Tus corruptos, tus excusas
«El éxito del sanchismo se debe a que ha llevado a su máxima expresión la tendencia a la autojustificación del votante. Lo aguantan porque son ‘los suyos’»

Ilustración de Alejandra Svriz
A Sánchez no le van a echar las urnas, sino los jueces. Poco importan a su electorado las «chistorras», los «soles» y las «lechugas» de la financiación ilegal del PSOE. No tuvieron peso en su día la suelta de violadores con la ley del solo sí es sí, el borrado de las mujeres con la ley trans, o el putiferio desatado de sus dirigentes; ni la amnistía, el falso estado de alarma o la alianza con quienes blanquean el terrorismo de ETA. Ni siquiera llegaría a dimitir si es imputado y tiene que presentarse ante la Sala de lo Penal del Tribunal Supremo. Dirían que es un golpe de Estado impulsado por la derecha, con la prensa libre como altavoz, y con las togas como ejecutoras. Solo una imputación con sentencia pondrá a Sánchez en su sitio.
Aunque la excusa sea un relato de telefilme de sobremesa –o quizá por ello–, no perdería el apoyo de sus votantes. Su electorado ha forjado una disonancia cognitiva para justificar ante sí mismo el mantenimiento de una decisión errónea, como es el votar a Sánchez. Para entender ese proceso de distanciamiento de la realidad resulta muy interesante el estudio de dos psicólogos sociales, Carol Tavris y Elliot Aronson, en Se han cometido errores (pero yo no fui) (Capitán Swing, 2025), que tiene un subtítulo mucho mejor: Por qué justificamos creencias ridículas, decisiones equivocadas y actos dañinos. Son dos autores norteamericanos que quieren alertar sobre Trump, pero su obra sirve perfectamente al público español para definir a Sánchez y a sus feligreses.
¿Qué duda cabe de que este Gobierno se ha asentado en prejuicios que han justificado decisiones políticas que censuraron antes y que han producido mucho daño a la democracia y a nuestra convivencia? La enumeración de los casos sería casi infinita, desde el pacto con Podemos y Bildu a criticar la prostitución pero haber hecho carrera gracias a la fortuna del suegro conseguida por el proxenetismo. El éxito del sanchismo se debe a que ha llevado a su máxima expresión la tendencia a la autojustificación del votante. Tavris y Aronson cuentan que este tipo de elector se enfrenta al error negándose a aceptar la realidad y buscando excusas que disculpen su elección. Un buen ejemplo sería: «Voto a un corrupto, pero no gobierna la derecha».
El votante «autojustificado» es más dogmático y está más polarizado, cree que sus prejuicios son razones científicas, y así, dicen Tavris y Aronson, difuminan la obscena discrepancia entre sus actos y la democracia. Ese elector necesita sentirse en paz consigo mismo, por lo que puede criticar a Sánchez por la delincuencia que genera la inmigración ilegal descontrolada, por ejemplo, pero decir que no hay alternativa y que seguirá votando al PSOE. En esa deriva, el feligrés desvía la responsabilidad de las tropelías para no salir de su zona de confort.
Por ejemplo, si Ábalos, Koldo y compañía crearon una trama de financiación ilegal del PSOE desde 2017, su vía de escape es decir que Sánchez no lo sabía. Y es que si el cerebro ha hecho el esfuerzo de autoconvencerse de la bondad de un error, luego es incapaz de asumir la responsabilidad y corregirse. Al revés, se enroca y enfurece, apareciendo entonces la intolerancia y la violencia. Es psicología social básica.
«Seguir votando al malvado siendo consciente de su toxicidad genera un malestar político general de difícil resolución»
No importa, por tanto, la avalancha de noticias que demuestre que su voto fue un error porque se produce una disonancia cognitiva, dicen Tavri y Aronson. El cerebro no quiere oír ni leer lo que le incomoda y se protege con un rechazo visceral. Es así que se exacerban los prejuicios, se distorsiona la memoria, y aumenta la arrogancia y el conflicto. Este es un retrato perfecto del apoyo al sanchismo. El problema, aseguran los autores, es cuando esa disonancia se traduce en la lealtad a un líder, Sánchez por ejemplo, cuya forma de hacer política resulta un peligro para la democracia y el país. Más claro: seguir votando al malvado siendo consciente de su toxicidad tan solo por empeñarse en no rectificar y comulgar con el dogma genera un malestar político general de difícil resolución.
Ese tipo de líder que alimenta el vicio de la autojustificación no cae del cielo. Aparece cuando un sistema político se ha deteriorado mucho, advierten Tavri y Aronson. Los autores se fijan en Estados Unidos, pero el fenómeno afecta a todo Occidente. En España nos ha tocado Pedro Sánchez. Llegó cuando casi todo se había desplomado, y la desafección y la antipolítica campaban a sus anchas. Estos tipos prosperan halagando a quienes les aseguran el poder sin importar cómo lo hacen ni sus consecuencias, como Sánchez con Puigdemont. Se presentan, dicen los psicólogos sociales, como los únicos posibles salvadores de un país que ellos mismos han puesto al borde del hundimiento. Se apoyan en electores que apagan su alerta moral con tal de tener la sensación de que el poder está de su parte y contra el enemigo. Solo así se explican los millones de personas que no cambian su voto a un partido, el PSOE, que hace lo que prometió no hacer, exhibiendo una doble vara de medir. Lo aguantan porque son «los suyos».
La solución al embrollo de la disonancia cognitiva, ese encantamiento para el mal que diría Hannah Arendt, no es en absoluto fácil. Los autores son más voluntariosos que efectivos, y hablan de un proceso de autocompasión, de perdonarse los errores, de separar lo que hacemos de lo que somos. El método me parece más difícil que una sentencia condenatoria de Sánchez y volver a las urnas.