The Objective
Juan Francisco Martín Seco

Migración: necesidad de control

«Si realmente el Estado quiere ser social y garantizar el bienestar de sus ciudadanos no tiene más remedio que poner límites a la solidaridad con los extranjeros»

Opinión
Migración: necesidad de control

Ilustración de Alejandra Svriz.

En los primeros días de junio de 2018, el barco Aquarius, dirigido por la ONG SOS Méditerranée y con 629 emigrantes a bordo, se dirigía a las costas italianas, y era rechazado por el Gobierno de aquel país. Malta, que era la otra posibilidad de desembarco, negó también la autorización. La situación era crítica. Pero he aquí que surge Sánchez como caballero andante. Llevaba poco más de diez días de presidente del Gobierno, después de haber ganado una moción de censura con tan solo 85 diputados y apoyado por aquellos que pocos meses antes habían dado un golpe de Estado, amén de por los herederos de ETA, y en general por todos aquellos cuya finalidad era debilitar el Estado o destruirlo.

Sánchez ofrece las costas españolas, concretamente Valencia, para el desembarco. La invitación parecía al menos extraña, por el hecho de que proviniese de España, un sitio bastante alejado del lugar del conflicto. Tan es así que resultaba imposible que el Aquarius pudiera acometer con 630 pasajeros a bordo un viaje tan largo, recorriendo todo el Mediterráneo. El Gobierno italiano tuvo que prestar dos barcos más –lo hizo encantado para quitarse el problema de en medio– para que ayudasen al traslado.

La segunda sorpresa surgió con el espectáculo montado a la recepción de los barcos, con la vicepresidenta y seis ministros del recién nombrado gobierno bonito, el presidente y la vicepresidenta de la Generalitat valenciana y no se sabe cuántos alcaldes al retortero. Con ello, y con la existencia de una comisión de seguimiento, con las múltiples comparecencias en prensa, algunas de ellas solemnes como la de Carmen Calvo y Ximo Puig, y con la retransmisión de un maratón de la llegada en directo por Radio Nacional, etcétera, cabría deducir que los 630 pasajeros del Aquarius eran los primeros inmigrantes que llegaban al territorio español. Sin embargo, cada semana arribaba a las costas españolas un porcentaje similar o mayor que los que transportaba el Aquarius y el resto de los barcos, sin que se montase ningún fasto por ello.

El espectáculo orquestado por Pedro Sánchez alrededor del Aquarius y sus 630 inmigrantes tenía un tufillo a oportunismo, mucho de folclore, de teatro, de exhibición, de campaña publicitaria, de rédito electoral; incluso de ocurrencia, sin reflexión y sin medir las consecuencias.

Si traigo a colación este hecho ya tan alejado en el tiempo es porque al analizar en la actualidad el problema de la inmigración en España conviene tenerlo presente, dado que en él estaba ya prefigurada la que iba a ser la política migratoria de Pedro Sánchez, y pronosticaba los problemas que iba a generar. Una política de puertas abiertas, sin ninguna regulación, basada en el buenismo y utilizada como arma política, siempre pronta a tildar de xenófobos a los demás.

«Las migraciones son un problema de difícil solución, no admiten posturas simples y demagógicas»

Cinco días después de la llegada del barco, escribí un artículo en república.com –digital hoy cerrado, pero en el que entones colaboraba– titulado Aquarius: siente un pobre a su mesa. Comparaba la recogida de los 630 inmigrantes con la campaña promocionada en los años cincuenta por el régimen franquista tendente a promover la caridad cristiana en Navidad, llevada a la pantalla por Berlanga con el nombre de Plácido y con la intención de denunciar la hipocresía que se ocultaba tras esta operación, cuya finalidad quedaba reducida a lavar la mala conciencia de la burguesía.

Las migraciones son un problema de difícil solución, no admiten posturas simples y demagógicas. La cuestión debe abordarse desde dos motivaciones distintas y que conviene no mezclar ni configurar en un totum revolutum. La primera va unida al altruismo, a los criterios humanitarios y compasivos, la segunda a la necesidad o no, que nuestra economía tiene de trabajadores extranjeros. En este artículo trataremos exclusivamente la primera.

Hay un discurso que recurre a las necesidades y al estado de indigencia de los inmigrantes. Apela a la solidaridad y a la obligación de ayudarles. Este motivo tiene muy poco recorrido, porque siempre hay un límite, la propia caridad cristiana lo tiene. Solo los que llaman santos –cuentan– la practicaron en estado heroico.

Por muy filantrópico y generoso que se sea y por muchas que sean las necesidades que se presencien, muy pocos o ninguno estarían dispuestos a abrir de par en par las puertas de su casa. Como en Plácido y en la campaña franquista, se trata tan solo de lavar la conciencia sentándolos a la mesa una vez tan solo por Navidad. Es más, el altruismo llevado al límite se destruye a sí mismo. Utilizando una vez más el cine, recordemos la cinta de Viridiana de Buñuel.

«Ciertos planteamientos son hipócritas porque surgen de colectivos a los que la inmigración no les genera ninguna incomodidad»

Con la inmigración ocurre algo igual. Las necesidades exteriores son infinitas. Un Estado no puede abrirse totalmente a la inmigración sin orden ni medida y, con el argumento de la compasión, permitir que cruce sus fronteras todo aquel que lo desee. Sería la destrucción del propio Estado. La inmigración es un terreno especialmente complejo, donde confluyen las contradicciones del sistema capitalista y del Estado social, porque si realmente el Estado quiere ser social y garantizar el bienestar de sus ciudadanos no tiene más remedio que poner límites a la solidaridad con los extranjeros.

