Quiero ser ministra
«Podré asumir sin complejos la contradicción entre postulados expresados y modo de vida, pues tendré a mi disposición toda la ‘opinión sincronizada’»

Ilustración de Alejandra Svriz.
Efectivamente. Quiero ser ministra, ahora, en España. Podré servirme de los recursos públicos integrada en la élite de la gauche divine, codeándome con mis equivalentes de la gauche caviar francesa o la toscana-zosi suiza, que en Inglaterra es champagne socialists y en EEUU radical chic. Podré asumir sin complejos la contradicción entre postulados expresados y modo de vida, pues tendré a mi disposición toda la «opinión sincronizada» que, según lo que se lleve, sea conveniente o divierta a nuestras autoridades.
Además, tendré muy pocas responsabilidades. Todo es delegable o transferible aquí en España. Ya comenzamos con la pandemia, donde las Comunidades Autónomas hicieron de su capa un sayo y teníamos que seguir un máster para saber cuáles eran los horarios del confinamiento, ilustrarnos sobre si podíamos acceder a un territorio u otro y mirar al cielo para que si necesitábamos según qué servicios sanitarios, una ambulancia por ejemplo, no tuviéramos que quedarnos quietos y parados en la frontera de la comunidad de origen para ser transferidos a otro vehículo similar de la comunidad de destino.
Afortunadamente esta descoordinación no me afectó en persona, puesto que pasé la pandemia entre Bélgica y Alemania y en estos países, ambos federales, se optó por la cooperación interna e internacional, para que la ciudadanía pudiera ver atendida la compleja situación provocada por el maldito virus. En Bélgica, «la Vivaldi», que es como llamábamos a la coalición entre las autoridades federales y las tres regiones, por lo de ser cuatro como Las cuatro estaciones del maestro del barroco italiano, aparecía regularmente en la televisión para que se pudieran conocer de primera mano las medidas acordadas y coordinadas entre todos ellos.
En Alemania se creó un mecanismo de coordinación entre el Gobierno federal y los länder, mediante la batuta científica del prestigioso Instituto Robert Koch y, sin declarar ningún estado de emergencia, se utilizaron las leyes en vigor para ir aplicando las medidas, bajo la dirección del Gobierno Federal y su ejecución por parte de los länder.
Seguimos la misma tónica con la dana. «Si quieren algo que lo pidan» fue el lema del Gobierno español, refiriéndose a las autoridades de las comunidades autónomas afectadas, como si no estuviera bajo su responsabilidad la toma de decisión ni la cesión de los medios adecuados para hacer frente a la tragedia o la solicitud de cooperación internacional. Poco trabajo para los ministros.
«Lo mismo ha pasado con los recientes incendios, en los que la intervención estatal ha estado bajo mínimos»
Lo mismo ha pasado con los recientes incendios, en los que la intervención estatal ha estado bajo mínimos y han sido las comunidades autónomas y los ayuntamientos quienes han tenido que hacer mangas y capirotes y coordinar a los profesionales especializados cuando los han tenido a su alcance. ¿Y los ministros? Muy bien, gracias!
Podríamos seguir por otros derroteros para encontrarnos con la misma actitud. ¿Qué hay que hacer frente a los desmanes de la «ciudadanía movilizada» contra la Vuelta a España? Pues desde el Ministerio del Interior no se ha encontrado respuesta para poder garantizar debidamente ni el uso pacífico del derecho de manifestación ni el derecho al trabajo de los corredores ciclistas. Pero claro, ¡si incluso el presidente del Gobierno ha jaleado a quienes se han comportado como energúmenos! Todos de fiesta, presidente, ministro…. Yo así también querría serlo. Poco trabajo y radical chic.
Tampoco está muy activo el ministro de Administración Territorial. Lejos de esmerarse en pergeñar soluciones al desaguisado que tenemos en torno a la organización territorial del Estado, mira hacia otro lado cuando los golpistas catalanes, arropados por los herederos del terrorismo y encumbrados desde los populismos rampantes que se han venido instalando en las instituciones, pactan cupos y financiaciones singulares o acuerdan transferencias en materias que no pueden ser transferidas. Brillante inactividad.
