Lo que yo defiendo
«Defiendo una política de acuerdos entre los dos grandes partidos, una idea de la nación que no me parece discutible ni compuesta de porciones inconexas»

Alejandra Svriz
Decía Camus «la mejor representación de la dimensión ética del ser humano desde los años cuarenta del siglo pasado, que había nacido de izquierdas, que era de izquierdas y que moriría siendo de izquierdas a pesar de la izquierda». Yo no nací de izquierdas, no sé cómo acabarán mis días, y como decía Montaigne, hasta el final de la vida no es posible dictar un veredicto definitivo sobre una persona, porque puede acabar peor. Desde hace 25 años me han insultado y me han querido aislar, pero cualquier persona de buena fe e informada sabe en términos generales quién soy y lo que defiendo.
Dejé los cargos del PSE cuando en el PSOE se hizo imposible defender los grandes acuerdos con el gran partido del centroderecha español. Antes ya hubo, desde las cercanías del PSOE, personas, no poco importantes, que se oponían a la política de grandes consensos. Era inasumible para ellos firmar un acuerdo por la libertad y contra el terrorismo de ETA y, más escandaloso todavía, sustituir al PNV, orondo beneficiado de la existencia de la banda terrorista, por el PP de Aznar. «Traidor», «pusilánime», «débil», «entreguista» fue lo menos cruel que me dijeron.
Tampoco me importó mucho está arremetida organizada mediática, aunque fuera protagonizada por el grupo periodístico más influyente, porque contaba con toda la seguridad en lo que defendía y con los mejores, apoyado con ideas parecidas desde grupos sociales como el ¡Basta ya!, con Fernando Savater a la cabeza. Ellos, como yo, empezaban a ver con pesimismo que el PSOE estaba dispuesto a postergar los intereses nacionales con tal de oponerse al PP con una rentabilidad electoral dudosa. Porque, no nos engañemos, lo que padecemos hoy no nació ayer con Sánchez. Viene de muy atrás.
Cuando las intrigas y las ofensivas internas se volvieron cada vez más descarnadas deje mis cargos en el PS para defender lo que yo creía: mi verdad con libertad. Podía estar equivocado, pero ni amordazado ni humillado.
No soy antisanchista, sería un fracaso biográfico a mi edad. Defiendo lo que defendía hace 25 años y tengo la satisfacción de que muchos de los que me atacaron o se alegraron por mi marcha hoy coinciden conmigo en la defensa de lo que yo defendí y ellos atacaron. Por ser sincero, creo que parte de esa animadversión se debió a ser hijo de quien era. Pero eso, además de ser inevitable, era un toque de dignidad y responsabilidad que me enorgullecía. Ellos pueden ser antianchistas porque hoy defienden posiciones contra Sánchez que en el pasado no defendían. Yo defendí en los tiempos de Zapatero, cuando todavía gozaba de toda la confianza de la clerecía socialista, lo mismo que hoy: soy ciudadano antes que militante.
Así, rechazando ofertas políticas y cantos de sirena, he seguido mi camino. En realidad siempre he mirado la realidad sin las orejeras de la conveniencia partidaria. El sentido común está por delante de la miopía de la tribu.
Hoy, ante algunas tergiversaciones y malas interpretaciones, creo que debo decir lo que pienso sin grupos o comidas, por muy reconfortantes que sean. Ni perderé el tiempo dorando la peana de nadie, ni tengo interés en divagaciones que banalicen la gravedad del momento que estamos viviendo en España.
Defiendo una política de acuerdos entre los dos grandes partidos nacionales, una idea de la nación española que no me parece discutible y tampoco compuesta de porciones inconexas; un Estado profesionalizado que ejerza sus competencias en todo el territorio nacional. Defiendo una educación de calidad que prime el esfuerzo y forme ciudadanos, no militantes, que tengan una idea cabal de quiénes son y los inmensos retos que tienen por delante. Defiendo una España en la que se pueda confiar y que sepa quiénes son nuestros amigos y aliados, gobierne quien gobierne. Defiendo tanto la necesidad de un reconocimiento práctico y real a la iniciativa empresarial como la protección de los trabajadores. Estoy en contra de los muros en emigración, pero también del buenismo irresponsable de quienes creen que podemos ser el refugio de todo el mundo.
«Ese partido, el de Suresnes, hace un tiempo que dejó de existir»
Estos valores son los que he defendido siempre y el mejor PSOE. Pero ese partido, el de Suresnes, hace un tiempo que dejó de existir. Hoy en España no se trata de combatir por el PS, se trata de defender el sistema social-liberal del 78.
A los socialistas que creen en un proyecto reformista, nacional, institucional y quieren seguir haciendo política tienen varias posibilidades: 1) Dar brillo al pasado, manteniendo la llama para que las futuras generaciones vean que es posible otra política; 2) Formar otro partido con esas características o 3) una plataforma que apoye a quienes defienden el régimen de la Transición e influir todo lo que puedan en que recoja el mayor número de sus principios y reivindicaciones a quien salga victorioso de las próximas elecciones.
Todo lo demás es confundirse y engañar. O se vota siempre, haga lo que haga, al PSOE o se defiende el sistema del 78. O se pone el partido por encima de todo o a la España del 78. O se considera uno más militante que ciudadano regodeándose en la nostalgia o se compromete con la gravedad del presente. Lo demás es perder el tiempo, aunque resulte muy reconfortante.