The Objective
José Antonio Montano

Un viaje literario y existencial en bicicleta

«’Días de sol y piedra’, de Pepe Pérez-Muelas, se ocupa de un viaje y lo transmite: el lector viaja con él, contempla, aprende, disfruta, agoniza a ratos, se emociona»

Opinión
Un viaje literario y existencial en bicicleta

Ilustración de Alejandra Svriz.

Hace mucho que no tenía una sensación: la de estar sin tiempo para leer, pero leer porque un libro te atrapa. Nunca leí más que en la universidad, cuando el montón de asignaturas en que me había matriculado me obligaba a embrutecerme con el estudio obligatorio: pero los libros paralelos me salvaban, algunos en la misma aula a despecho de la perorata frecuentemente estólida del profesor. Ahora me ha pasado lo mismo con Días de sol y piedra. De los Alpes a Roma, de Pepe Pérez-Muelas.

Lo recibí, lo abrí para echarle un vistazo rápido antes de ponerlo en el montón de los aplazados con melancolía, pero la frase «la bicicleta me hace renacer» y la aparición del Mont Venoux me incitaron a leer un poco y fatalmente a leerlo entero, en minutos robados al tiempo que me faltaba. Una antigua sensación furtiva que produce un automático milagro: la generación de tiempo nuevo, una suerte de tiempo suplementario, un tiempo propio.

El autor, que había escrito sobre los viajes en Homo viator, narra un viaje en bicicleta, en mitad de una crisis personal, por la llamada Vía Francígena, una ruta medieval por la que los francos bajaban hasta Roma. Una genuina romería, pues. Parte del Gran San Bernardo, un puerto de montaña de los Alpes, y recorre 1.200 kilómetros hasta llegar a la capital de Italia. El libro habla del camino, de los otros personajes que se encuentra el viajero y las hospederías, de episodios del pasado, históricos y culturales, de paisajes, obras de arte, arquitecturas, meteoros y de las sensaciones físicas y psicológicas de la peregrinación existencial. Todo libro es un viaje, se ocupe o no se ocupe de un viaje, aunque no todos logran transmitirlo. Días de sol y piedra se ocupa de un viaje y lo transmite: el lector (al menos este lector) viaja con él, contempla, aprende, disfruta, agoniza a ratos, se emociona.

Me enganchó por los prolegómenos en Turín, donde vive el hermano del autor. Recrea los últimos días allí de Cesare Pavese. Cita el cuento de Ricardo Piglia Un pez en el hielo, recogido en La invasión. Lo he releído y es perfecto. Pavese se suicidó por el amor no correspondido a una actriz, Constance Dowling. Estás perdido si te enamoras de una actriz.

Ahora se ha muerto Claudia Cardinale: cuántos corazones rompió. Y se acaba de separar Monica Bellucci, que le ha dado tres años principescos a Tim Burton, que vuelve a ser mendigo. Billy Wilder tuvo una aventura con la hermana de Constance, Doris Dowling, que aparece en Días sin huella, en la que también participó la que sería su mujer, Audrey Young: se la ve, duchampianamente, al fondo de un plano, en un guardarropa. Chico Buarque siente fascinación por las actrices (se casó con una, Marieta Severo) y les dedicó una canción: As atrizes.

«La ‘Subida al Monte Ventoso’ de Petrarca establece la metáfora del esfuerzo para llegar a lo alto, lo que preconiza el ciclismo»

Es muy apropiada la evocación del Mont Ventoux, aunque el viaje no pasa por ahí. Petrarca lo subió con su hermano y el autor se dirige hacia el principio de su ruta con el suyo, quien lo acerca en coche al Gran San Bernardo. La Subida al Monte Ventoso de Petrarca establece la metáfora del esfuerzo para llegar a lo alto, lo que preconiza el ciclismo. Pérez-Muelas le brinda una victoria simbólica a Petrarca, quien al fin y al cabo también se enamoró de una actriz en su película mental: «He aquí la verdadera melancolía del poeta. No fue Laura su aspiración, sino volver a sentir lo que vivió en el Mont Ventoux». Además de Pavese y Petrarca, comparecen Primo Levi, Homero, Penélope, Verdi, Fabrizio De André, el rey Minos, Ariadna, Giorgio de Chirico, Nausícaa, Odiseo, Dino Buzzati, Fausto Coppi, Gino Bartali o Turner, siempre al hilo del viaje y entrelazados con la experiencia presente y enriqueciéndola. El contrapunto cultural, que el autor presenta con encarnadura vital, favorece la emoción de la parte confesional. Y le da densidad al recorrido.

El viajero comienza su ruta bajando, pero tendrá muchas montañas que subir por el camino, sobre todo el paso de la Cisa, con tramos del 15% de desnivel. Escribe las páginas de su agonía, que se cuentan entre las mejores de Días de sol y piedra: «El ciclismo es como la vida. He tardado siete horas en subir los 43 kilómetros del puerto de la Cisa. Apenas me basta media para alejarme de él. Es una victoria efímera en lo físico. Pero ya la tengo tan dentro de mí que jamás la soltaré. Sin melancolías. Un recuerdo no manchado por el miedo. Es una victoria. La libertad ganada».

Tengo pendientes otros viajes por Italia: La aurora cuando surge de Manuel Astur (Acantilado), Cómo ganar el Giro bebiendo sangre de buey de Ander Izagirre (Libros del KO) y Venecia. Un asedio en espiral de Ignacio Jáuregui (Athenaica). Pero leí El tiempo de los lirios de Vicente Valero (Periférica), que me encantó, y ahora he leído este Días de sol y piedra de Pepe-Pérez Muelas (Siruela), que me ha encantado también. Y con el regusto de haberlo leído sin tener tiempo para leerlo.

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