En Exteriores da la impresión de que se esmeran un poquito más. Lástima que concentren los ímprobos esfuerzos que debe costarles el ejercicio de un poder que antes era fundamental, tanto interna como externamente, en lo que no es esencial como política de Estado, se hagan un lío con las lenguas oficiales y cooficiales en las instituciones europeas, no se den cuenta de la usurpación de funciones que se realiza con la actividad de las «embajadas» de los golpistas y se olviden de todo aquello que, mediante grandes acuerdos, nos había situado en una envidiable posición internacional que hemos perdido inmisericordemente por méritos propios. ¿Qué nos queda aparte del Grupo de Puebla?
«La falta de cultura política lleva a confundir a un gobierno que realiza actuaciones impresentables con sus nacionales»
Si han conseguido cancelar la última etapa de la Vuelta, ahora, el ministro de Cultura, sacando pecho por su hazaña, propone obligar a que un Estado no participe en Eurovisión. Siguiendo esa estela, en ciertas universidades y centros culturales, se cancelan convenios de colaboración o conferencias. La falta de cultura política lleva a confundir a un gobierno que realiza actuaciones impresentables (crímenes de guerra incluidos) con sus nacionales, incluyendo a los que están en contra de ese gobierno, que están ahora en la oposición pero que pueden formar la mayoría en nuevas elecciones. Pero el ministro no clarifica las cosas; lo debe pasar muy bien jugando, pañuelo en ristre, a la gauche caviar.
Así que sí. Quiero ser ministra. De Hacienda no, que de eso no sé mucho… Pero como ni tan siquiera tendría que esmerarme en presentar los Presupuestos Generales y, además, buena parte del trabajo ya me lo harían en Bruselas… A lo mejor, no haría mal papel. Es cuestión de pensárselo.
Bromas aparte, toda esa dejadez de la que me quejo, o responde a una falta de criterio político-institucional o precisamente a todo lo contrario, pues conduce a un desmembramiento de las instituciones, a una programada deriva confederal, en la que desaparece la nación y, con ello, la política y la responsabilidad. «Cuidado con recentralizar» advierte el PNV, cuyos votos son también necesarios en el concurso de ese [des] gobierno que nos empobrece, no sólo económicamente sino también culturalmente. ¿Estamos, como se le escapó al entonces ministro Campos, en período constituyente?
«Hoy en día resulta mucho más fácil todo ello: democracia no militante, control del relato, blanqueamiento del odio y la violencia….»
La política de facto pero no de jure que rige en estos despropósitos seguramente se atiene a ambos factores: la falta de criterio personal para afrontar situaciones complejas y el propósito de reemplazar nuestro sistema constitucional, despectivamente considerado como «el régimen del 78» por los niñatos de esa gauche divine a la que me he referido al inicio de este escrito, cuya influencia se ha extendido a buena parte de nuestra «clase política» y desde ahí pretende hacer suya a la mayoría de ese desnortado espectro social que nos intenta hacer creer que hace suyo el espíritu de mayo del 68.
No es necesario remontarse a las explicaciones de Meyssan o Sharp sobre la penetración subrepticia, actualizando a Gramsci, en las estructuras institucionales, o a las de Mortati, Laband o Hesse acerca de las mutaciones constitucionales. Hemos podido comprobar empíricamente como, cual estrategia de la araña, el ascenso de los totalitarismos en el período de entreguerras del pasado siglo, mediante el «Estado total» de Schmitt, dirigido como bien evidenció Arendt, a lograr la hegemonía mundial, utilizó todos los recovecos del sistema para hacerlo suyo. Parece mentira que no tengamos en cuenta el precedente, sobre todo porque, hoy en día resulta mucho más fácil todo ello: democracia no militante, control del relato, blanqueamiento del odio y la violencia….
Y todo ello auspiciado institucionalmente. Al final, si ser ministra va a comportar que el contagio de la toscana-zosi y el mirar a otro lado convierta a esa frágil democracia en la que nos están convirtiendo en una sociedad éticamente fallida… pues no. No quiero ser ministra.