Sánchez, el líder eterno
«Su objetivo es la perpetuación de su presidencia y un ejercicio despótico de la misma. Su sustitución política debe ser el primer objetivo de los demócratas»

Ilustración de Alejandra Svriz.
Los organizadores de la reciente comida de los críticos socialista tuvieron la amabilidad de invitarme e incluso de forzarme a tomar la palabra. Fue una buena ocasión para comprobar cómo una conciencia de crisis política puede evitar las expresiones de resentimiento personal y buscar en cambio, por todos los medios, soluciones constructivas.
Hubo, sin embargo, por mi parte, un desacuerdo. La mayoría de las intervenciones, sin olvidar la exigencia de actuar aquí y ahora, se dirigían hacia un más allá, sobre qué hacer tras la inevitable derrota electoral de Sánchez, cuando éste formase una alianza de combate desde la oposición con sus socios más radicales. Nicolás Redondo habló de un previsible frente con ERC y Bildu, con Sánchez siempre en el mando del partido. Jordi Sevilla, por su parte, planteó la necesidad de ejercer una presión desde el interior, de cara al futuro Congreso del PSOE. En todo caso, prevalecía la opinión de que Sánchez podía seguir haciendo mucho daño, por lo cual había que encontrar formas más eficaces de oposición desde el propio socialismo, tales como la Asociación por el Consenso Social y la Democracia, finalmente propuesta, pero que electoralmente la suerte estaba echada.
Por mi parte, siento un radical pesimismo. Parece improbable que, si el actual presidente está subvirtiendo día a día en favor propio todos y cada uno de los mecanismos de la vida democrática, vaya finalmente a resignarse a jugar limpio, abandonando la Moncloa al ser derrotado en unas elecciones. Debe fingir que eso puede suceder, pero un hombre tan convencido de su papel histórico como dictador, y al mismo tiempo tan sensible a la amenaza que representa hoy el cerco a su corrupción, hará todo lo legal o ilegalmente posible para conservar la presidencia. Por si su ansia de perdurar no fuera suficiente, ahí está el caso ejemplar de Sarkozy condenado en Francia, para disuadirle del fair play. No resulta fácil adivinar cómo, pero su propósito es claro. Estamos en una partida de cartas, donde la casa controla el reparto de las mismas, y sabemos que va a utilizar a fondo esa posición privilegiada, marcándolas.
Las declaraciones de Pedro Sánchez en Washington, sobre su radiante futuro, respaldadas por su éxito allí como paladín del progresismo mundial, alejan cualquier duda. El ministro Albares acaba de rubricarlo por medio de un artículo de autobombo en Grand Continent, definiendo la política del Gobierno como «global» -¿habrá leído El País?- mediante una cascada de ditirambos, en la cual se funden la exageración y el vacío. También los despropósitos, tales como la práctica de una supuesta política feminista que ignora la tragedia soportada por las mujeres en países como Irán y Afganistán.
No es Sánchez un político democrático que declara sus intenciones de cara a ese futuro, con la mirada puesta en cumplir este o aquel objetivo, si gana las próximas elecciones en su país. Piensa que el poder en España es suyo, un patrimonio personal no sometido a límites temporales. Encabezará la candidatura socialista en los venideros comicios por decisión propia, sobrevolando cualquier norma estatutaria. Como si estuviéramos en una monarquía absoluta, la consulta para decidir la actitud como candidato, se dirige en primer lugar a su propia familia, que le acompaña en su liderazgo excepcional, y solo en segundo lugar al partido, el cual, se supone, funciona por aclamación refrendándole. Hay estatutariamente primarias, pero esa existencia normativa se desvanece ante su decisión. De manera intuitiva, Pedro Sánchez está descubriendo a Carl Schmitt y a la exigencia, para afirmarse siempre, de la destrucción de las reglas democráticas.
«Sánchez, al igual que Mao, se presenta siempre por encima del tiempo, como si estuviese instalado en la eternidad»
Cierra el círculo, como siempre sucede desde tiempos de Roma, la pretensión de perpetuarse en el poder. No para hacer esto y aquello, sino por y para sí mismo. Si Carrero Blanco advirtió a Franco que no sería inmortal, Pedro Sánchez, al igual que Mao, se presenta siempre por encima del tiempo, como si estuviese instalado en la eternidad. Vencerá en esas próximas elecciones y se mantendrá en la presidencia por tiempo ilimitado. Podrá así, en beneficio propio, apuntar hacia una dictadura vitalicia, al modo de Erdogan en Turquía, aquí en nombre del «progreso», mediante el vaciado sistemático de las instituciones constitucionales.
