Lo político es personal
«Por eso porfiamos y tuiteamos. Y nos enfadamos y miramos la televisión incrédulos. Y nos asquea o nos fascina esa tierna jauría de barcazas»

Imagen del campamento de Bernedo.
«Lo personal es político» fue como bautizó Carol Hanisch, en 1969, un ensayo donde las mujeres hablaban de cuidados, de trabajo no remunerado o de sexualidad, elevando sus preocupaciones de la parcela íntima y familiar al debate público. Sus voces ampliaron la mirada y fueron conquista.
Pero el lema se quedó ahí, flotando, al alcance de cualquier artista condenado a la intrascendencia, de esos con talentos intermitentes o difusos. Y la frase fue arrebatada al feminismo y terminó en manos de agitadores y cosas aún peores. Poetas, malabaristas o ecodanzantes.
Tras el escándalo del campamento infantil de Bernedo, que al menos suma cuatro denuncias según la Ertzaintza, todas ellas contra la libertad sexual de los menores, un grupo de padres ha publicado un comunicado apoyando a los monitores. A esos a los que había que chupar un pie para poder merendar, según los primeros testimonios.
En la carta puede leerse: «Gracias por dejar claro que el cuerpo de cada persona es un espacio político». Entiendo que se refieren al de sus propios hijos. Que han pasado de la puerilidad al activismo sin darse cuenta. Carne instrumentalizada por quienes deben protegerlos y educarlos.
Convertir la intimidad en sustento ideológico nos lleva al peor de los mundos. A la dictadura de la emoción y de la sensibilidad. En la ley al servicio del corazón, de los ciclos y de los chacras. Los buenos y los malos, las víctimas y los verdugos, los que sufren y los que se regodean, los valientes y los cobardes. El mundo partido en dos mitades como un aguacate. Donde choca el cuchillo, en ese hueso duro, céntrico y molesto, está en realidad la verdad de lo que somos. Nuestras contradicciones y nuestras aristas. Pero a quien le importa ese hueso, teniendo la blanda materia del fruto ya en sus manos.
«Un poema que pida el fin a la guerra no es necesariamente una contribución a la paz. Puede ser un sustitutivo de la inoperancia»
Lo personal es político si lo personal tiene una arquitectura ética. Aunque suene paradójico, un poema que pida el fin a la guerra no es necesariamente una contribución a la paz. Puede ser un sustitutivo de la inoperancia. Puede ser el consuelo de la vaguería. Porque hacen falta muchos y buenos, muy buenos, versos, para transformar la vida.
La flotilla que se dirige a Gaza no es importante. No es importante esa rubia estrambótica que sólo dice tonterías ni es importante Ada Colau, en su papel cinematográfico más personal. Pero quizá sí sea importante lo que, en el mundo entero, esa flotilla simboliza.
No importan los nombres de esos tripulantes, ni sus motivaciones -que pueden ser, y tal vez muchas sean, perfectamente estúpidas-, pero quizá sí es importante la unión de todos esos barcos surcando el mar y enfrentándose, aunque sea metafóricamente, a los buques israelíes.
No sé si lo personal es político, pero sí tengo claro que, en estos tiempos, lo político sí es personal. Y por eso porfiamos y tuiteamos. Y nos enfadamos y miramos la televisión incrédulos. Y nos asquea o nos fascina esa tierna jauría de barcazas. O hay familias que entienden que sacrificar la inocencia y el equilibrio emocional de sus hijos por un bien político mayor, por muy perverso que a mí me resulte, es ya parte de este tablero político. Es ya parte de este país. Es ya parte de lo que somos.
Porque lo político se nos ha clavado en la piel. Estamos haciendo el camino inverso. Antes los derechos se conquistaban de abajo arriba. Ahora son los privilegios los que se están expandiendo de arriba abajo. A nuestra costa. Convirtiendo cualquier debate en un asunto personal. Preocupados por lo que nos dicen que nos preocupemos. Desatendiendo esa ínfima llama a la que llamábamos convivencia.