The Objective
Santi González

¿Qué es genocidio, me preguntas?

«Está visto que hay semanas en las que no se puede quitar uno de encima a Ada Colau y otros especímenes de su estofa»

Opinión
¿Qué es genocidio, me preguntas?

La Flotilla Global Sumud atraca en el puerto de Bizerta, en el norte de Túnez. | Hasan Mrad (EP)

Está visto que hay semanas en las que no se puede quitar uno de encima a Ada Colau y otros especímenes de su estofa. Ella y otros veinte activistas ma non troppo de la Flotilla Global Sumud han sido liberados por Israel tras haber firmado el documento aceptando que su entrada en el país fue ilegal. «Hasta el nombre era burlesco», denunciaba en El Mundo la simpar Lucía Méndez. «Flotilla, qué risas, oye». Esta es una prueba capital de la iniquidad de los judíos. A las causas del bien les ponen nombres que parecen motes. Cualquier cosa para ridiculizar a los mejores. En realidad, el nombre se lo habían puesto ellos mismos, aunque quizá los más exagerados de sus adeptos preferirían llamarla ‘Armada’, ‘Escuadra’ o ‘Marina de Paz’.

Ella y el concejal republicano Jordi Coronas, que volaron juntos, primero a Barajas y desde allí al aeropuerto de El Prat, niegan haber reconocido entrada ilegal alguna, negativa que choca abiertamente con el hecho de que quienes se negaron a firmar el reconocimiento de culpa siguieron detenidos.

Tenían la posibilidad de haber explicado las circunstancias en las que se vieron obligados a reconocer la culpa: la tortura. En la moral de estas criaturas solo puede admitirse la flaqueza en el caso de haber sido sometidas a tratos inhumanos y degradantes y en consecuencia, Ada Colau ha contado que durante su ¿cautiverio? sucedieron «cosas terribles». Les dejaron en las celdas con el aire acondicionado para pasar más frío, les dieron «golpes» y les quitaron la ropa que les quedaba y les dieron las camisetas blancas que vestían durante el viaje de regreso a España. Así se explica el aspecto limpio que mostraban a su llegada.

Otro activista, Rafael Barroso daba un testimonio estremecedor: «Cuando llegamos al puerto de Ashod nos estuvieron humillando durante repetidas horas. Estuvimos siete horas maniatados con las manos en la espalda, sentados en el asfalto de noche, mientras se paseaba el ministro Ben Gvir, que vino a darnos una especie de lección, pero conseguimos echarlo de allí». ¿Cómo lo hicisteis?, dan ganas de preguntarle. Seguramente les bastó mirarlo con cara de pocos amigos. 

La vejaciones ya las habían sufrido antes, por lo visto. El trayecto del puerto a la prisión en furgonetas policiales, según Colau, también «fue durísimo», porque los activistas llevaban muchas horas sin beber agua, sin comer y sin dormir y porque les habían quitado ropa y encendieron el aire acondicionado para que pasaran frío durante el viaje. Depende de con qué o con quien los comparemos. La cuñada de Pedro Sánchez, Kaori Matsumoto, tenía a su disposición la ambulancia medicalizada de Presidencia para que la llevase al ginecólogo durante los meses en que la feliz pareja vivió en el Palacio de La Moncloa por cuenta del común de los españoles. Y de las españolas, claro.

Uno de los compañeros de infortunio, o quizá de cautiverio, de la exalcaldesa de Barcelona dejó un testimonio imborrable sobre la vesania incalificable del régimen de Tel Aviv para con las almas bellas: «Israel nos trató terriblemente. Les (sic) negó medicamentos esenciales. Una noche, ayer por la noche, gritábamos que alguien podía estar sufriendo un infarto. No vinieron. No les importó. Nos dieron comida infestada de insectos. Sometieron a algunas personas a torturas».

Los etarras y sus portavoces, más o menos civiles, habían señalado el camino hacía ya muchos años. Los batasunos llamaban «cárceles de exterminio» a las prisiones españolas en las que cumplían condena sus aliados terroristas; llamaban «Doctor Mengele» a Enrique Múgica cuando fue ministro de Justicia y «genocidio contra el pueblo vasco» a cualquier medida antiterrorista. Mi inolvidable compañero de página y, sin embargo, amigo, Luciano Rincón, escribió una columna memorable sobre «el genocidio del dedo de Tasio Erkizia» en cierta ocasión en que el dirigente abertzale se rompió un dedo al forcejear con la Policía cuando trataba de oponerse a su detención. El sacrificio de Tasio fue superado el 1-O por Marta Torrecillas a quien las fuerzas represivas sometieron a un doble genocidio: le rompieron los dedos y le tocaron las tetas. Todo estaba ya inventado.

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