The Objective
Fernando R. Lafuente

Rosebud, el hilo invisible (y III)

«Rosebud, como metáfora, en el cine sería el hilo invisible que concede un sentido poético a las películas. En ‘Dr. Zhivago’ ese elemento clave es la balalaika»

Opinión
Rosebud, el hilo invisible (y III)

Omar Sharif en 'Doctor Zhivago'. | Metro Goldwyn Mayer Ibérica

Uno tituló Rosebud estos tres artículos, por cuanto ese trineo; Rosebud, en Ciudadano Kane (Orson Welles, 1941) era el hilo invisible que daba sentido a una vida, lo que solo el protagonista conoce, lo que interpreta como la razón de ser y de haber sido. Por ello, Rosebud, como metáfora, en el cine sería el hilo invisible que concede un sentido poético a las películas. ¿Tienen un Rosebud todas ellas? Es un juego que al se invita al lector, al espectador. Jugar a desentrañar el Rosebud. Hasta ahora se han citado dos ejemplos, Los muertos (John Huston, 1989) y la cinta de Welles. Se cierra con la presente la serie, pero cada cual puede continuarla.

El cine es infinito. Sin ese hilo invisible, las películas, sin duda, tienen su propio desarrollo, su argumento, su trama, su acción, su reflexión, con él adquieren otra dimensión artística, otro estatus, otra categoría, se adentran en otro universo. Sin el Rosebud de Los muertos, y la entrada de la canción La chica de Aughrim la película habría sido un maravilloso retablo costumbrista del Dublín de 1904, la noche del 5 de enero. Sin el trineo de Charles Foster Kane, el filme, dirigido de manera deslumbrante por ese enorme excéntrico de Welles, habría sido un retrato sobre el poder, sublime, pero nada más.

Los dos con esa variante en el tiempo incorporan un grado de emoción extraordinario. Reflejan y resumen todo lo contado, centrándose en lo que constituye el elemento vertebrador de unas vidas. La de Greta Conroy en la de Huston (sobre el relato de Joyce) y la de Kane. Valga un ejemplo más: Dr. Zhivago (David Lean, 1965), basada en la novela homónima de Boris Pasternak (1890-1960). César Antonio Molina publicó en 2015 Zhivago (Editorial Trifolium), uno de los más brillantes ensayos entre las diversas variaciones que se producen cuando se adapta una gran obra literaria al cine.

Lo primero es destacar, como en el caso de Huston, que se trata de una gran película, y esto, como se ha reiterado, no es muy frecuente, ni siquiera frecuente. Dos genios unidos por distintas artes, sobre un asunto común. En sus páginas, Molina desmenuza, con una exhaustividad imponente y una prosa profundamente narrativa esas diferencias. El hecho de que un novelón de páginas y páginas, con multitud de personajes, con mil senderos narrativos que se bifurcan pudiera llevarse a la pantalla en cerca de 200 minutos ya advierte de la complejidad de la empresa.

Desde la infancia y juventud de Yuri Zhivago, las penalidades de la joven Lara en Moscú, la revolución, la guerra civil, el exilio en Varíkino, la presencia constante, en Yuri Zhivago, del remordimiento y la culpa, al vaivén de amores difíciles en tiempos difíciles, todo un sinfín de hechos, acontecimientos, acción, pensamiento, pasión, poder, represión, melancolía que arrasa a los personajes en la tormenta brutal de un período histórico dramático para los rusos. Sin entrar, en las relaciones de Boris Pasternak, autor de la obra literaria, con el estalinismo y su obligada renuncia a recibir el premio Nobel, que Molina detalla con exquisita claridad.

«El tema de ‘Lara’ recorre y empapa al espectador con un arrebatado romanticismo»

Un elemento clave de la película es su banda sonora, a cargo de un habitual en los filmes de Lean, Maurice Jarre. El tema de Lara recorre y empapa al espectador con un arrebatado romanticismo que evoca futuros días de gloria que nunca llegarían, en medio de la vorágine destructora. La dirección artística del español Gil Parrondo, junto a Terence Marsh también completaban un elenco de intérpretes en estado de gracia.

Hay un detalle que revela Molina esencial para nuestro Rosebud, y es esa búsqueda poética que Lean quería introducir en la épica novela, inscrita en la gran, grandísima tradición novelística rusa. Escribe Molina: «En la novela el personaje profundamente contradictorio del protagonista, tiene muchos matices, mientras que en la cinta está concentrado en esos ojos y esa mirada melancólica de Shariff. Me contó en El Cairo, Omar el protagonista, que David Lean le dijo: «Voy a pedirte algo muy difícil para un actor, quiero que no hagas nada en absoluto. No muestres emociones, no reacciones. No hagas nada». Shariff le respondió: «¿Por qué?». Lean entonces añadió: «Cuando escribíamos el guion no sabíamos cómo expresar que este hombre era un poeta. No podíamos hacerle recitar versos y decidimos que toda la película se vería a través de tus ojos».

El guion es de Robert Bolt. Los ojos del niño Yuri, desde que arranca el filme con la muerte y velatorio de su madre expresan un desarraigo y orfandad que le acompañarán hasta el final. Pero, y aquí aparece el Rosebud. En la habitación fría y solitaria en la que pasa Yuri la noche tras el entierro de su madre sobresale un objeto: la balalaika. Que será ese hilo invisible que cierra la película, cuando la hija de Yuri y Lara, Tatiana, se aleje junto a su marido del despacho del hermanastro, y general soviético, Yegraf Zhivago, quien le ha contado la historia. La escena está mostrada desde los ojos del hermanastro, y el espectador contempla cómo Tatiana lleva consigo –el cierre condenadamente poético de la película y descubre el hilo invisible que ha estado oculto– la balalaika.

Recuerda Molina cómo: «La balalaika que Lean-Bolt situaron como un elemento simbólico clave que une a Yuri con su desconocida hija, Tatiana –al final del filme, el supuesto tío y hermanastro descubre ese instrumento en las manos de su supuesta sobrina quien le asegura su amor por él– jamás aparece por ningún sitio en la novela de Pasternak». Entre dos muertes y una redención transcurre la película. Valga cerrar con estas palabras de Zhivago durante el entierro de la madre de Tonia: «El arte se ocupa siempre, sin interrupción, de dos cosas. Con insistencia reflexiona sobre la muerte y con insistencia, de ello, crea vida». La vida que acompañará, para siempre, a Tatiana junto al legado: la balalaika, el Rosebud del Dr. Zhivago del inmenso David Lean.

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