El paradójico control del Legislativo es ya un hecho, no para gobernar, pues pierde una votación tras otra, pero sí para mantenerse al frente del Estado sin su control. La batalla con los jueces sigue, pero también el objetivo de hacer del Constitucional y del Fiscal General del Estado las claves de su necesaria domesticación. Y otro tanto cabe decir de la manipulación sistemática de los medios y del lenguaje político, por un lado, y por otro del uso del poder estatal para consolidar el control de la economía y un nepotismo de masas, imprescindibles a fin de asegurar una base social de absoluta lealtad. No le importa que para ese fin vaya despiezándose el Estado en favor de las comunidades privilegiadas y teniendo lugar el desgaje de fragmentos de Constitución, entregados por sus votos en el Congreso a los independentismos.
Como es obvio, esa deriva anticonstitucional solo resulta posible desde el ejercicio de un poder, al mismo tiempo arbitrario, supralegal, e implacable, sin fisura alguna en su ejercicio, con el ajuste de todas sus piezas a la voluntad del presidente. De ahí que sea preciso habar de un poder de tipo gansteril, no porque el Gobierno se dedique a asaltar bancos o a montar el imperio de la droga, aunque de extorsión económica y financiera sí quepa hablar, sino porque gestiona el país por encima de las instituciones y de las leyes, bajo la férula de un hombre y subordinándolo todo a sus intereses y a sus mandatos.
El funcionamiento del sistema responde además a unas reglas muy precisas, al modo de un mecanismo de extrema regularidad, incluso en las respuestas a la aparición de una crisis, sea esta una actuación judicial contraria o el asunto de las pulseras. No existe mejor prueba que la puesta en marcha siempre de una información sincronizada, exculpatoria del infractor propio y convertida en bumerán para acabar golpeando a la oposición. El detonador corresponde a la iniciativa del propio Sánchez, ateniéndose a la recomendación castrista de nunca detenerse a esperar el impacto de esa novedad sobre la opinión, golpeando siempre al adversario y lanzando una cortina de humo sobre los propios errores.
«La denuncia obsesiva del genocidio en Gaza le lleva a olvidarse en todo momento de Hamás»
La última vez, acompañada además por el éxito, al tapar la corrupción con la solidaridad propalestina en la Vuelta, hasta hacer de Gaza y de la movilización contra Israel, antes que contra Netanyahu, el gran problema nacional. Incluso yéndose como Mambrú, al mando del Furor, hasta las fronteras de la guerra. Por supuesto, como cualquiera puede apreciar, Ucrania y Putin con sus drones sobre Europa, simplemente no existen.
Tampoco existen, en fin, las contradicciones en ese esquema de comportamiento, ya que Sánchez aplica el viejo dicho de que si es con barba, San Antón, y si no, la Purísima Concepción, de hacer falta. En España, satisfaciendo a su audiencia izquierdista, la denuncia obsesiva del genocidio en Gaza le lleva a olvidarse en todo momento de Hamás, que sin embargo está presente en sus discursos de la gira americana, para componer la figura y aparentar ponderación, siendo borrada a su regreso. Según convenga, es el Doctor Jekyll y Mr. Hyde simultáneamente. Si Feijoo habla de masacre, y no de genocidio, condena también obsesiva: si se ve obligado el Rey a esa moderación del lenguaje, acuerdo total. Para algo cuenta con un ejército de asesores y de dispositivos informáticos, encargados de fundamentar esa estrategia de control y manipulación, totales y permanentes, de la opinión pública.
A estas alturas, salvo en el caso de una ceguera voluntaria, como la diagnosticada en tiempos por el viejo profesor, Tierno Galván, solo cabe concluir que estamos en algo mucho más grave que un deseo de prolongar un mandato. El objetivo de Sánchez es, inequívocamente, la perpetuación de su presidencia y un ejercicio, más que dictatorial, despótico de la misma. Es, pues, la supervivencia de la democracia lo que está en juego. Y de ello se deduce que la sustitución política de Pedro Sánchez debe ser el primer objetivo de los demócratas, con la dificultad adicional que supone vencer a un trilero, ajustándose al terreno de juego de la Constitución.
