Oculta, niega, miente
«’Oculta, niega y miente’. No era un consejo, ni una recomendación. Era una orden directa e inapelable del líder, una orden a seguir siempre y en todos los casos»

Ilustración de Alejandra Svriz.
Siete años de un gobierno bajo la presidencia del político que vino a luchar contra la corrupción, a defender la transparencia y la verdad. Siete años en los que el cúmulo de casos de corrupción, de secretismo y de mentiras no ha dejado de crecer. Siete años en los que, gracias a la UCO, a los jueces y a la prensa libre, hemos podido conocer lo que ocurría. Siete años en los que hemos asistido a un proceso de transformación mental que pocas veces se vive en un Estado de derecho democrático y social. De cómo cargos y militantes socialistas han sufrido la mimesis de la ética política de su líder. De cómo se han transformado en su modo de hablar, en sus gestos, en sus ademanes y sobre todo en cómo han decidido también asumir el mismo nivel de exigencia de responsabilidad política. Es decir, cero.
Lo hemos vuelto a ver otra vez con la ministra de Igualdad, Ana Redondo, y el escándalo de las pulseras anti-maltrato. Pareciera que todos los ministros de Pedro Sánchez cuando juraron su cargo también debieron recibir un sobre cerrado con indicaciones sobre qué hacer «en caso de escándalo, corrupción o cagada». Dentro de ese sobre solo habría un papel con tres palabras escritas. «Oculta, niega y miente». No era un consejo, ni una recomendación. Era una orden directa e inapelable del líder, una orden a seguir siempre y en todos los casos.
Estas tres palabras son el abecé del Gobierno. Da igual de lo que hablemos en estos siete años de Gobierno de Pedro Sánchez. Indultos, sedición, malversación, Marruecos y el Sáhara, pactos con Bildu, amnistía, quita de deuda, financiación singular, competencias de inmigración, control de los jueces, control de la prensa. Todos estos asuntos clave en la actualidad política nos llegaron siempre de la misma forma. Alguien oculta lo que se está tramando y cuando se filtra el tema y la prensa lo publica, sorpresa e indignación total. Inmediatamente, el responsable político, ministerial o presidencial del asunto lo niega. Una y mil veces. Por activa y por pasiva. Este proceso dura un tiempo en el que se amontonan las pruebas en contra de esos desmentidos. Llega un momento en que es insostenible la negativa y es entonces cuando se pasa al ataque. Si antes se negaba la amnistía o el pacto con los proetarras, ahora se defiende a muerte. Y esa mentira se rodea siempre de ataques a la oposición, a los jueces y a la prensa, por lo que ellos consideran bulos.
Ana Redondo ha ocultado durante meses los gravísimos problemas que han tenido las nuevas pulseras que avisan de cuando un maltratador rompe la orden de alejamiento y entra en el espacio vital en el que está la víctima. Ana Redondo ha negado que esas nuevas pulseras hayan funcionado mal y que hayan abierto el peligro potencial de agresión para más de cuatro mil mujeres. Ana Redondo ha mentido al afirmar que fue solo un uno por ciento, que fue solo una cuestión de migración de datos y que no ha afectado a ninguna resolución judicial. Ana Redondo, como buena ministra aprendiz del maestro, oculta, niega y miente.
Y, por supuesto, resiste. No ha dimitido. Ni lo va a hacer. No va a dejar de ser ministra. No le da vergüenza no dar un solo dato. No le tiembla la voz al contestar, en un fracasado intento de superioridad, que el tema es «complejo y difícil». Como si solo ella supiera la complejidad y dificultad, mientras que el CGPJ, las audiencias provinciales, los jueces, el observatorio de antiviolencia, los abogados, los policías, los guardias civiles, las maltratadas, los trabajadores de la empresa Cometa, y en el colmo de los colmos, hasta algún maltratador, mintieran cuando afirman, comprueban, testifican y juran que las pulseras fallaban, que se desconectaban, que daban falsas señales, que se cortaba la cobertura o que se podían quitar y manipular fácilmente.
Un proceso interiorizado en los altos cargos socialistas que se ha repetido tantas veces que asusta. Dice Ana Redondo que las pulseras no han fallado y luego que también que no sabe cuantas han fallado. Incoherencia total que aumenta aún más cuando insiste que, aunque no han fallado, ha decidido cambiarlas. Es lo mismo que cuando en el gran apagón eléctrico que dejó España a oscuras durante horas, la presidenta de Redeia, Beatriz Corredor, aseguraba tras días de silencio, que ese apagón nunca más se iba a repetir, aunque también reconocía que todavía no sabía las causas de este. Pero sin saberlas, sabía que no se iba a repetir. No dimitió. Las explicaciones tardaron meses, a muchos no convencieron y acabaron en una guerra con las eléctricas privadas.
En el manual sanchista de las crisis es obligatoria la confusión con el uso de bulos, a la par que se insulta y se acusa a la oposición de intentar sacar rédito político por preguntar o evidenciar el caos o el escándalo, a la prensa de lanzar bulos y a los jueces de intenciones políticas. Da igual de lo que se hable. Esta vez la vergüenza del desamparo telemático de las mujeres maltratadas ha destrozado al Gobierno en un «momento dulce» cuando creía tener arrinconado al PP con Gaza. Ahora el discurso ha cambiado radicalmente.
«Nadie niega que el sistema de pulseras funcione. Lo que se niega es que esas nuevas pulseras baratas y chinas que ellas cambiaron funcionen bien»
Ana Redondo está mintiendo y lo saben todos. Cuando dice que «la tecnología falla y no existe un sistema fetén» está ella misma reconociendo que han fallado. Es tal el desaguisado y despropósitos de la ministra que Sánchez calla, ni una palabra en días sobre este tema. Su intento de presentarse en Naciones Unidas como el libertador de Palestina ha sido aplastado informativamente en España, excepto en RTVE, por las pulseras de esa ministra que todo lo ve «complejo y difícil».
No es la primera en esa cartera. Muchos parecen olvidar el mayor desastre social y legislativo del Gobierno. Fue con la ley del solo sí es sí que permitió la rebaja de condena de miles de condenados por delitos sexuales e incluso la puesta en libertad de decenas de ellos. También el Gobierno ocultó las primeras consecuencias de esa desastrosa ley. También las negó cuando se supo. Y también mintió cuando dijo que todo eran maniobras de jueces machistas. La autora del desaguisado, Irene Montero, es la misma que decidió días antes de dejar la cartera cambiar las pulseras. ¿Por qué? Nadie lo sabe. Bueno, ella y su secretaria de Estado, Pam, sí deben saber por qué decidieron gastarse 50 millones de euros para cambiar unas pulseras que funcionaban. Irene Montero y ahora Ana Redondo intentan ensuciar la verdad mintiendo. Nadie niega que el sistema de pulseras funcione. Lo que se niega es que esas nuevas pulseras baratas y chinas que ellas cambiaron funcionen bien.
Nada ocurrirá. Vendrá un nuevo escándalo que nos hará olvidar este. Y ya les adelanto que con ese escándalo se volverá a cumplir la tríada del Gobierno: ocultar, negar y mentir.