La turba contra el pelotón
«Hay que ser muy cínico para sostener que el violento boicot a la celebración de la Vuelta a España sostenido durante tres semanas ha sido una protesta ‘espontánea’»

Disturbios durante el final de La Vuelta en Madrid.
Sólo los majaderos, los cobardes a sueldo y los muy cínicos pueden sostener que el violento boicot a la celebración de la Vuelta a España sostenido durante tres semanas y su colofón el domingo con el aquelarre vivido en la capital ha sido una manifestación «espontánea del pueblo de Madrid» para protestar contra la masacre de palestinos que lleva a cabo desde hace ya demasiado tiempo el Gobierno israelí de Benjamin Netanyahu en la Franja de Gaza.
La protesta ha sido alentada irresponsablemente por el presidente Pedro Sánchez y organizada desde el primer día por las turbas del nacionalismo étnico y la izquierda reaccionaria (Bildu, Sumar, Podemos) como cortina de humo ante los escándalos de corrupción de un Gobierno paralizado sin Presupuestos ni proyecto y como último aglutinante de una mayoría parlamentaria imposible. A tal fin poco importaba la integridad física de los ciclistas y de todos quienes les acompañan en las etapas, el esfuerzo y la recompensa de los deportistas, el éxito de la competición, las inversiones realizadas para su celebración o el interés de los aficionados.
Menos aún importaba la imagen internacional de España ni las relaciones con nuestros aliados europeos -¿alguien puede imaginar al presidente de la República Francesa sabotear el Tour o al primer ministro británico Wimbledon?- ni sus consecuencias políticas y económicas, por no hablar de la relación con Israel, única democracia en Oriente Próximo, y que un día sentará en el banquillo al propio Netanyahu para que rinda cuentas sobre los casos de corrupción que le rodean o por los fallos de seguridad del 7 de octubre de 2023. Tampoco importaba todo esto que el inefable ministro del Interior, siempre obediente al «puto amo», maniató a las fuerzas de seguridad para que no fracasase el triunfo de los fanáticos azuzados por el poder.
Ayer cantaban victoria. La movilización de esas «manadas de acoso», como las describió Elias Canetti, contra los ciclistas no solo ha sido un éxito sino que ha servido de ensayo general de las manifestaciones y escraches que, me temo, pueden venir el día que este Gobierno y quienes lo sostienen pierdan el poder.
Los incidentes continuos a lo largo de la carrera han expuesto también la cobardía de las instituciones políticas y deportivas, desde la pasividad de la Ertzaintza al director de la Vuelta pasando por el delegado del Gobierno en Madrid, a excepción de Perico Delgado, cuya valentía al condenar el vandalismo de los manifestantes progubernamentales le costará previsiblemente su colaboración con TVE. Hay que recordar que el equipo de propiedad israelí, pero sin un solo ciclista de esa nacionalidad, ha corrido este año sin problemas la Volta a Catalunya, el Giro de Italia y el Tour de Francia.
«La historia no los absolverá. Han corrompido todas las causas, todas las palabras, y han acabado con la fe en este país»
Tampoco debe sorprender esta agresión a una manifestación deportiva. Todos los valores que acompañan al deporte, como el sacrificio y la redención personal, el mérito, el esfuerzo, la voluntad y la superación individual, así como la mera competencia y la ambición de ganar son detestadas por esta izquierda española secuestrada por el wokismo más mentecato.
Este Gobierno que no tiene claro si existe España ni sabe definir qué es una mujer, que pretende gobernar sin Presupuestos ni Parlamento, sin más plan que la supervivencia de la pareja presidencial, que ha excluido a la derecha del sistema político, que acosa a los jueces y a los medios independientes, que ha dividido como nunca antes en democracia a la sociedad española, que no cree en la alternancia política y ha construido una formidable máquina de propaganda con el único fin de sembrar el odio entre los españoles pretende pasar por un gobierno de izquierdas o progresista. Pero la historia no los absolverá. Han corrompido todas las causas, todas las razones, todas las palabras, y han acabado con la fe y la esperanza en este país.
En su autobiografía, Arthur Koestler cuenta la extrema y criminal polarización política que se vivía en Alemania en 1931, donde, dice, era imposible no tomar partido. Él lo hizo un 31 de diciembre afiliándose al Partido Comunista Alemán después una noche aciaga en la que perdió una gran cantidad de dinero jugando al póquer, se acostó con una mujer que no le gustaba y se le estropeó el coche sin reparación posible. Y es esa mañana, en ese momento, cuando escribe esta reflexión: «¿Qué va a ser de aquellos a los que no les consuela el odio?».