La dictadura familiar
«Consigue su objetivo: uno sale de su lectura con la boca seca y un nudo en el estómago. Y con el convencimiento de que la familia puede ser una dictadura»

El escritor Andrea Bajani.
Hace diez años, el narrador de El aniversario (Anagrama, 2025), la novela de Andrea Bajani, rompió con sus padres. De ahí el título. En la despedida, la madre hace un amago de súplica. «¿Volverás a visitarnos?». En el fondo sabe que no. «Desde entonces», escribe el narrador, «he cambiado de teléfono, de casa, de continente, he levantado un muro inexpugnable, he puesto un océano de por medio. Han sido los diez mejores años de mi vida». Y, sin embargo, han estado llenos de dolor, de remordimiento, de terapia.
Es una novela psicológica: lo que importa es el movimiento de las ideas, las teorías de la mente de los personajes, las atmósferas. No importan los espacios ni los contextos. Es una autopsia amarga y dolorosa de la familia. La madre resignada, anulada, subyugada ante un padre autoritario, violento, manipulador. Los silencios llenos de rencor de la hermana del narrador, al que le reprocha su connivencia con el «pequeño universo de campo de concentración» que ha creado el padre. Y la serenidad del protagonista, que narra con frialdad lo que ocurre a pesar de que durante años le alteró radicalmente: tenía temblores, diarreas, tics nerviosos cada vez que hablaba por teléfono con sus padres. Del padre se cuentan sus acciones. Es en el fondo una historia sobre el patriarcado. La verdadera protagonista es la madre, un personaje unidimensional: el narrador no considera que su estatus de víctima la convierta automáticamente en alguien interesante o virtuoso. Pero todo gira en torno a ella.
A veces es demasiado retórica, demasiado wordy, como dicen los anglosajones: repleta de palabras. Lo que podría decirse en una frase corta se dice en cuatro largas. Bajani se enamora a menudo de la solemnidad de su prosa. Pero consigue su objetivo, si es que su objetivo es este: uno sale de su lectura con la boca seca y un nudo en el estómago. Y con el convencimiento de que la familia puede a veces ser una dictadura.
Al leerla pensaba, aunque su prosa es mucho más contenida, en Emmanuel Bove, ese genio francés heterodoxo e incomprendido. De joven, abandonó a su madre por su madrastra; de adulto, abandonó a su mujer y a su hija repentinamente, sin aviso. En varias de sus historias vuelve a ese escapismo. En su novela El presentimiento, el protagonista abandona a su familia «Porque no tenía ganas de elegir». En su relato «La historia de un loco», el protagonista se va despidiendo de todos sus amigos, no porque vaya a suicidarse, sino porque no volverá a verlos. En las obras de Bove hay un existencialismo muy de su época (los años treinta, cuarenta y cincuenta). Sus personajes no le ven sentido a la vida. El de El aniversario, en cambio, tiene los pies en la tierra. Su ruptura no es rebeldía ni nihilismo, tampoco es una liberación: es una huida por supervivencia.
También me recuerda a autobiografías como Un buen hijo de Pascal Bruckner, a Mis padres de Hervé Guibert. Pero El aniversario es una novela, y aquí la ficción funciona como un mecanismo psicoanalítico. Siempre he pensado que el psicoanálisis es literatura. La terapia es, en el fondo, una clase de escritura autobiográfica. Uno acude a ella para elaborar el relato de su vida. Bajani no lo dice explícitamente, pero piensa lo mismo. La novela, dice en este libro, sirve como «dispositivo pensante». Es decir, como terapia. El narrador escribe para llegar a su verdad, aunque llegar a ella sea una quimera. «En ese acceso, a través de la invención, a lo que el recuerdo no posee, estriba precisamente la fuerza brutal de la novela. Que casi siempre se desinteresa de la realidad y aporta siempre la verdad».