Montano, un caso preocupante
«Considera suficiente atavío para escribir echarse sobre el pijama un batín de color granate, comprado en un chino, y está convencido de ser como Hugh Heffner»

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Apenas salgo de casa, pero estoy bien informado de lo que pasa, gracias a mi tupida red de informadores telefónicos. Tengo confidentes en Madrid, en Barcelona, en Sevilla y en Oviedo. Y si no los tengo también en otras ciudades es porque no me da la vida, ya estoy siempre hablando por teléfono, soy un hombre telefónico –yo creo que no soy en esto un caso excepcional, muchos son los que por la mañana, con la taza de café en la mano, echan una mirada a la calle, ven lo que hay y murmuran: «Mira, no. Hoy tampoco salgo. Para lo que hay que ver… Mejor llamo a Manolo, a ver qué se cuenta».
Pues bien, uno de esos informadores míos, que casualmente se llama Manolo, me llamó el otro día y me dijo:
-Tango Zulú, Tango Zulú, aquí Charli Delta, ¿me copias, me copias? Estrictamente confidencial, sólo para tus oídos: Montano escribe en pijama.
Abrí una pausa de silencio, tratando de asimilar el golpe. Ese hombre, Montano, ya había revelado, días atrás, no sin impudicia, que le gusta pasear en camisa de manga corta, bermudas y chanclas. Pero esto…
-Montano escribe en pijama y zapatillas –insistió mi confidente.—Se levanta por la mañana, se va al despacho y, sin molestarse en ducharse ni en vestirse, se pone a leer la prensa y a escribir en su ordenador, hasta que le avisan para la hora del almuerzo. Entonces considera suficiente atavío echarse sobre el pijama un batín de color granate, de seda falsa, comprado en un chino, y está convencido de ser como Hugh Heffner, ya tú sabes, el magnate de Playboy.
Y tras lanzar una risita maliciosa, repitió mi informador:
– ¿Qué? ¿Cómo te has quedado, Tango Zulú?
Pues cómo me iba a quedar. Anonadado. Balbuceé algo, Manolo se apresuró a decir «tengo que colgar, me parece que me siguen, que me están escuchando, veo a un tipo con unas pintas que no me gustan nada. Si me pasa algo, el culpable es…» A renglón seguido, con aguda voz de terror: «¿Quién es usted? ¿Qué quiere usted de mí?». Siguió un grito desgarrador, y la conversación se cortó.
Si alguien se ha cargado a Manolo, me da igual, gajes del oficio, ya me buscaré otro confidente. Pero lo de Montano…, él, que recientemente insinuaba que yo escribo en chándal, añadiendo, con retorcida hipocresía, que probablemente es un chándal muy elegante…
Hombre, yo lo del chándal no lo confirmo ni lo desmiento, pero ¿y si fuera verdad, qué? Se trata de una prenda elástica, ergonómica, deportiva, alusiva al ejercicio físico, al movimiento, a la acción, a la voluntad. El pijama es todo lo contrario.
Inmediatamente telefoneé a Álvaro Nieto, director de THE OBJECTIVE, y le imploré que alquile un coche y vayamos raudos a Málaga, a ver qué le pasa al distinguido colaborador y gran adalid de los pantalones bermudas. Nieto se mostró reticente. En su opinión –en sus palabras literales-, «que escriba Montano como le dé la gana. Aquí estamos a favor de la libertad de culto, de la libertad de pensamiento y de la libertad indumentaria».
Sí, claro, me parece muy bien, pero… la situación parece de máxima urgencia. No recuerdo ahora si cité aquí –y si lo hice, le ruego al lector que se salte este párrafo- aquel pasaje de Los geniecillos dominicales de Julio Ramón Ribeyro, donde dos jóvenes hermanos pasivos, gandules, sin proyectos de vida, sin curiosidad ni voluntad, viven en el hogar familiar (en Lima) como el Oblomov de Ivan Goncharov. Se pasan el día entre la casa y el jardín, desgreñados, sin afeitarse y en pijama. Hasta que a la casa contigua vuelve una alemanita que de niños les gustaba. Ahora se ha convertido en una joven preciosa.
A partir de ese momento, los dos oblomoves limeños se duchan cada mañana, se afeitan, se visten correctamente e intentan hacerse los encontradizos con ella en el jardín. Hasta que un día la linda alemana vuelve a irse, esta vez para ya no regresar. Y a partir de ese momento ellos vuelven a ir todo el día «en pijama: el uniforme de los fracasados».
Una expresión, la de Ribeyro, lapidaria.
Yo entiendo que, culto y sensible como es, Montano, aunque no sea «un fracasado» (pues parece que tiene una buena vida, le gusta leer y tiene sentido del humor y ocasión de expresarse), sí pueda estar deprimido por la situación general, que es angustiosa y le interpela: al mando de los acontecimientos mundiales están un asesino eslavo y un yanqui narcisista e idiota; en nuestro país, los jóvenes cobran sueldos míseros, los pisos están carísimos y no pueden irse de casa y montar su hogar. La natalidad está por los suelos. La cesta de la compra, por las nubes. El cambio climático y la incuria están destruyendo el patrimonio nacional natural: este verano han ardido Extremadura, León, Zamora y Galicia; el verano próximo le toca a Asturias. Del Gobierno y la oposición mejor no hablar. A lo peor pronto entramos en alguna guerra… Y para colmo, nuestros telescopios no paran de avistar en el firmamento supuestos «meteoritos» que en realidad pueden ser naves espaciales de exploración procedentes de civilizaciones remotas. Y ya recordará usted lo que decía Stephen Hawking sobre el peligro que implican.
Ante estas realidades hostiles, Montano se deprime y ni fuerza tiene de vestirse como Dios manda. No se lo podemos reprochar. Pero que alguien haga algo, por favor.
P.D. Cuando iba a enviar este artículo, mi confidente Manolo me ha vuelto a llamar. Aunque herido de gravedad, ha sobrevivido a la agresión y le parecía de vital importancia informarme: «Tango Zulú, aquí Charli Delta, ¿me copias? ¿Me copias?… El pijama de Montano es viejo, el cuello está rozado, las mangas deshilachadas, a la camisa le falta un botón y está desparejada con los pantalones».
Tras una risita maliciosa, antes de colgar ha añadido: «El batín Heffner, del que tan orgulloso se siente, presenta agujeros de polilla y quemaduras de cigarrillo».
¡Atropéllame, camión!