Derecho a la tristeza
«Abortar es un derecho y no una fiesta. Es probablemente el derecho más triste, el más trágico, que hemos conquistado las mujeres»

Ilustración de Alejandra Svriz.
Yo no necesito que venga ningún médico a explicarme qué se siente después de abortar. O de parir. Durante mucho tiempo tampoco hubo «evidencia científica» de lo que ahora se conoce como depresión posparto. Y que es de sentido común si lo piensas: dar a luz te cambia la vida de forma fulminante. No siempre estás preparada para ello, sobre todo si no te han explicado bien lo que puede suponer conciliar trabajo y crianza en la vida moderna.
Muchas mujeres aquejadas de depresión posparto se culpabilizaban y se culpabilizan de ello; de no sentirse lo locamente felices que esperaban, y que a lo mejor hasta creían tener la obligación de estar. Nadie ha propuesto nunca curar la depresión posparto por la vía de esterilizar a las mujeres o aconsejarles no dar a luz. La idea, lo sensato, es tomar en serio ese posible problema, humanizarlo, tratarlo.
Pues lo mismo con la evidencia, no menos de sentido común, que abortar te puede dejar hecha polvo. El aborto es un derecho. Un derecho que quien esto firma ha defendido y defenderá siempre. Por lo mismo que defiende que es un derecho y no una fiesta. El derecho a abortar probablemente es el más triste, el más trágico, que hemos conquistado nunca las mujeres. Se puede querer mantener ese derecho y combatir a los que pretenden que retroceda sin por eso caer en la frivolidad woke de quitarle hierro a lo que supone.
Abortar es un horror. Más si nadie te había prevenido de la tristeza que podías llegar a experimentar antes, durante y después. Si nadie te había avisado de que, aparte de ideología o de derechos, aparte de tu propio cuerpo, tendrías que gestionar emociones. Emociones profundas que no por estar menos de moda, o ser menos políticamente correctas que otras, dejan de existir.
«Cualquier defensa seria del derecho al aborto debería ser inseparable de una comprensión de su complejidad e impacto en las mujeres»
Siempre he admirado a Patti Smith por muchas cosas. No sólo por su música. No sé si todos sus fans saben que siendo ella muy joven, poco más de 20 años, se quedó embarazada sin querer. No precisamente en Nueva York, saben. Patti nació en una América mucho más profunda. Ni se planteó abortar. Con dos ovarios –literalmente, y no sólo–, llevó a término el embarazo y dio a su hijo en adopción. Aun así, cuenta en sus memorias que en el momento de separarse de él, experimentó un crujido de las entrañas, un desgarro, que superó sus peores expectativas.
¿Significa eso que todo el mundo tiene que hacer lo mismo? No. Pero cualquier defensa seria del derecho al aborto debería ser inseparable de una comprensión seria de su complejidad y de su posible impacto en las mujeres. Y no sólo en ellas. Los hombres también están involucrados y también tienen sentimientos. Y ni siquiera tienen, o no siempre, la última palabra.
En resumen, yo pediría prudencia, empatía y no criminalizar a nadie que intente llamar la atención sobre la gravedad de ciertas cosas. El sufrimiento políticamente incorrecto existe, vaya si existe. A veces puede ser el más difícil de sobrellevar. Tan malo es el miedo a que te estigmaticen socialmente por abortar como el miedo a que te fachaticen por llorar por ello.