The Objective
Ricardo Cayuela Gally

2018, el año milagroso de Begoña Gómez

«El conflicto de interés salta a la vista: un programa dedicado a asesorar y enseñar a obtener fondos públicos era dirigido por la esposa del presidente del Gobierno»

Opinión
2018, el año milagroso de Begoña Gómez

Alejandra Svriz

Antes del meteórico ascenso de Pedro Sánchez en el PSOE y luego en el Gobierno, las actividades laborales de su esposa se limitaban al ámbito de los negocios familiares, cuya naturaleza no me interesa salvo que incumplieran la ley, ni siquiera como demostración de un hipócrita feminismo de pancarta. Tampoco tenía título universitario con el grado de licenciatura, aunque sí estudios en marketing, uno de los intereses del socialismo clásico. No lo digo en broma: si yo fuera maestro de una escuela de mercadotecnia, obligaría a leer El manifiesto comunista a los alumnos como un decantado ejemplo de cómo «ganar el relato». En cualquier caso, no había en Begoña Gómez ni una brizna de exigencia intelectual ni una mota de compromiso social en su trayectoria. Una vida normal inserta en las ambigüedades morales del tardocapitalismo de las socialdemocracias europeas.

En el mismo 2018 que su marido entra a pisar la fina moqueta de la Moncloa, Begoña Gómez aparece como codirectora de dos másteres universitarios y directora del Africa Center del Instituto de Empresa. Un milagro curricular que recuerda el año de 1905 para Albert Einstein, su annus mirabilis, en que consignó el efecto fotoeléctrico, el movimiento browniano, la relatividad especia y la equivalencia masa-energía.

En el marco jurídico español, la pareja del presidente del Gobierno no tiene ningún papel institucional. No existe la figura de «primera dama», ni se le asignan funciones públicas, presupuestos, cargos oficiales ni representación del Estado –rol reservado a la Corona– ni del Gobierno. Por lo tanto, su circunstancia es estrictamente privada, y cualquier presencia en actos públicos debe justificarse por méritos o cargos propios. Esta limitación no solo busca evitar conflictos de interés y privilegios, sino que obedece a la lógica de una democracia parlamentaria. Es cierto que tradicionalmente (una de las fuentes del derecho) la mujer del presidente ha tenido un asistente como personal de apoyo para manejar su agenda, pero si somos estrictos con la ley, su función sería simplemente una: decir que no. No es no.

Otra cosa es que en economías fuertemente intervenidas por el Estado (y, por lo tanto, menos eficaces y competitivas, con menor capacidad de pagar impuestos, y, a la postre, más injustas) la cercanía al poder es algo que buscan afanosamente los empresarios, tanto para facilitar contrataciones públicas, como para evitar malos entendidos, inspecciones hacendarias con dedicatoria y presiones de toda índole. Y aquí es donde se juntan el hambre con las ganas de comer. El hambre de ascenso social de Begoña Gómez, que su talento o suerte le habían negado, con la necesidad de ciertos empresarios de tener derecho de picaporte en la Moncloa.

El cargo de directora del Africa Center fue creado ex profeso y financiado por entidades privadas, y el perfil del puesto no coincide con la trayectoria de Gómez. Un trabajo bien remunerado. Estoy convencido de que es producto de la casualidad los seis viajes oficiales que hizo Sánchez a África entre 2018 y 2022 y que la presencia en casi todos de Begoña fue tan solo como acompañante privada. Pero dirigir un organismo ambicioso, que debía articular iniciativas de todo tipo entre España y África le quedó pequeño. Por eso, también en 2018, Begoña Gómez pasó a codirigir (no podía dirigir sola por carecer de título) un máster en captación de fondos de la Universidad Complutense, con un rimbombante título en inglés. Otro trabajo bien remunerado. El conflicto de interés salta a la vista: un programa dedicado a enseñar a los alumnos, y asesorar a empresas y ONG a obtener fondos públicos (siempre para causas elevadísimas) era dirigido por la esposa del presidente del Gobierno. El chiste se cuenta solo. Peor es el caso del otro máster que pasa a codirigir. Se trata de un grado lleno de palabros incomprensibles bajo el título de Transformación Social Competitiva, cerrado en los aspectos ecológicos, que fue patrocinado generosamente por empresas privadas sujetas al poder regulatorio del gobierno. Un trabajo, de nuevo, bien remunerado.

«De eso va el máster de Begoña Gómez: de otorgar fáciles medallitas verdes a los participantes para hacer una reparación simbólica del mundo»

David Rieff, en su más reciente libro Deseo y destino. Lo woke, el ocaso de la cultura y la victoria de lo kitsch, explica que las políticas identitarias, que han destruido la vida académica y cultural de Estados Unidos y, por extensión, del mundo anglosajón y del resto de Occidente, y que han propiciado por ley del péndulo la retórica de la ultraderecha, son políticas inocuas desde el punto de vista de la justicia social, ya que solo afectan a las élites y al relato, y no a la realidad. Por eso el capitalismo se ha adaptado con notable facilidad a este discurso inane, con las empresas felizmente dispuestas a establecer políticas DEI («diversidad, equidad e inclusión») y segmentar su oferta en el mercado. El único riesgo real lo plantean los ecologistas radicales, ya que sustentan sus demandas en hechos y no en ensoñaciones (aunque el consenso sobre el cambio climático por causas humanas no es absoluto) y sus acciones sí implican un daño a las ganancias empresariales. Ante este reto, los empresarios han desarrollado una operación de lavado de imagen o greenwashing: fingir ser más ecológicos o sostenibles de lo que realmente son, con cambios cosméticos, nuevos etiquetados y mucha publicidad. 

Y de eso va el máster de Begoña Gómez: de otorgar fáciles medallitas verdes a los participantes para hacer una reparación simbólica del mundo. Eso sí, en un idioma incomprensible que somete a la gramática a una prueba de esfuerzo. No sé la experiencia de los alumnos graduados –ninguno ha partido una lanza por sus profesores–, pero para las empresas participantes –no las que lo financiaron, que esas sí fueron bien exprimidas y merecido se lo tienen– toda la «transformación» consistía en usar un software para registrar las acciones que ya realizaban, pero travestidas en compromiso ecológico. Esto, a cambio de obtener un certificado, sin validez oficial, pero que puede puntear en el apartado de valoración subjetiva en ciertas licitaciones públicas, como casualmente le sucedió al empresario amigo, al asesor cómplice, al patrocinador comprometido. El elefante en la habitación es tan obvio (Félix Bolaños tiene razón: nada de esto hubiera pasado, pero nada, si no fuera mujer del presidente del Gobierno) que opaca el fraude primigenio: el de la vacuidad. Lo malo para España es que las causas judiciales solo motivan a Pedro Sánchez a anclarse en la Moncloa por el tiempo que sea y con los recursos que sean, con tal de que su mujer no enfrente, como la simple ciudadana que es, los quebrantos que su necesidad de ascenso y reconocimiento social han ocasionado. Quebrantos que son una pálida sombra de los de su marido, porque si bien Begoña Gómez articula con dificultad culebras como «innovación sostenible inclusiva», Pedro Sánchez habla en un llano y claro newspeak, la lengua que se inventó Orwell en 1984 para los dirigente del Partido, aquella en la que resultan impensables conceptos como «libertad» o «verdad objetiva».

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