The Objective
Fernando R. Lafuente

Rosebud, el hilo invisible (II)

«Es en el instante fatal de la muerte cuando toda una vida cobra sentido, o no. Un objeto, una palabra, una imagen, una música, están ahí para cerrar la ceremonia»

Opinión
Rosebud, el hilo invisible (II)

Ciudadano Kane.

El hilo invisible es el que da un sentido a todo lo ocurrido en la película. Y Rosebud es la metáfora más contundente para contarlo, para describirlo, para fijarlo. El hilo invisible es una intuición, una sospecha por parte del espectador, pero es entonces cuando éste comienza a hilar frases, comportamientos que hasta ese momento habían pasado inadvertidos, o que sucedían como una mera acción del relato. El hilo invisible captura la esencia de la historia. Le da sentido a toda la película. ¿Qué es Rosebud en Ciudadano Kane (1941, Orson Welles)? El eje vertebrador de una vida. Lo raro. Lo único. La singularidad de cada uno. Porque cada vida es única y toda vida tiene un Rosebud.

En la magistral película de Orson Welles y de su coguionista, Herman J. Mankiewicz (véase ese formidable filme, Mank, David Fincher, 2020), Rosebud parece un objeto borgiano, un Aleph, pero al revés. Una clave secreta cuyo valor es más simbólico que real. Vayamos al juego: en la secuencia primera, el espectador contempla cómo muere Kane en su mansión de Xanadu. La cámara se acerca al lecho. Kane deja caer una bola de cristal y pronuncia: «Rosebud», y muere. Ya muerto, entra una enfermera. Nadie presente ha podido escuchar esa palabra. Si nadie la oyó cómo saben que la pronunció. Pero la película se plantea como la búsqueda del sentido de Rosebud que explicara las claves de Kane. Fascinante. Welles y Mank vacilan al espectador desde la primera escena y no paran hasta el final. Rosebud es una palabra fantasma (más allá del malvado private jokes que se atribuyó, respecto a que tal palabra era el apodo que Hearst usaba para referirse a la zona más íntima de su amante, la actriz Marion Davies).

En julio de 1941, pocos meses después del estreno, Borges tiene 42 años, suele escribir en la revista Sur, creada y subvencionada por su gran amiga Victoria Ocampo. La de Borges es una de las primeras reseñas que se publican fuera de Estados Unidos. En Argentina la película se bautizó como El Ciudadano. La reseña aparece en el número de agosto. Borges se manifiesta moderadamente ambiguo ante el filme, descubre pronto el truco, el fake de Rosebud, pero le fascina algo común de su obra con la película: la construcción de una identidad que se rompe en fragmentos, los laberintos sin un centro y, claro está, el gran simulacro en el que se recrea Welles.

Para Borges, la película tiene dos argumentos, uno «de una imbecilidad casi banal» y otro, «muy superior» porque «el tema (a la vez metafísico y policial, a la vez psicológico y alegórico) es la investigación del alma secreta de un hombre a través de sus obras, palabras y destinos». Recuerda a Henry James, a Joseph Conrad, Wilkie Collins y al Melville de Billy Budd. Más adelante, confirma: «Este film es exactamente ese laberinto sin centro que algún filósofo ha declarado que es el tiempo; es una serie de figuras dominadas por una sola ausencia: la real figura del hombre». Y concluye: «Adolece de gigantismo, de pedantería, de tedio. No es inteligente: es genial, en el sentido más nocturno y más alemán de esta mala palabra».

Lo de Borges es la expresión directa no de una crítica cinematográfica profesional, sino la interpretación condenadamente personal al descubrir en la película las obsesiones comunes. El juego, fascinante, de Welles es cómo logra pasar de un laberinto a la autorreflexión y de ahí al misterio central de la película: si nadie escuchó pronunciar a Kane esa palabra se convierte en una palabra que sólo el espectador conoce. Así, resulta que el sentido íntimo de Kane queda inaccesible para los personajes y el misterio cenital del filme queda sin solución.

«Lo que plantea el guion es conocer a una persona y tal intento puede ser algo tan banal como la misma palabra que se pierde en el aire»

Cuando uno comentó todo esto con Iván Cerdán Bermúdez, un joven cineasta y dramaturgo, y antiguo alumno mío en la Facultad, sus comentarios y notas me ayudaron a entender el asunto en lo esencial porque me recordó que «esto genera una paradoja borgiana: el sentido existe, pero solo fuera de la historia». Porque lo que plantea el guion es intentar conocer, definir, a una persona y tal intento puede ser algo tan banal como la misma palabra que se pierde en el aire cargado de la habitación del moribundo Kane. Es decir, esto de Iván Cerdán Bermúdez, le confirmaba a uno que ese fuera de la historia era el hilo invisible.

Por cierto, ¿qué significa Rosebud? Para el espectador, el trineo del niño Charles Foster Kane, la época en la que el niño fue feliz de verdad. Ni las riquezas, ni el poder, ni la inteligencia, ni el sexo podían competir con esos momentos de felicidad, de auténtica e inocente felicidad que asocia, como una metáfora deslumbrante, al trineo, a la infancia recuperada en el último instante, al objeto, y lo que significa, que ha dado profundo sentido a su vida. Aquello de Leopoldo María Panero en El desencanto (Jaime Chávarri, 1976): «En la infancia se vive, después se sobrevive».

Es en el instante fatal de la muerte cuando toda una vida cobra sentido, o no. Un objeto, una palabra, una imagen, una música, una voz están ahí para cerrar la ceremonia. El hilo invisible tendido por Orson Welles había triunfado, mientras, el trineo arde en la pira funeraria (de objetos y cosas) instalada en Xanadu, y la ceniza, no ya del trineo, sino de nosotros mismos, se consume con los momentos de vida que ascienden hacia el cielo, en la tenebrosa humareda que despide la chimenea. Final grandioso y terrible. Como la muerte.

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