Un inmigrante menos, un voto más
«Estamos en plena conflagración política por obra y gracia del sanchismo, y si el Partido Popular no lo asume perderá la ocasión de hacer algo importante»

Ilustración de Alejandra Svriz.
El PP ya no saca ni un voto más a su izquierda. Esa fuente se secó. Hubo una transferencia importante por la corrupción y el desprecio a las mujeres que mostró el sanchismo, pero se acabó. Se trató de un cambio de voto por dignidad, salido de las entrañas, fuertemente emocional, por repudio al vicio, pero Sánchez lo ha sabido recuperar. Ha usado la cuestión de Gaza para que las mujeres vuelvan al PSOE. El electorado femenino es más emocional ante la guerra, y el sanchismo lo ha enganchado con dos figuras: genocidio y muerte de niños. Eso ha logrado que la gente cambie el foco de su indignación, que rebaje la importancia de los pecados socialistas, y que recupere así puntos en las encuestas.
El otro tema emocional es la inmigración ilegal. Las mujeres son menos proclives a mover su voto por esta cuestión aunque haya delitos sexuales. Tiene una explicación sociológica relacionada con la cultura de los cuidados. Recordemos que el sufragismo femenino en Estados Unidos, la cuna de ese movimiento, estuvo estrechamente ligado a la abolición de la esclavitud, y luego a todo tipo de acciones filantrópicas, como la lucha contra la prostitución y el alcoholismo. Ese vínculo entre el cuidado al prójimo y el voto es muy poderoso entre las mujeres.
De hecho, las encuestas dicen que el discurso duro hacia la inmigración ilegal, incluidos los menas, aúpa en las encuestas a Vox gracias al voto de los hombres jóvenes, no de las mujeres. Es cierto que esa masculinización del elector de Vox se debe también a que este partido se ha convertido en el defensor del varón frente a los ataques constantes del feminismo agresivo. Son dos fenómenos que se retroalimentan: unos insultan al hombre por su biología, y otros ridiculizan a las que ofenden.
Esto forma parte de la batalla electoral. Si la política se ha convertido en un campo de trincheras, la gente se aferra al partido que mejor le defiende, no al equidistante ni al tibio. En la competencia por el voto se valora estar en primera línea, no en retaguardia sacando brillo a los instrumentos de la orquesta militar. Más claro: al elector de la derecha le agrada quien tiene soluciones claras a los grandes problemas, como la inmigración o la vivienda, y le parece tontorrón reclamar una medalla porque se desgrava la adopción de una mascota o apuntarse a un gimnasio. Lo aclaro más: si Feijóo va a las elecciones con un programa de subvenciones a menudencias, Vox se lo come con patatas.
Hasta ahora, el partido de Abascal ha ganado casi un millón de votantes al PP. Supera los 55 escaños en las encuestas, con cuatro millones de papeletas, y un 16% del electorado. Mientras, los populares no despegan. La culpa no es solo de Feijóo. Es un mal de la derecha española, que siempre ha entendido la política como un debate sobre la gestión, cuando la izquierda la entiende como un conflicto. Pongo un ejemplo: si la sanidad pública no funciona, la derecha dice que se gestiona mal, y la izquierda alega que se debe a que se beneficia a la sanidad privada. La derecha así no moviliza a nadie y pierde cuando la política se convierte, como ahora, en una guerra. Estamos en plena conflagración política por obra y gracia del sanchismo, que ha convertido la vida en una trifulca constante, y si el PP no lo asume perderá la ocasión de hacer algo importante.
«Vox no está peleando por Occidente, solo está luchando por votos para obtener el poder»
Por esto la inmigración es una baza electoral indiscutible. Feijóo ha propuesto un «visado por puntos» para entrar a España y quedarse, al estilo de Canadá o Australia, y dar preferencia a los hispanoamericanos. Es una apuesta política para salir de la indefinición y presentar una opción clara a sus votantes, y también para ganarse el voto de los hispanos nacionalizados españoles. Pensemos que en 2024 fueron 210.000 personas venidas de América las que obtuvieron nuestra nacionalidad, y que verán con buenos ojos que el PP les dé la bienvenida y les trate como «inmigrantes deseables». A esto sumemos el peso del voto exterior, el CERA, casi dos millones y medio de electores que fundamentalmente residen de Hispanoamérica, y que en las últimas elecciones alteraron el resultado en nueve provincias.
El asunto es vital. Por eso ha saltado Vox diciendo que el PP miente en su plan del «visado por puntos», que es el «PSOE azul», que Feijóo fallará como hizo Rajoy, y que es igual que Von der Leyen. La inmigración ilegal, dicen, es parte de un proyecto para el «gran reemplazo demográfico» de europeos por africanos islamistas. El mensaje es muy básico y cala con facilidad: «Llegan a nuestras playas hombres en edad militar que en cuanto pisan nuestro suelo reciben una paga. A partir de ahí se dedican a vivir de los españoles y a delinquir con impunidad, al tiempo que desprecian nuestra cultura para imponer la suya». Con este discurso Vox se atribuye el papel de salvador de Occidente y otorga a sus votantes una misión histórica: luchar contra el invasor para conservar nuestra identidad.
Es un lenguaje bélico, correspondiente al tiempo de guerra política que vivimos. Pero no seamos ingenuos: no están peleando por Occidente, solo están luchando por votos para obtener el poder. Lo hacen estos y los otros, especialmente Sánchez, que es quien marca el ritmo y los temas en el campo de batalla.