Un escándalo que desnuda a un político
Las actas de las negociaciones con ETA revelan un Gobierno entregado a los terroristas y arrogándose funciones que no le correspondían

José Luis Rodríguez Zapatero. | Alejandra Svriz
En relación con ETA, lo primero que debemos recordar, por si hay algún desmemoriado en la sala, es que Zapatero no fue quien acabó con el terrorismo. Con la banda criminal terminó la democracia española, que supo utilizar todas las herramientas legales a su disposición, con los jueces y las fuerzas de seguridad en primera línea. También fueron determinantes el consenso entre PP y PSOE (pacto antiterrorista) y la colaboración de nuestros vecinos europeos, que tras los atentados de Nueva York en 2001 tomaron por fin conciencia de que había que tomarse en serio estas cosas.
Zapatero, por mucho que trate de apuntarse ese logro, simplemente se dedicó a darle la puntilla a un morlaco que ya venía moribundo. Y, a la luz de las extraordinarias revelaciones que THE OBJECTIVE ha publicado estos días sobre cómo fueron sus negociaciones con ETA, cabría preguntarse si se excedió en algún momento para lograr la tan ansiada paz.
Hay quien legítimamente puede pensar que, dado que nos hemos ahorrado muchas vidas humanas por el camino, el precio pagado valió la pena. ¿El fin justifica los medios? Allá cada cual con sus consideraciones éticas, pero lo que es indudable es que la serie de exclusivas que ha ido poniendo sobre la mesa este periódico constituye un documento histórico de primer nivel, pues hemos visto las actas de lo que negociaron el Gobierno y ETA, con la transcripción exacta de lo allí hablado.
Se había escrito mucha literatura durante los últimos años sobre esas conversaciones, pero ahora es la primera vez que vemos negro sobre blanco cuestiones que, aunque las podíamos intuir, su mera constatación pone los pelos de punta.
Los papeles publicados en THE OBJECTIVE no solo confirman que el Gobierno estaba detrás del chivatazo que alertó a los terroristas para que huyeran del bar en el que se encontraban cuando el juez Marlaska envió a la policía para detenerles (caso Faisán), sino que resulta que Zapatero se comprometió con los etarras a no molestarles en lo sucesivo.
Y no solo hemos comprobado que tanto él como el entonces fiscal general del Estado, el ínclito Cándido Conde-Pumpido, maniobraron para relevar al fiscal jefe de la Audiencia Nacional, Eduardo Fungairiño, que estaba siendo demasiado duro con los terroristas, sino que el propio Gobierno alertó a la banda de que Francia preparaba un golpe policial contra ella.
En resumen, y como hemos visto luego tantas veces durante el Gobierno de Pedro Sánchez, el Poder Ejecutivo se dedicó descaradamente a poner zancadillas al Estado de derecho… Y el colmo de todo ha sido saber que incluso Zapatero se ofreció a pagar la ‘nómina’ de los terroristas a través de una ONG a cambio de que dejaran la extorsión.
Por tanto, las actas dejan muy mal sabor de boca a cualquiera que haya hecho el ejercicio de leerlas, porque revelan a un Gobierno al servicio de los terroristas y encima arrogándose tareas que no le correspondían. ¿Era necesario humillarse tanto?
Zapatero salió mal de Moncloa por cuestiones económicas, pero siempre logró disimular durante su mandato la falta de escrúpulos que se refleja en estos papeles, y que sí le hemos visto con posterioridad, por ejemplo en relación a Venezuela. Su talante y su sonrisa opacaron entonces su verdadera cara, pero ahora ya le conocemos demasiado bien. Si en aquel momento fue capaz de prometer ciertas cosas a un grupo de criminales con las manos manchadas de sangre, qué no será capaz de apalabrar ahora en Waterloo para amarrar el apoyo de Puigdemont al Gobierno de Sánchez.
Con la publicación de las actas de ETA no pretendemos ni remover el pasado ni saldar cuentas pendientes con nadie, simplemente informar a los españoles de lo que en realidad pasó, y dejar constancia de que no todo fue tan bonito como algunos se empeñan en contarnos. De hecho, no son pocas las voces que alertan hoy desde el País Vasco, empezando por el gran Fernando Savater, de que la situación aún dista mucho de ser idílica. Basta ver cómo hemos normalizado que en las calles se homenajee a etarras o que Bildu vaya dando lecciones de democracia.