The Objective
Cristina Casabón

Humanidad: segunda parte

«La convivencia ya no es un estilo de vida, sino un manual de supervivencia»

Opinión
Humanidad: segunda parte

Personas andando.

Nuestra perspicacia nos impide dar crédito a ceremonias del pasado. Pero la civilidad, como bien sabían nuestros antepasados, no se reduce siempre al arte de fingir y sabe más sobre nosotros mismos de lo que sabe la sospecha. Ahora caminar por nuestras ciudades nos obliga a ir esquivando personas que gritan como verduleras, adolescentes con la música, ruido e insultos de taxistas al volante con la épica de una tragedia griega en camiseta del Decathlon. 

Lo que se ha perdido no es la urbanidad de los abuelos con sombrero, sino la estilización de la existencia: vivimos ya no con ese aire de ceremonia, sino como en un carrusel. Siento nostalgia de unas formas cuyos practicantes eran también sus críticos. En eso consistía la elegancia: en saber que la cortesía, que siempre implica cierto grado de hipocresía, era necesaria para la convivencia con el Otro.

Europa se acostumbró a esta nueva tosquedad tras sus guerras civiles, cuando aprendió a desconfiar de la cortesía (e incluso de la moral) como de un vendedor ambulante. La experiencia de la violencia masiva convirtió las grandes palabras en mercancía sospechosa. «Justicia», «honor», «patria», «deber»: todas esas banderas habían servido para enviar a millones al matadero. De ahí nació una sospecha hacia cualquier forma de solemnidad. Las generaciones posteriores optaron por el escepticismo. Pensaron que mejor reírse de la «virtud» que arriesgarse a caer de nuevo en la ingenuidad. 

Pero en ese proceso Europa arrojó a las nuevas generaciones a una nueva trampa. La desconfianza se extendió también a las formas más pequeñas de urbanidad: el saludo, la deferencia, la cortesía. Como si todo ello pudiese ser el preludio de un nuevo totalitarismo. Así, hemos acabado por reducir la civilización a un trámite defensivo: normas de tráfico, contratos de matrimonio. La convivencia ya no es un estilo de vida, sino un manual de supervivencia.

Ese vaciamiento ha dejado paso a la tosquedad contemporánea. El saludo, ese gesto de humanidad mínima, se ha convertido en rareza. Nos queda el insulto, la amenaza, el sarcasmo tuitero. Paradójicamente, los países que aspiran a rehacerse tras crisis de violencia lo han entendido antes: Nayib Bukele ha propuesto en El Salvador que los jóvenes aprendan a decir gracias y por favor como parte de la reeducación de las nuevas generaciones. Puede sonar ridículo, pero estos planes educativos, de ser adoptados por los currículums de todos los nuevos planes educativos, resolverán muchos problemas de convivencia (y violencia) en nuestras sociedades multiculturales.  

La cortesía siempre tuvo algo de mentira. Pero era una mentira fecunda, una máscara compartida que hacía posible la convivencia. Hoy, despojados de esa máscara, no nos queda ni la cortesía, ni la verdad, solo la tosquedad. Y así, el mundo no sé si era mejor antes, pero era un poco más humano.

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