The Objective
Cristina Casabón

La deshumanización de Charlie Kirk

«Se invoca la libertad mientras se censura, se exalta la tolerancia mientras se demoniza, se proclama el pluralismo mientras se expulsa al discrepante»

Opinión
La deshumanización de Charlie Kirk

Charlie Kirk.

La agresión contra un equipo ciclista por el simple hecho de ser israelí. El asesinato de Charlie Kirk, un joven activista conservador en Estados Unidos. El lenguaje de un ministro, Bolaños, que reduce a «barbarie» toda opción política distinta del sanchismo. Son fenómenos distintos de los últimos días, movidos por un mismo resorte: deshumanizar al Otro. 

No se trata ya de confrontar argumentos, sino de borrar al otro: no se discute con un israelí, se le boicotea; no se debate con un conservador, se le liquida; no se dialoga con un adversario político, se le descalifica como bárbaro. Lo más paradójico es que todo esto ocurre con frecuencia en nombre de la democracia

Qué violento se está poniendo el lado correcto de la historia. 

Se invoca la libertad mientras se censura, se exalta la tolerancia mientras se demoniza, se proclama el pluralismo mientras se expulsa al discrepante. El mal habla el lenguaje del bien, que diría Finkielkraut, aunque quizás no tanto. 

Ahora muchos exhiben su fealdad tímidamente y reciben ovación en redes sociales. Mensajes que celebran la muerte de Kirk, o que dan a entender que él mismo se lo ha buscado. Es repugnante, y siempre es preferible tapar los malos sentimientos. La hipocresía es el último parapeto de la civilidad: cuando se deja de fingir una virtud, esta ha sido totalmente arrumbada, y la sociedad se degrada un peldaño más. Porque lo que se pierde no es solo la moral, sino la vergüenza, ese sentimiento básico que sostiene la vida en común.

Luego hay quien trata de quitar hierro a la cuestión aludiendo a que estamos, ni más ni menos, ante un caso o un clima de violencia política endémico en los Estados Unidos y tachan de alarmistas a quienes extienden el problema. Aducen que la mayoría social es contraria a la violencia física como herramienta política. Esto, que es cierto, admite un matiz importante: junto a esa mayoría social, hay una minoría prescriptiva de la opinión progresista dispuesta a contemporizar con lo ocurrido, a banalizar la violencia cuando la víctima es el «enemigo». 

Solzhenitsyn recordaba que la línea que separa el bien y el mal no pasa entre partidos ni entre naciones, sino «por el corazón de cada ser humano». Es nuestra responsabilidad no justificar jamás a la violencia indecible, no aliarse con el mal para conseguir aplausos o reconocimientos.

Y si bien los que nos negamos a justificar la violencia en política a ambos lados del espectro político somos los más, hay que prestar atención a este signo de los tiempos que nos empuja cada día un poco más allá de las líneas rojas. La convivencia democrática que damos por supuesta es una orfebrería muy frágil, una construcción de siglos y materiales sutiles. Si seguimos cediendo a la lógica de la deshumanización, un día esa artesanía puede romperse. Y nadie sabe lo que quedará en pie.

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