Españita
«España se ha averiado en lo físico y en lo sentimental. No son los retrasos, ni los apagones, ni el embarro de sus instituciones. Es esa falta de entusiasmo colectivo»

Pedro Sánchez en un mitin en 2015.
Toda grandeza es delirio, porque estamos hechos para lo pequeño. La gravedad descuelga nuestra carne y los días van horadando nuestra memoria. Somos tribu, precisamente, para combatir la fugacidad y la levedad de nuestros cuerpos. Para aspirar a cosas más elevadas. Sociedad es convertir en capacidad la suma de un buen puñado de incapacidades. Y un Estado es el espacio legal, emocional y cultural donde nos refugiamos.
Leo mucho la palabra Españita. Se caricaturiza nuestro país usando sus excesos y sus excentricidades. El orgullo ahora es de horteras. La modernidad es mirar nuestro país con desconfianza, con tibieza, con esa mirada de superioridad con la que se mira a los compañeros de trabajo que llevan jerséis de pelotillas, castellanos raídos y albóndigas en el tupper. Más que nos pese, somos nación. Nación plural y heterogénea. Es decir: también nos deberían unir nuestras diferencias. Como un todo, deberíamos defender la voz de los demás con el mismo ahínco con el que defendemos la nuestra.
La ironía es afilada y exige atención y cierta inteligencia, el sarcasmo es blando, es sólo un regodeo bobalicón y perezoso. España no se acaba nunca, eso es cierto. Es un país contradictorio, desconcertante. España es como un delantero de 1ª RFEF, capaz de marcar goles imposibles y de fallar a puerta vacía. Las Meninas y Leonardo Dantés. León Felipe y María José Galera. María Zambrano, María Pombo, Concha Piquer, Sonia y Selena. Ni la gasolina, ni la madera, nada arde como España.
Pedro Sánchez se presentó como candidato a la Presidencia del Gobierno en 2015 con una enorme rojigualda detrás de él. «Es la bandera con la que he crecido y por la que ha luchado la generación de mis padres». Y luego habló del «patriotismo cívico» y añadió «quiero que la bandera española represente a mis hijas» y dejó claro su oposición al «rupturismo».
Pasados diez años, sólo va a dejar un legado de desconfianza. Una acrópolis. Porque España no funciona. Se ha averiado en lo físico y en lo sentimental. Ya no son sólo los retrasos, ni los apagones, ni el embarro de sus instituciones. Es esa falta de entusiasmo colectivo, esa perpetua suspicacia hacia todo lo que nazca y se expanda en nuestro país.
«La ‘podemización’ de Sánchez nos ha condenado al espectáculo constante y a la intrascendencia internacional»
La polarización es, sobre todas las cosas, un debilitamiento de lo que somos como sociedad. Una llamada al individualismo, al descreimiento, al desprecio a los símbolos, a la cultura, y a los valores. Sean cuales sean esos valores. Sean alcanforados o nuevos, tradicionales o frenéticos. Nada avanza sin el paso firme de la mayoría. El populismo es el suelo donde ha caído el vaso.
España está atomizada por intereses particulares y ajenos a la ciudadanía. La podemización pueril y acomplejada de Pedro Sánchez nos ha condenado al espectáculo constante, a la negación de la propia realidad y a la intrascendencia internacional. Lo hemos visto en la ONU. A Sánchez sólo le queda el consuelo de los excluidos. Su fraternidad periférica. Europa, nuestra Europa, desconfía de un Sánchez populista, impredecible en diplomacia y política internacional, y asediado por la corrupción. Fuera de nuestras fronteras nadie cree en jueces malvados y cándidos políticos perseguidos. Por eso estamos solos. Y por eso nada en España queda en pie. Nuestro suelo es arena. El futuro es una sombrilla mal clavada que con un poco de viento saldrá disparada.
La bandera es tela de colores, pero abriga en tiempos de tormenta. Y esos tiempos vienen. Mientras aquí pensamos en retirarnos o no de Eurovisión, el mundo se está moviendo, la economía está cambiando de rumbo lentamente como un transatlántico. Y España anda perdida en sus chistes en prime time. En monólogos acobardados. Una Españita donde nadie aguanta ya a nadie. Un lugar pequeño que ya no aspira a nada. Que está feliz así. Con sus pisos compartidos, sus tuiteros compartiendo capturas de «M. Rajoy», sus trámites administrativos imposibles, sus series coreanas, sus políticos puteros y sus «olé la madre que lo parió».