The Objective
Fernando Savater

La matanza de los inocentes

«Durante años el Festival de San Sebastián coincidió con asesinatos de ETA, pero nadie del gremio cinematográfico tomó iniciativas de condena como las de ahora»

Opinión
La matanza de los inocentes

El actor Antonio de la Torre durante el Festival de Cine de San Sebastián. | Europa Press

Siempre es encomiable que la gente tenga buenas intenciones en general y reserve las malas, que alguna también habrá, a cuestiones más íntimas, profesionales o familiares, por no mencionar los asuntos amorosos. Aplicadas a lo general, las buenas intenciones hacen bonito, nos ganan simpatías y salen gratis, que es cosa a tener en cuenta. En los negocios privados, en cambio, pasarse con las buenas intenciones puede costar dinero y ahí es más conveniente ser «realista», es decir, no exagerar las manifestaciones bondadosas y «barrer para casa» de vez en cuando porque si no lo más probable es que nos tomen por tontos. Parecer bueno da cierto prestigio, pero ganarse fama de tonto es una ridiculez. Por eso don Antonio Machado aseguró que era bueno, pero en el buen sentido de la palabra, en el otro -tonto- ni hablar.

Seamos abiertamente benéficos cuando se trata de cuestiones tan amplias y remotas que es difícil que la bondad nos salpique demasiado y perjudique nuestros intereses. Pero en asuntos más particulares hay que alardear de bondad, aunque sin practicarla de modo comprometedor, porque podemos quedar atrapados en ella como en una tela de araña. Hay que tener buen ojo y mucho tiento para ser manso como un cordero sin lastimarse, porque a veces resulta mejor ser astuto como las serpientes (¿no recomendó el propio Jesús algo así? O a la mejor le entendí yo mal).

Nota importante: para exhibir buenas intenciones hay que disimularse en un contexto que a la vez nos difumine y nos realce, un colectivo impecable en su reputación, pero que no nos deje de pronto a porta gayola frente al toril siniestro que vomita algún tipo de venganza. En una palabra, para emperifollarse de buenas intenciones, nada como apuntarse al Festival de Cine de San Sebastián.

El certamen donostiarra ha decidido demostrar que en el campeonato moral no le gana nadie. De modo que han preparado una gran manifestación a favor de Palestina, o sea contra Israel (por lo visto, Hamás va incluido en el paquete palestino sin que se le pueda objetar nada). Está teniendo lugar hoy miércoles, cuando escribo estas líneas emocionadas. El manifiesto de la concentración se hizo público hace un par de días, leído frente al venerable teatro Victoria Eugenia por Antonio de la Torre (español) e Itziar Atienza (euskera) y entraba directamente al grano sin entretenerse en zarandajas: «Mientras hablamos, niños inocentes están siendo asesinados en Gaza». Al pan, pan y al vino, vino, el mundo de la cultura (como ellos se autopresentan) no está para matices ni para buscarle tres pies al gato.

Suscriben esa valiente convocatoria auspiciada por el Comité de Solidaridad Palestina-Euskal Herria un batallón de denodados paladines como Pedro Almodóvar, Montxo Armendáriz, Antton Telleria, Imanol Arias, Borja Cobeaga, Pedro Casablanc, Raúl Arévalo, Willy Toledo y hasta casi 400 nombres más, incluido el director del Festival José Luis Rebordinos. Todos denuncian los niños asesinados, no menos de 25.000, y pretenden «romper el silencio cómplice». Bueno, cómplices no dudo de que haya muchos, pero silencio, en cambio, no lo hay por ninguna parte.

«Los participantes en el festival nunca encontraron en las décadas anteriores motivo para manifestaciones de protesta antibárbara»

El mismo miércoles va a proyectarse una película estrenada en Venecia de la tunecina Kahouther Ben Hania, que cuenta la historia de una niña de seis años que pierde a toda su familia salvo a su madre en un ataque israelí. Los lamentos de la criatura y sus peticiones de socorro deben ser sin duda conmovedores, como resultan conmovedores las quejas y súplicas de auxilio de los jóvenes israelís víctimas del atentado del 7 de octubre, en este caso filmados por cineastas amateurs… sus propios asesinos de Hamás. Lástima que estos aficionados no hayan querido participar oficialmente con sus vídeos dramáticos en ningún festival, seguro que hubieran encontrado antisionistas para premiarles. Por lo demás, nuestros manifestantes locales aseguran que ya basta de palabras y que hacen falta «hechos, decisiones políticas valientes y sanciones que detengan la barbarie». ¿Cómo no estar de acuerdo con ellos, entendiendo, claro está, todas las barbaries recíprocas de la zona que vienen sucediendo más o menos desde 1948?

Lo más curioso es que los participantes en el Festival nunca encontraron en las décadas anteriores motivo para manifiestos y manifestaciones de protesta antibárbara. Durante años y años, la celebración del certamen coincidió con asesinatos y secuestros de ETA, pero nunca los directores, actores y demás figurantes del gremio cinematográfico tomaron iniciativas de condena como las que adoptan ahora. Ni los españoles, especialmente los vascos, ni los extranjeros que venían a una tierra en la que funcionaba siniestramente el último gran grupo terrorista del continente. Si algún actor o director protestaba era contra el presidente USA por alguna intervención en Libia o Irak. De los guardias civiles asesinados y de los empresarios secuestrados, ni palabra. Por lo visto, sus verdugos estaban demasiado cerca para que mostrar compasión no resultara peligroso.

Al contrario, en el acto de inauguración del Festival, entre otras actuaciones había una fuera de programa pero que no solía faltar: la de un grupo de encapuchados que aparecía en el escenario, daba gritos a favor de la banda terrorista y se retiraba luego después de haber dejado flotando su advertencia. Por lo visto, se les toleraba como precio a pagar para que los violentos respetasen el resto del Festival. En fin, otros tiempos: si el capo de ETA se hubiese llamado Netanyahu en vez de Artapalo o Cheroki, nuestros valientes campeones de los derechos humanos y el apoyo a las víctimas no hubieran guardado silencio…

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