Ciertos planteamientos tienen una gran dosis de hipocresía porque surgen de colectivos a los que la inmigración no les genera ninguna incomodidad, y pueden adoptar sin coste alguno posturas humanitarias y magnánimas. Incluso, en ocasiones, el balance puede ser positivo, por ejemplo, muchos empresarios pueden encontrar en la llegada de inmigrantes una fuerza de trabajo barata que, como ejército de reserva, tire hacia abajo de los salarios y empeore las condiciones laborales. Una alternativa a la deslocalización empresarial.

En determinados ámbitos es fácil ser progresista y presumir de compasivo y piadoso. La inmigración no constituye ningún problema para los que vivimos en Pozuelo, Aravaca, Galapagar, La Moraleja o el barrio de Salamanca. Allí no se ven inmigrantes más que en el servicio doméstico, o en la hostelería, y desde luego no compiten en ningún aspecto con sus residentes.

La situación es diferente para los que habitan en barrios populares, en los que mayoritariamente se asientan los inmigrantes. Es posible que sus habitantes vean con recelo cómo muchos extranjeros, al tener condiciones económicas más precarias que las suyas, acaparan las plazas en las guarderías y en los colegios públicos, se sentirán desplazados en las becas y en los servicios sociales. Los que tienen que luchar contra largas listas de espera de muchos meses en tratamientos o pruebas médicas puede ser que vean con prevención la ampliación de la población asistida. Es posible que muchos de los que están en paro puedan pensar que los inmigrantes son los causantes en cierta medida de que no encuentren empleo, e incluso es posible también que aquellos que cuentan con un puesto de trabajo consideren que los inmigrantes han precarizado el mercado laboral y tirado hacia bajo los salarios y las condiciones laborales.

«El número de condenados por cada mil habitantes es mayor en todos los delitos para la población extranjera que para la nacional»

La llegada indiscriminada de inmigrantes sin ningún control conduce a que un gran número de ellos se encuentren abocados a la marginalidad, especialmente si se les mantiene en una condición irregular, es decir, en unas circunstancias donde la única alternativa de supervivencia es la mendicidad, la delincuencia o el trabajo en negro.

La correlación de delincuencia con indigencia resulta irrefutable y, por el mismo motivo, también la que se establece con la inmigración. Los datos están ahí y no se pueden negar. El número de condenados por cada mil habitantes es mayor en toda clase de delitos para la población extranjera que para la nacional: en robos y hurtos un 7,93, frente a un 2,44, respectivamente, un 225% por encima; contra la seguridad colectiva, 6,33 frente a un 2,36, un 168% mayor; lesiones, 4,43 frente al 1,42, un porcentaje 213% superior; delitos sexuales, 0,23 por 0,07, un 234%. Y así el resto. Datos del INE.

Por otra parte, el hacinamiento en pisos y sus costumbres, propias de otras culturas, pueden crear más de un problema al resto de vecinos, tanto más si la inmigración es desordenada y anárquica, carente de todo esfuerzo para la integración, sin que se haya seleccionado el origen y sin tener en cuenta por lo tanto la mayor o menor facilidad de asimilación al nuevo país.

Frente a ello no vale esgrimir descalificaciones morales y negar el problema. La preocupación de muchos ciudadanos resulta innegable, como resulta también inequívoco que esta preocupación aumenta de forma progresiva. Así lo manifiestan las encuestas que colocan últimamente a la inmigración como el tercer problema en orden de importancia para los ciudadanos. Este lugar es sin duda relevante, si tenemos en cuenta que, a muchos, casi todos los de las clases altas y media alta, el problema no les afecta en absoluto.

«El problema es lo suficientemente grave y complejo para que no se use con fines propagandísticos»

Hoy, en toda Europa, el tema de la inmigración está poniendo en aprietos a los partidos de izquierdas que ven cómo sus votantes se desplazan paradójicamente a formaciones a las que se califica de populistas o de ultraderecha, pero que han sabido entender y manejar el miedo al fenómeno migratorio de una amplia capa de la población.

El problema de la migración es lo suficientemente grave y complejo para que no se use con fines propagandísticos de ningún tipo ni se utilice demagógicamente. La literatura universal ha recogido con frecuencia los dilemas éticos que plantea, que no son nada fáciles de resolver. Ya a finales del siglo XIX, Zola, en una de sus mejores novelas, Germinal, recoge el conflicto que se establece entre los mineros de Montsou –quienes, ante la vida de miseria y explotación a la que se ven sometidos, se han puesto en huelga– y los trabajadores belgas –cuya pobreza será seguramente mayor, ya que están en paro, y que la dirección de la mina trae a Francia para ocupar el puesto de los huelguistas–. Es evidente que del final de la novela se deduce que los únicos beneficiados de esta importación de mano de obra son los dueños de las minas.

Al principio de articulo decíamos que el problema de la migración se podía enfocar desde dos perspectivas, dos motivos para abrir las fronteras. El primero se basaba exclusivamente en los sentimientos humanitarios y en la lástima que provocaban las condiciones sociales y económicas de los habitantes de ciertos países o por el hecho de que sean refugiados políticos. Este es el enfoque que se ha pretendido analizar en este artículo y señalar que las sociedades, como las personas, por mucha que sea la generosidad que posean precisan colocar un límite si no se quiere provocar la autodestrucción.

Hay una segunda motivación, consistente en el beneficio económico que España puede obtener de la llegada de inmigrantes, principalmente como mano de obra. He querido separarla a propósito de la argumentación anterior para no mezclar los análisis, pero es patente que la limitación de espacio nos ha impedido tratar en este artículo esta segunda perspectiva. Queda pendiente para el próximo.

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