La primera exigencia para ello consiste en sustituir la cascada de críticas puntuales a cada una de sus infracciones, por la elaboración de una alternativa global, bien precisa, dotada de una articulación interna, legible por la opinión pública. Y que responda al diseño asimismo totalizador de la política sanchista.
«El problema no está en la atención a los llegados, sino en responder a los problemas reales que planteen»
Frente a la sucesiva desagregación, fragmentación del Estado, por las concesiones a los independentistas, defensa del Estado y exposición de la perspectiva, perfectamente realizable, de un Estado federal que responda a las demandas actuales desde la Constitución.
Frente a la concesión en cadena de privilegios económicos a favor de las comunidades opulentas, exposición rigurosa del coste para los demás ciudadanos de esa cuesta abajo y elaboración de la reforma financiera necesaria a nivel estatal, asentada sobre la equidad.
Frente a la demagogia populista que incrementa la desigualdad intergeneracional y arrastra a la juventud, de clase media y trabajadora, hacia el extremismo ultra, reequilibrio entre la política asistencial y el fomento del empleo.
Frente a un silencio informativo y una pasividad que bajo la capa de atención a los inmigrantes por encima de todo y por encima de cualquier irregularidad, favorecedores de la xenofobia, análisis riguroso del tema y búsqueda de regularización. El problema no está en la atención a los llegados, sino en responder a los problemas reales que planteen, y en frenar la emigración irregular masiva en los lugares de origen.
«Frente a la degeneración de la democracia y la crispación, restauración democrática»
Frente a la pretensión de imponer un lenguaje y un control totalitarios de la opinión desde el Gobierno, reposición de la libertad de expresión dentro de la ley.
Frente a la pretensión de acabar con la autonomía de los jueces y de consolidar el dominio de instancias claves del poder judicial, oposición radical a ese propósito, utilizando ante la opinión el arma de la corrupción gubernamental.
Y frente a la polarización de la sociedad española, aplicando la doctrina del Muro, de una guerra imaginaria, reivindicación de una convivencia democrática, donde la competitividad entre socialdemocracia y conservadurismo, permita acuerdos de Estado al margen de independentistas y antisistemas de diverso pelaje. En una palabra, frente a la degeneración de la democracia y la crispación, restauración democrática.
El planteamiento de tal alternativa concierne tanto a los conservadores constitucionalistas como a los socialdemócratas que busquen el regreso a lo que representaron, con todos sus defectos, el PSOE de Felipe González en los años 80 y el PP de José María Aznar en su primer cuatrienio.
«Su lema es todo bajo mi mando y eliminación de cualquier disidencia»
Ello requiere unificación de esfuerzos, sin confusión ni recelos heredados. Cierto que no hay base para sentir demasiado optimismo, dado el enfeudamiento del PSOE al sistema de poder de Sánchez, quien gobierna al partido, más aún que a la sociedad española, con mano de hierro. Su lema es todo bajo mi mando y eliminación de cualquier disidencia.
Lo experimenté a título personal, el día después de la comida de los críticos del miércoles 24. Había sido invitado a pronunciar una conferencia, el 2 de octubre, en la sesión inaugural del curso en la Universidad de Mayores. El tema, fijado por ellos. La aceptación me obligó a suspender un viaje a Londres ya pagado, pero el jueves la Junta Rectora (sic) decidió suprimir mi invitación, acudiendo a un pretexto. Entre otras muestras, tenía ya el antecedente de que a partir del nombramiento como director de Luis García Montero, se acabó ser invitado por un Instituto Cervantes.
En la España de Pedro Sánchez, de la que al parecer forman parte las Universidades y las instituciones culturales, lo normal es contratar a «profesionales honestas» sin título alguno y, por su buena familia, a músicos itinerantes para que disfruten de la vida, punta del iceberg de un nepotismo sistémico, y ello resulta incompatible naturalmente con el respeto a los criterios intelectuales y a la libertad de expresión.
Por fortuna, al opositor y al disidente todavía no se les encarcela como en la Turquía de Erdogan. Basta con condenarles al ostracismo en todo el radio que alcance la proyección del poder. Una razón más para proponer el no a Sánchez como absoluta prioridad política, desde la ley, pero con todas sus consecuencias.