culminaba hasta que acabó la era Induráin. Luego, entre otros escándalos de dopaje y la decadencia personal, convencido de que más grande que Miguelón ya no habría ninguno (y a mi juicio así fue), me fui alejando de la afición aunque de vez en cuando aún me asalta su recuerdo como piedras miliares que jalonan el año: ahora están ya en el Giro, ahora van a los Alpes, ayer fue la última contrarreloj… ¡Cómo olvidar del todo a los ciclistas! Sería como olvidar los primeros baños en el mar o la primera novia… o el primer tren eléctrico, aunque esos creo que ya han desaparecido de los cuartos de jugar y, gracias a Óscar Puente, del gran tendido ferroviario.
Una de las muchas fechorías simbólicas que nos impuso el terrorismo etarra fue dejarnos sin Vuelta en el País Vasco durante varios lustros. ¿Cómo dice usted, Vuelta a… a España? Imposible, aquí no tenemos España, no hay que darle más vueltas. Los separatistas violentos siempre han sido tiránicos, fueron y son a poco que les dejen los mejores herederos de Franco. Y como estamos en un año de aniversario franquista, han intentado otra vez volver a las andadas y fastidiar la Vuelta. Yo no creo que se le ha dado toda la importancia que tiene al boicot violento a nuestra principal prueba ciclista, como se hizo en otros tiempos: ayer por culpa de España, hoy por culpa de Israel. El caso es dar siempre la razón a los más brutos de la clase. Perico Delgado protesta y le montan la bronca, a la Mema García le parece muy bien y le nombran ministra… como Albares, más memo todavía. Pase que un Estado o la UE tomen medidas estatales contra el Estado de Israel como muestra de desaprobación por la política ciertamente objetable de Netanyahu. Quizá consigan algo, aunque los gobernantes israelitas no se la cogen con papel de fumar porque han aprendido la lección histórica de las últimas décadas. Con más o menos razón tratan de asegurar su supervivencia y no de ganarse las simpatías de Ursula von der Leyen o Javier Bardem. Pero en cualquier caso no es lo mismo la presión diplomática a nivel estatal que las hordas desencadenadas contra ciudadanos judíos que tratan de vivir normalmente en la Europa civilizada. Bahamontes o Loroño no representaban al régimen represivo franquista en el Tour o el Giro, ni los turistas españoles que viajaban por el mundo merecían represalias de los justicieros violentos que querían castigar al dictador en sus cabezas. ¿Por qué hay que castigar a cada ciudadano judío como si fuese Netanyhahu cuando no maltratamos a cada palestino como si fuese de Hamás? ¿Haber comprado en los chinos una banderita palestina nos convierte en expertos en política gazatí? Por lo visto, para algunos desaprensivos todos los judíos son culpables por el simple hecho de ser judíos: hace siglos eran el pueblo deicida y ahora son el pueblo genocida, ambas acusaciones con las mismas pruebas históricas. Recuerden los nombres de los políticos, periodistas e influencers que hoy vociferan que la barbarie desatada en la Vuelta con peligro de las vidas de deportistas judíos o quienes les acompañan está muy justificada como represalia a las matanzas de Gaza. Recuerden esos nombres infames, invariablemente de izquierdas, cuando les oigan luego pontificar ensalzando a Pedro Sánchez y sus aliados o justificando sus privilegios autoconcedidos. Son basura sectaria, siempre.
«Los festejos insurgentes se han mantenido más cerca de la realidad catalana porque ha participado en ellos mucha menos gente que nunca»
Este 11 de septiembre parece que los festejos insurgentes se han mantenido más cerca de la realidad catalana porque ha participado en ellos mucha menos gente que nunca. El president Illa, el fariseo lemosín, los Turull, los peneuveros y demás ralea han puesto un entusiasmo independentista muy moderado (¡no vaya a ser que las autoridades españolas nos cojan la palabra!). Solo les ha unido la defensa de la lengua catalana, defensa tanto más heroica cuando que nadie la ataca y que se resume en tratar -inútilmente, claro- de extirpar la constitucionalmente imprescindible lengua castellana. Pues bien, la novedad de este año ha sido que los inevitables psicópatas separatistas en funciones de pirómanos han quemado tres banderas y solo tres: la de España, la de Francia y la de Israel. De modo que ya sabemos los tres estados democráticos que hay que defender, contra los bárbaros que les asedian y contra sus propios errores.