Barcelona o Madrid
«Madrid se dispara como la primera autonomía en PIB por habitante, mientras los impuestos en Cataluña siguen entre los más altos de Europa»

Catedral de la Sagrada Familia, en Barcelona. | David Zorrakino (Europa Press)
¿Cuál es la mejor ciudad española para vivir y trabajar en este siglo XXI? Aunque pasé la infancia en Albacete, la juventud en dos países anglosajones y una década en Portugal, mi vida ha transcurrido entre Madrid y Barcelona. Y siguen haciéndome la misma pregunta: ¿a quién quieres más? El proceso volvió antipático a todo lo catalán, una de las dos lenguas en las que sueño. Madrid se dispara como la primera autonomía en PIB por habitante, mientras los impuestos en Cataluña siguen entre los más altos de Europa. Escasea, en ambas, la vivienda social y los jóvenes sobradamente preparados se van por falta de incentivos. A pesar de ello, la capital de España crece. Acumula proyectos y abre sus puertas. Los catalanes expatriados coinciden: «Aquí te sonríen».
Madrid ya es la capital de la hispanidad del siglo XXI. Ha abierto los brazos a emprendedores latinoamericanos (ricos o muy ricos), además de a miles de estudiantes y ex-prats europeos, norteamericanos o de otras comunidades españolas. En Cataluña, los latinoamericanos cuidan de viejos y niños, ocupan los puestos que los autóctonos desprecian; saben que la lengua oficial no es la suya, el español, por mucho que lo diga la Constitución y que la escala profesional les será vetada. Desean bon dia, automáticamente, a todo el que entra en el bar o la panadería que les paga el salario mínimo. Para no molestar al «català emprenyat».
Los mejores talentos jóvenes catalanes se van con sus ordenadores a buscarse la vida en otros lares donde aprendan y les paguen más, alejándose de tanta gaita patriótica. Cataluña es la autonomía que emite más certificados de idoneidad para médicos que quieren emigrar. De los 3.500 doctores españoles que quisieron irse el pasado año de España, más de 700 residían en Cataluña. La Sanidad sigue siendo excelente, pero se pierde talento.
Pese a la fobia del turista –que no existe en Madrid– las playas salvan el crecimiento económico de Cataluña. En turismo interno es el segundo destino más visitado del Estado, tras Andalucía.
Sin grandes proyectos en perspectiva, más allá de la lucha infinita por ampliar un aeropuerto que se quedó pequeño hace décadas, Barcelona y sus hijos padecen de un exceso de celo normativo: a los coches, a los ciudadanos, a los bares, a los pisos turísticos, a los fondos de inversión… Algunas leyes son herencia de la afición por buscar piso a los okupas de la exalcaldesa y ahora navegante Ada Colau; otras, son de nuevo cuño. Pero, pese a grandes promesas que copan titulares, sigue sin construir vivienda social.
«La revista ‘Time Out’ ha elegido la noche madrileña como la mejor del mundo detrás de Las Vegas»
Madrid, prohibiendo menos, continúa su carrera para convertirse en lo más de lo que sea. La revista Time Out ha elegido la noche madrileña como la mejor del mundo detrás de Las Vegas. Es una ciudad fácil, amable con el de fuera. «Nadie es de Madrid» es su eslogan. Lo escuché por primera vez en los ochenta. Acabé el primer día de trabajo en la sección de Economía de El País y me invitaron a tomar unas cervezas en La Parrita. En Barcelona, cada cual salía disparado a cenar en casa.
A veces, Madrid se pasa de frenada. En verano, los centros o asilos no dan abasto para tanto indigente que surca las calles o duerme en sus bancos. Los bellos parques de la capital se han convertido en tierra de vagabundos y cagaderos humanos a la intemperie. Y el sistema de recogida de basuras debe figurar entre los peores de Occidente.
A los barceloneses, de hoy y de siempre, les cuesta entender que la ciudad de Gaudí o de tanto arquitecto reconocido no sea considerada la más moderna de España. ¿Alguien tiene mejor oferta cultural y/o gastronómica? Me temo que sí. El Teatro Real de Madrid fue galardonado, tras el covid, como «mejor casa de ópera del mundo». Y los cocineros michelines de la península buscan infructuosamente locales para instalarse en la capital.
El barcelonés sueña con aquellos viejos tiempos en los que parecíamos más europeos, más modernos y emprendedores, más casi todo… La movida madrileña estuvo bien, pero nosotros empezamos antes. Teníamos los Pachás, el Zeleste, el Bikini… Los Juegos Olímpicos fueron lo que faltaba para alimentar nuestra autoestima. Todo, gracias a un alcalde, Pasqual Maragall, que proyectaba la ciudad del futuro. También, gracias a Juan Antonio Samaranch, barcelonés y entonces presidente del Comité Olímpico Internacional (COI), hoy repudiado por su propia ciudad.
«El alcalde Collboni quería saber cómo nos ven fuera. ‘Con indiferencia’, cuenta el periodista Arcadi Espada, uno de los invitados»
El actual alcalde barcelonés, el socialista Jaume Collboni, anda algo preocupado por la opinión que tienen los madrileños sobre la ciudad condal. Hace poco, recibió en almuerzo a cuatro leídos periodistas de Madrid para intercambiar visiones. El alcalde quería saber cómo nos ven fuera. «Con indiferencia», cuenta el periodista Arcadi Espada, uno de los invitados, aunque vive en Barcelona.
¿Cómo nos van a ver? Acaba de decir, el secretario general de Junts, Jordi Turull, que los andaluces pagan el gimnasio y sus perros con dinero catalán.
Los industriales de esta región pirenaica y mediterránea, antes y después de la Guerra Civil, solían viajar a la capital en trenes lentísimos en busca de permisos y licencias. Iban «de ministerios», decían mis abuelos. Volvían en cuanto conseguían la firma del funcionario de turno. Sus fábricas textiles, sus fundiciones de metales (la de mi bisabuelo es, hoy, un parking de autobuses), cerraron. En los ochenta, los directivos y banqueros cogían el puente aéreo para llegar a la sede madrileña del negoci, del que fuera. Volvían el mismo día, contentos de la acogida. Ahora, el catalán pone piso en la capital.
Si ayer fue Turull, antes Pujol llamó vagos a extremeños y andaluces, y otros muchos se apuntaron a aquello de «Madrid nos roba». ¿Que qué piensan los madrileños de Barcelona? Qué más da. Ofendiendo es difícil hacer amigos.