Se puede tapar la mierda con una bandera
«Pocas cosas más cínicas que instrumentalizar una tragedia ajena como cortafuegos para sus escándalos. Palestina no es para Sánchez una causa, es una coartada»

El presidente del Gobierno durante un acto este sábado en Málaga.
Dado que la bandera de España le viene grande, Sánchez ha decidido enarbolar la palestina. No lo hace por convicción moral ni porque le preocupe lo más mínimo la situación de los civiles en Gaza, sino por pura supervivencia. Pretende ocultar bajo el estandarte palestino la ciénaga de corrupción que lo rodea y que cada día está más cerca de devorarlo. Pero pocas cosas más cínicas que instrumentalizar una tragedia ajena como cortafuegos para sus propios escándalos. Palestina no es para Sánchez una causa, es una coartada.
Pedro llevaba días intentando agitar el espantajo de Israel como enemigo exterior para desviar la atención de las causas judiciales que se ciernen sobre él y su entorno. Pero como el relato no terminaba de cuajar, decidió imponerlo a golpes: arengando a la violencia, alentando a los radicales y jaleando a quienes convirtieron un evento deportivo de primer nivel como la etapa final de la Vuelta en un bochorno internacional, con disturbios, barricadas, ciudadanos huyendo aterrorizados y la integridad física de los ciclistas comprometida.
Veintidós policías resultaron heridos mientras el Gobierno, lejos de protegerles, les ataba de pies y manos. Entre los alborotadores no solo había activistas propalestinos, sino viejos conocidos de la kale borroka e individuos vinculados a Hamás. Pese a que Interior conocía estos vínculos, se permitió que actuaran a placer. Y es que para Sánchez, una calle ardiendo es menos peligrosa que un sumario abierto: el humo de los disturbios le sirve para tapar el hedor que desprenden sus causas judiciales.
Lo escandaloso no fue solo el caos, sino la reacción del presidente, inédita en democracia, ya que en lugar de condenar la violencia, se declaró orgulloso de los manifestantes. Un jefe de Gobierno que aplaude a radicales violentos mientras sus policías acaban en el hospital certifica algo: ha decidido sacrificar el orden público y la reputación nacional en el altar de su estrategia electoral.
Porque lo que Sánchez persigue no es salvar a Palestina, ni mucho menos, sino salvarse a sí mismo. La emergencia humanitaria le importa lo mismo que le importó el Sáhara: nada. Las banderas saharauis, antaño agitadas con entusiasmo por actores y activistas mediáticos, desaparecieron en cuanto claudicó ante Marruecos. Han quedado reducidos a un coro sincronizado que baila al ritmo que marca Sánchez: indignación cuando él lo ordena, silencio cuando a él le conviene.
«Sánchez se autoproclama campeón mundial de la superioridad moral, pero el único podio que lidera es el de los imputados que le rodean»
No satisfecho con haber convertido la Vuelta en un esperpento internacional, Sánchez ha decidido extender el boicot a cualquier escaparate que le permita exhibirse como supuesto líder moral de la izquierda mundial. Pide la expulsión de Israel de todas las competiciones deportivas y fuerza a RTVE a retirar a España de Eurovisión, como si nuestro prestigio internacional dependiera de vetar canciones o partidos. Sánchez se autoproclama campeón mundial de la superioridad moral, pero el único podio que lidera de verdad es el de los imputados que le rodean en su Gobierno y en su propia casa.
Pero lo cierto es que no existe bandera lo suficientemente grande para tapar la podredumbre del sanchismo. Ni la rojigualda ni la palestina, ni siquiera la arcoíris que suele desplegar en campaña, podrán ocultar el hedor de los casos que ya están en los juzgados: el caso Koldo, los contratos inflados de mascarillas, el enchufe del hermano del presidente, los negocios de su esposa, las cloacas internas del PSOE. Toda esa podredumbre rebosa y amenaza con desbordarse.
Sánchez ondea la bandera palestina como un prestidigitador agita un pañuelo rojo antes de sacar un conejo de la chistera. Quiere que miremos allí para que no nos fijemos en su corrupción. Por mucho que agite banderas ajenas, lo que asfixia a España no está en Gaza ni en Tel Aviv, sino en Moncloa: un presidente dispuesto a dinamitar la democracia para salvarse a sí mismo.
¿Se puede tapar la mierda con una bandera? No. Nunca. Da igual el color, el tamaño o la causa que pretenda encarnar: la mierda siempre acaba por desbordar y mancharlo todo. Ninguna enseña puede ocultar el hedor de un poder corrompido hasta el tuétano, de un presidente rodeado de imputados y escándalos. Lo único que consigue Sánchez es arrastrar las banderas que agita al lodazal en el que él mismo chapotea.