Sánchez, Gaza y el falso dilema
«Si a unos simpatizantes por la causa palestina les diera por impedir la celebración del Consejo de Ministros, ¿el Gobierno lo censuraría?»

Ilustración de Alejandra Svriz.
No hacen falta encuestas, aunque las haya. Basta oler lo que se respira en la calle. La mayoría de españoles está en contra, decididamente en contra, de lo que el ejército israelí está perpetrando en Gaza. Llamémosle genocidio, masacre indiscriminada de civiles o respuesta absolutamente excesiva ante el ataque terrorista de Hamás del 7 de octubre de 2023. El término ahora parece más urgente que cualquier otra cosa, si no se dice genocidio, paladeando las sílabas, es como si no se condenaran los excesos abominables del ejército de Netanyahu. El Rey ha calificado de «crisis humanitaria insoportable» la situación en Gaza. Y no ha dicho genocidio. Conviene hacer memoria histórica reciente, en mayo de 2024, preguntado Sánchez sobre si calificaría de genocidio lo que estaba sucediendo en Gaza, el presidente respondió.
«Yo tengo mi particular visión sobre esta situación. ¿Si se están respetando los derechos humanos en Gaza? Tengo serias dudas. En todo caso, quien debe clarificarlo es la Corte Penal Internacional y el Tribunal Internacional de Justicia». Hasta la fecha, ninguna de las dos instituciones ha emitido un fallo que hable del genocidio sobre los palestinos, aunque haya investigaciones sobre crímenes de guerra y contra la humanidad. En todo caso, el término genocidio, aplicado en un tribunal, lleva su tiempo, y llegará el momento donde todo deba aclararse. Pide el PSOE, cuando lo ha ordenado Sánchez, que se hable de genocidio, por «hablar claro». Este mismo Gobierno, que niega llamar dictadura a lo que ocurre en Venezuela, que llama pacificación en Cataluña a lo que es la claudicación del Estado, que habla de financiación singular para la Generalitat, cuando no es más que una medida de insolidaridad, o que elimina el delito de sedición y modificó el de malversación porque había que «armonizarse con Europa». Ese Gobierno, ahora, pide hablar claro.
Hagámoslo: es una imprudencia gravísima lo que acaba de poner en marcha el Gobierno de España. La táctica del dilema falso: ¿Qué es más importante, unos ciclistas o la masacre que está ocurriendo en Gaza? Porque la Vuelta ciclista a España es importante, pero es que hay un genocidio en Palestina. Y por ende, si hay un genocidio en marcha, un genocidio televisado en 2025, tendremos que ir con todo. Y por ello, si hay unos cuantos exaltados que ponen en riesgo a los ciclistas, se debe poner en contexto, y toda trifulca nacional palidece con la cuestión gazatí. Los ciclistas son minucias. No se me queje usted de sus problemas, olvide ya la emergencia climática que andaba tan en boga hasta hace dos días, y ahora céntrese en el genocidio. Cuando ese dilema, otra vez la división en bloques, nace de un razonamiento burdo. Y peligroso, especialmente peligroso. Considerar una victoria, un orgullo de país, el que se corte un evento de esas magnitudes puede acabar teniendo un reverso tenebroso. El boomerang.
Si una reposada mañana, con el Gobierno de España sin aprobar el embargo de armas a Israel, ni haber roto relaciones con el Estado israelí, a unos nobles simpatizantes por la causa palestina les diera por impedir la celebración del Consejo de Ministros, boicotear el próximo acto del presidente del Gobierno o acampar delante del Ministerio de Defensa y acosar el vehículo oficial de la ministra, ¿el Gobierno lo censuraría? ¿O diría, por el contrario, que es un acto que «habla bien» de la ciudadanía española? Y regresemos al dilema: ¿Qué es más importante, un Consejo de Ministros o la masacre que está ocurriendo en Gaza? ¿Un mitin de Sánchez o la masacre que está ocurriendo en Gaza? Quizá este no final de la Vuelta sea un buen reflejo del momento que vive España: la paralización. Entretenidísima, lúdica parada, largas horas de debates sobre los conejos que saca el gobierno, pero un país paralizado. Ya saben lo que dijo el presidente: ¿Unas elecciones? «Sería paralizar el país». Aquello sonó a «quita, quita, que eso es mucho lío».