The Objective
Fernando Savater

Vicios imprescindibles

«¿Cuándo es malo fumar? Desde la primera calada del pitillo. ¿Cuál es el mínimo de alcohol que puede tomarse sin escándalo clínico? Ni una gota, nada de nada»

Opinión
Vicios imprescindibles

Fumadores en la terraza de un bar en una imagen de archivo. | EP

Los vicios son costumbres que nos agradan, pero también nos perjudican. Dañan nuestra salud física o nuestra integridad moral. Pero esos efectos contrapuestos se hacen notar según distintos testimonios: el agrado o placer que nos produce el vicio lo comprobamos por nuestra propia experiencia mientras que los perjuicios físicos o morales que nos trae se nos revelan por lo que nos dicen jueces externos que valoran nuestra conducta. Si me fumo un habano mientras me tomo una copa de coñac después de comer, paladeo una serie de sensaciones agradables que descubro sin necesidad de que me las revele ningún experto. En cambio, para advertir los perjuicios que esos momentos de deleite infligen a mis pulmones o mi hígado, por no mencionar la degradación que aportan a mi firmeza de carácter, necesito el dictamen de un especialista, versado en descubrir lo que va mal en el mundo. A la parte dulce y positiva de mis vicios llego solito, incluso me basto para determinar el grado mayor o menor de mi entrega a esas prácticas infames: en cambio, tengo que ser auscultado por un doctor en medicina o teología para enterarme del daño que me causo con esos comportamientos tan poco recomendables. En una palabra, me dedico al vicio porque como me gusta, creo que es bueno para mí hasta que los sabios me enseñan con severidad a desconfiar de mis gustos. Debo aprender a disgustarme si quiero durar; cuando disfruto, recorto mi vida o la envilezco…

En nuestros días, la brigada antivicio es especialmente severa. Cualquier indulgencia con hábitos perjudiciales es considerada un auténtico crimen de lesa salud. El contento que podamos obtener personalmente no cuenta como argumento a favor de esa copa de vino o ese cigarrillo con que pretendemos homenajearnos. Y es que en realidad las autoridades competentes no consideran que la salud sea un beneficio propio de cada uno sino algo común, gestionado en último término por la superioridad responsable ante quién sabe qué divinidad de todos nosotros. Y es que el daño que supuestamente padecemos puede medirse: tantos días sin poder trabajar, tantos gastos ocasionados a la Sanidad común. En cambio, el beneficio placentero solo lo conoce cada uno y por eso no cuenta, al contrario, es casi como un robo al conjunto social, una estafa que no declaramos al Ministerio de Hacienda. Hoy resulta que solo importa la salud pública, esa categoría que en tiempos de la  revolución francesa desembocaba en la guillotina. Reivindicar los placeres personales, por modestos que sean, cuando ya han sido declarados nocivos por la Santa Inquisición Médica es algo subversivo, casi una iniciativa terrorista. De ahí la rotunda vehemencia con la que se condenan un simple cigarrillo o un chato de vino. ¿Cuándo es malo fumar? Desde la primera calada del pitillo. ¿Cuál es el mínimo de alcohol que puede tomarse sin escándalo clínico? Ni una gota, nada de nada. Si un médico herético autoriza a tomar una copa durante la comida queda inmediatamente proscrito por el resto de su cofradía.

«Los precios cada vez más altos que los gravan son una agresión más a la sufrida plebe para la que cualquier pequeño disfrute se convierte por ordenanza en toxicomanía»

Lo curioso es que como no dejan de aportar vía impuestos ganancias al Estado, que cada vez más es un Estado Clínico, el tabaco o el alcohol no son totalmente prohibidos, sino que permanecen en una fase de semiclandestinidad. Se persigue y dificulta todo lo posible su consumo, se desaconseja de todas las maneras posibles por medio de los recursos publicitarios más avanzados, se pretende sustituir la droga por sucedáneos vergonzosos (vapeadores de falsa nicotina, bebida alcohólicas sin alcohol o sea fingidas…) pero aún no han caído del todo en el ámbito de lo proscrito. Lo peor de esa persecución a medias es que destruye la faceta de placer socializante que siempre tuvieron la mayoría de los vicios. Echar juntos un pitillo o tomar un trago en buena compañía son alivios del trabajador modesto, el que trabaja en cuadrilla, que ya se han vuelto casi imposibles o peligrosos en las actuales circunstancias. Los más acomodados siempre pueden conseguir remedios más sofisticados y sobre todo más caros para la deficiencia actual de los viejos y entrañables vicios. Pero los precios cada vez más altos que los gravan son una agresión más a la sufrida plebe para la que cualquier pequeño disfrute se convierte por ordenanza en toxicomanía. 

“Este será un problema de tres pipas”, aseguraba el gran Sherlock Holmes envuelto en el humo dulzón de su cachimba cuando empezaba una investigación. Y Lichtenberg comentó como en un suspiro: “Nunca sabremos cuántos versos afortunados de Shakespeare se deben a un vaso de vino bebido a tiempo”. ¡Brindo por ello a su mejor salud, señoras y señores, amigos todos!

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