El Gobierno misógino que seducía a mujeres
«Siete años de progresismo ñoño, y las mujeres estamos más exhibidas como trofeo, más abandonadas por el Estado y más expuestas que nunca»

Ilustración de Alejandra Svriz.
Cuando Pedro Sánchez se levantó en el Congreso aquel 8 de marzo de 2023 para proclamar que su Gobierno situaba «el feminismo en el centro de toda la acción política», pocos creyeron ya al yerno del de los prostíbulos. No en vano, durante esa primera legislatura, había regalado el Ministerio de Igualdad a Montero –Irene, la de Podemos– en un trueque que anticipaba el uso del feminismo como moneda política.
Dos años después, en la misma onomástica, con el ministerio ya en manos del PSOE (y los escándalos de conmilitantes puteros estallando como fuegos artificiales), volvió a blandir el cetro: un Gobierno «orgullosamente feminista por convicción moral». Repito: moral (sic). Y Montero –María Jesús, la del Consejo de Ministros– elogiaba con fervor «al Gobierno más feminista de la historia… que empodera a mujeres». Supongo que se refería a sí misma, a su tocaya y a aquellas que ascendieron tras figurar en un catálogo de escorts.
El relato hace aguas. Y es que una cosa son los mitos –reconfortantes– y otra, muy distinta, la tozudez de los hechos.
El mantra de la «derecha machista» frente a la «izquierda feminista» ha servido durante años como jingle electoral. Pero hoy suena a parodia. Siete años de progresismo ñoño, y las mujeres estamos más exhibidas como trofeo, más abandonadas por el Estado y más expuestas que nunca. El Gobierno que presumía de ser el más feminista ha devenido en el más misógino de nuestra democracia.
Y ahí están los hechos. España se estanca en el Índice Europeo de Igualdad. La feminización de la pobreza no cede y la brecha salarial aumenta; seguimos cuidando más que los hombres y todo lo femenino se degrada, mientras se nos borra con leyes como la trans.
«Es gravísimo que un Estado que presume de feminista dejara a las mujeres desprotegidas por ahorrarse unos euros»
Lo más grave, sin embargo, son los delitos sexuales. Mientras la criminalidad en general baja, estas agresiones crecen: en 2024 aumentaron un 5,7 %, con repunte entre menores y en ciudades como Barcelona. Todo al calor de la chapuza del sí es sí, que abrió la puerta a rebajas de condena y a casos como la Manada de Castelldefels. Por cierto: de esto, oposición y medios hablan poco. Ya saben, son cosas de mujeres…
Pero si faltaba una traición más, ahí está el escándalo de las pulseras antimaltrato. El mecanismo que debía ser escudo resultó ser, desde hace tiempo, un juguete averiado: durante el cambio de empresa adjudicataria, el sistema falló, se perdieron datos, callaron alarmas y los agresores pudieron circular libres. Pese a lo que diga la ministra, ni siquiera está claro si alguna víctima pagó con su vida la negligencia. En cualquier caso, es gravísimo que un Estado que presume de feminista dejara a las mujeres desprotegidas por ahorrarse unos euros. Lo hacían mientras dilapidaban impuestos en talleres paternalistas para enseñar a las mayores de 60 (como si fueran tontas) a masturbarse, o en la campaña «de los huevos». Por no hablar del dispendio que algunos de sus miembros han hecho en prostitución.
Y no se trata del error técnico: se trata de la traición institucional. La misoginia rezuma cuando se repiten errores legislativos, protocolos incumplidos, llamadas que ofrecen a mujeres como ganado, contratos opacos, absurdas campañas paternalistas y ministras que callan o aplauden frases como «las víctimas han estado protegidas en todo momento» (cuando la Fiscalía y el CGPJ sugieren lo contrario).
El pinkwashing político –vender feminismo como eslogan mientras la realidad se desmorona– sería un chiste si no fuera peligroso.
«El Gobierno puede seguir denominándose feminista, pero sus palabras no evitan agresiones, impunidad ni desamparo»
Sin embargo, lo más grave es que, según el CIS de Tezanos, el PSOE ha recuperado 6,5 puntos en voto femenino en apenas dos meses. El truco rosa les sigue funcionando.
Si las mujeres seguimos dispuestas a votarles antes que arriesgarnos a que nos llamen fachas, entonces sufrimos un grave síndrome: volvemos siempre a quien nos degrada, convencidas de que lo hace por nuestro bien.
El Gobierno puede seguir denominándose feminista, envolverse en discursos morales y vestir de rosa sus actos institucionales. Pero sus palabras no evitan agresiones, desigualdad, impunidad ni desamparo. Son impostura.
El feminismo no se declama, se ejerce. Y no es un sello publicitario. Es nuestra obligación como destinatarias no comprarles más su comunicación engañosa.