Kennan sigue vigente
«Rusia busca erosionar los vínculos comunes de Occidente. Kennan nos invita a responder de un modo matizado: con firmeza y con claridad estratégica»

Kremlin.
Hemos leído tanto a Kennan que no podemos abordar la realidad rusa sino desde el prisma de sus ideas. Tenía una mirada demasiado literaria como para no ser a la vez escéptico, conservador y profundamente pesimista con la condición humana. Desconfiaba de la mentalidad militar cuando se inmiscuye en la escena política y le repugnaba la demagogia de los sofistas. «Siempre he pensado –escribió en 1934, al poco de llegar a Rusia– que la literatura constituye un tipo de historia: el retrato de una clase determinada en un tiempo determinado. […] Si Chéjov supo describir a la gente de los pequeños pueblos rusos con un atractivo universal que incluso un ciudadano americano de nuestros días sabe apreciar como auténtico y verídico, ¿por qué no intentar describir a los cuerpos diplomáticos en Moscú del mismo modo?».
Zola y Flaubert, Galdós y Baroja, Waugh y Powell nos dicen quiénes somos y cómo somos mejor que los sociólogos de salón con sus ineludibles gráficos. Kennan lo sabía y, por eso mismo, su telegrama largo de 1946 sigue vigente a pesar de que en Rusia ya no haya soviets y de que el comunismo haya entrado ahora en el mercado aderezado con ideogramas chinos.
La guerra de Ucrania ha tensionado todo el continente, en la medida en que Putin pretende ampliar su perímetro de seguridad alejando a la OTAN de las fronteras rusas, además de causar conflictos periféricos en los países de la UE bajo alguna modalidad de guerra híbrida. El último ejemplo se ha dado estas últimas semanas cuando unos drones violaron el espacio aéreo de Polonia y Rumania y, apenas unos días después, tres cazas MiG-31 sobrevolaron Estonia durante más de diez minutos. Y esta semana, incluso, unos drones han sobrevolado el aeropuerto de Copenhague y los cielos de Noruega. El Kremlin actúa con la precisión de un jugador de póquer, tratando de tantear cuáles son los reflejos y convicciones de la Alianza Atlántica en la era Trump. Es como si Moscú no dejase de bordear la línea roja, convencido de que la fatiga occidental acabará por ceder antes que su propia voluntad de desgaste.
Creo que el embajador Kennan hubiera reconocido el patrón. Rusia busca desestabilizar al adversario y enfrentar los intereses de los aliados mientras proyecta una imagen de resistencia interior, al igual que sucedió durante la invasión napoleónica y la II Guerra Mundial. Si releemos su telegrama largo del 46 o el artículo que publicó en Foreign Affairs en 1947, con los que cimentó la doctrina de la contención, constataremos que Kennan nos invita a responder de un modo matizado: con firmeza, por un lado, y con claridad estratégica, por el otro. Una especie de paciencia con uñas y dientes, capaz de combinar la táctica militar, la presión económica y la claridad política.
«Haríamos bien en reforzar la defensa del Báltico y de la frontera oriental europea y cortar los flujos tecnológicos hacia Rusia»
Concretando los conceptos, esto significaría, en primer lugar, que haríamos bien en reforzar la defensa del Báltico y de la frontera oriental europea. En segundo, que sería preciso cortar definitivamente los flujos tecnológicos hacia Rusia, que mantienen su industria armamentística. Y, por último, que debemos mantener un discurso político sereno, unitario y firme, pero alejado de cualquier radicalismo.
La tentación, como siempre, pasa por minimizar los incidentes o interpretarlos como episodios aislados. Es un error. La estrategia de Rusia busca erosionar los vínculos comunes de Occidente. De nuevo la historia se repite, aunque sea con versos distintos. Frente a ella, acudir a la doctrina Kennan supone una opción adecuada. O, al menos, razonable.