Netanyahu y el desorden del mundo
«La deriva multipolar nos está dejando a todos un poco más indefensos, a la intemperie, sin un techo legal e institucional que nos proteja de las potencias»

Benjamin Netanyahu.
Antes de que la barbarie empezara en octubre de 2023, los israelíes ya se habían dado cuenta de que estaban gobernados por un líder con pocas credenciales democráticas. Netanyahu estaba en la mira de la justicia y era objeto de una enorme contestación social. En enero de ese mismo año había intentado reformar el poder judicial para quitarle al Tribunal Supremo la potestad de supervisar las decisiones gubernamentales y para otorgarle al parlamento la capacidad de revertir los fallos del Supremo. Como cualquier otro mandatario aquejado por la fiebre populista, el israelí había emprendido una guerra para reforzar el poder ejecutivo en detrimento de los otros poderes y de las instituciones. Se trataba de un ataque a la democracia, un desafío a los jueces típico de nuestros tiempos convulsos, que alarmó a la población y detonó protestas multitudinarias. A lo largo del primer semestre de 2023, cientos de miles de ciudadanos se tomaron las calles de Tel Aviv y de otras ciudades exigiendo que se derogara la reforma. Y en esas estaban, enfrentándose a Netanyahu, tratando de bloquear el camino iliberal por el que conducía a Israel, cuando el brutal ataque de Hamás cambió por completo el escenario.
Desde hacía más de un lustro, además, a Netanyahu lo perseguían tres casos de corrupción, uno de los cuales involucraba a un medio de comunicación que se había comprometido a proyectar una imagen benévola de él a cambio de medidas que perjudicaban a su competidor. El personaje que de un momento a otro se vio obligado a afrontar el más grave ataque en suelo israelí, una inesperada e inexplicable crisis de seguridad, había manipulado a otra de las instituciones fundamentales en una democracia. Empezó con la prensa, siguió con los jueces: parecía claro que Netanyahu no era un líder idóneo, plenamente comprometido con los principios liberales, sino más bien lo contrario. Al liderazgo omnímodo que ambicionaba se sumaría el desprecio a las reglas del multilateralismo y la propensión a imponerse mediante la fuerza en su zona de influencia.
Si el mundo se está desordenando es, en gran medida, debido a la influencia de estos nuevos liderazgos. Putin se desentiende por completo de la legalidad y no expresa el más mínimo respeto por la integridad y soberanía de los Estados nacionales, y Netanyahu viola el derecho internacional, ataca a la población civil y bloquea la ayuda internacional y los alimentos. Impide que la prensa extranjera entre en la zona de conflicto y no hace nada, más bien al contrario, para evitar que los periodistas gazatíes que reportan desde el terreno caigan como moscas. Lo más inquietante es que Estados Unidos, bajo el mando de un líder igualmente hostil con la prensa independiente, incómodo con la separación de poderes y decidido a colonizar instituciones clave con sus seguidores políticos, parece estar del lado de estos presidentes. Quien viola la legalidad y el orden multilateral que le dio cierta estabilidad y previsibilidad al mundo no se convierte en un paria internacional, recibe el apoyo de Donald Trump.
Aunque las guerras en Europa y Oriente Medio responden a causas muy distintas y tienen antecedentes difícilmente comparables, en eso sí se parecen: al día de hoy, son el resultado de las decisiones que han tomado líderes que desoyen lo que el mundo les está diciendo, que actúan convencidos de la sacralidad de su causa y que además están aprovechando la guerra y el sufrimiento de sus víctimas para afianzar su liderazgo y su permanencia en el poder. La deriva multipolar nos está dejando a todos un poco más indefensos, a la intemperie, sin un techo legal e institucional que nos proteja de los intereses y necesidades de las potencias.