Llorar por Kimmel, querer cancelar a Pablo Motos
«Andaban algunos preocupados en Torreperogil porque Trump quiere cancelar a comunicadores, y son incapaces de mirar las presiones que suceden más cerca»

El presentador Jimmy Kimmel.
Ha sido curioso observar la cancelación —ya convertida en descancelación— del show de Jimmy Kimmel en EEUU. Observarlo todo desde España, me refiero, donde han surgido como setas los seguidores del cómico neoyorquino, devotos de Kimmel que han exclamado su total indignación ante las presiones del Gobierno de Trump para que Disney se vea en la tesitura de suspender un programa que lleva más de 20 años en emisión. Andaban algunos preocupados en Torreperogil porque Trump quiere cancelar a comunicadores, y son incapaces de mirar las presiones que suceden mucho más cerca y que sufren otros comunicadores que no nacieron en Brooklyn.
Es obligado, si se quiere defender la democracia, estar en contra de las presiones de la administración —sea cual sea— para acallar los comentarios que no le gustan. Pero la hipocresía es repateante. Ver a una parte de la clá mediática española torcer el morro porque Trump, con todo su poder, ha hecho llegar a la compañía que lo de Kimmel «podemos hacerlo por las buenas o por las malas», mientras callan cuando se presiona en este país a comunicadores, resulta ciertamente embarazoso. Estamos ante un Gobierno que fichó como asesor a Idafe Martín, conocido por sus cariñosos apelativos de «ratas» o «cucarachas» para periodistas que no le bailaban el agua al Gobierno; donde Óscar Puente, aparte de hacer chistes mientras se incendiaba España, intenta ridiculizar a un medio de comunicación como THE OBJECTIVE; donde se usa la publicidad institucional como castigo para los medios críticos con el poder.
«Los que antes condenaban la cancelación ahora la elogian, simplemente porque el cancelado no era de los suyos»
Hablamos de un Ejecutivo que montó una campaña ministerial para señalar como el mayor machista del reino a Pablo Motos. Que hubo esa campaña del Ministerio de Igualdad es tan cierto como que RTVE organizó una esforzada jornada de crítica —en sus diferentes espacios— contra Motos, cuando lo único que hizo el programa de Antena 3 fue exigir que el invitado cumpliera el contrato. El motorista Jorge Martín tenía firmado salir antes en El Hormiguero, y eso fue lo que pasó, pese a las pataletas. Cualquiera cuyo oficio y sueldo dependan de no querer entender la realidad comprende que esa misma campaña y esa misma jornada crítica jamás habrían existido si el comunicador valenciano fuese del agrado del Ejecutivo. Y ahora, lloremos por Jimmy Kimmel.
Por supuesto, también existen gentes de la derecha patria —o de la derechita trumpista en su rama ibérica— que han denunciado durante años la cancelación de artistas o comunicadores, desde J. K. Rowling hasta Woody Allen, y que salieron a aplaudir enfervorizados la caída de Kimmel. Los que antes condenaban la cancelación ahora la elogian, simplemente porque el cancelado no era de los suyos. Hay personas, no pocas, que se han mostrado en contra de cancelar, de los ataques a la libertad de expresión, de las presiones del poder, pero no por una convicción moral e intelectual, sino porque esos intentos de cancelar o esos ataques a la libertad iban dirigidos a personas o medios con los que compartían ideales. Lo meritorio será, si en un futuro aparece un ministro del gobierno de Feijóo atacando a eldiario.es, condenarlo con igual severidad que los ataques que ahora sufren otros medios.
Lo meritorio, en tiempos en los que el respeto por la palabra dada tiende a cero, es ser coherente. Y ser, especialmente con las personas que no nos agradan, defensores de la libertad de expresión. Si Kimmel cae —que algún día lo hará—, que no sea porque el presidente de EEUU así lo ha querido. La audiencia decide. A Pablo Motos lo votamos todos con nuestro mando cada noche, ¿hay algo más democrático?