Feijóo y el fantasma de las elecciones pasadas
«Si el cambio de Felipe González era que España funcionara, ¿cuál es el cambio que propone Feijóo?»

Ilustración de Alejandra Svriz.
Cunde la sensación de que la principal estrategia de los populares es la espera. O, traducido, existe la visión de un Feijóo que mide demasiado los tiempos, que no termina de ejecutar los pases de pecho, donde no llega la estocada. Sabedor el gallego de que quizá la sepultura del sanchismo la acaben cavando los tribunales. Pero se escuchan los fantasmas de las pasadas elecciones, aquella jornada de julio de 2023, esa victoria amarga en Génova, aquellas horas del «somos más» (incluido el huido Puigdemont) en Ferraz. Las urnas certificaron que hay una mayoría conservadora en el Congreso, por mucho que a aquello le apodaran «mayoría progresista». En todo caso, la mayoría progresista-separatista-prófuga.
Avanza el otoño, se va despejando el comienzo del curso político, y existe otra sensación entre panelistas de todos los colores: nadie puede dar por seguro que el PSOE no acabe reteniendo el poder en unas futuras elecciones. Por algo el PSOE es el partido más importante de la democracia española; son, en las elecciones, lo que el Real Madrid en las Champions. Incluso cuando nadie daba un duro, sacan un izquierdazo inesperado y consiguen dejar a algunas encuestadoras en paños menores. Como si todos los asuntos pendientes de esta legislatura nonata dieran igual: vivienda, economía, infraestructuras, responsabilidades políticas que ya no existen, sean por las pulseras defectuosas para los maltratadores o por los apagones eléctricos que devuelven a la nación a la era preindustrial.
Cuando el rival presenta el mejor aspecto para los intereses del PP, no hay un estallido de optimismo. Hay una euforia preventiva que se contiene a base de preocupaciones, porque ya no solo está la ansiedad de una Moncloa que todavía no llega; es que se siguen abriendo debates que no benefician a los populares. Véase la inmigración. Es cierto: habrá que agradecerle al partido más votado de España empezar a ofrecer unos criterios sobre uno de los asuntos que más preocupan a sus ciudadanos, pero se colocan en una difícil balanza frente a un Vox que lleva tiempo posicionándose en un discurso identitario que aplaudiría Sílvia Orriols, siempre y cuando viviera en Rivas-Vaciamadrid, y no en Ripoll. De Almeida y ese inventado «síndrome posaborto», dándole una oportunidad magnífica al Gobierno para servirse a gusto… mejor no incidir más. Deslices de primaria.
Si la ilusión del militante se agota, imaginen lo rápido que se agota la de un ciudadano que piensa votar al mal menor. Si el cambio de Felipe González era que España funcionara, ¿cuál es el cambio que propone Feijóo? Por ejemplo, ¿qué pretende hacer el PP con la vivienda en este país? ¿Hay un portavoz de Vivienda en el partido? ¿Tiene nombre y apellidos? ¿Alguien lo conoce? ¿Y el de Justicia? ¿Hacienda? ¿Sanidad? ¿Trenes y carreteras? Mala es la percepción de que la principal estrategia del líder de Os Peares es consumir los días, sentado bajo el quicio de la puerta, a la espera de que algún lunes, quizá un miércoles, pase por delante de él el cadáver (político) del presidente del Gobierno. Cuyo final puede venir porque Junts le baje definitivamente el pulgar o porque el olor a chistorra acabe en chamusquina. O igual no llega, y habemus Sánchez hasta 2045.
Giulio Andreotti, primer ministro de Italia en siete ocasiones, sabedor de lo que era tener el poder, supo afirmar que «el poder desgasta al que no lo tiene». No siempre: evidentemente este Gobierno ha sufrido y sufre un deterioro profundo, pero no se libra de las salpicaduras una oposición que no acaba de dar con el enfoque. También, del mandatario italiano, es conocida otra frase —esta sí aplicada a nuestro país—, porque Andreotti vino a España en el comienzo de la Transición. Entonces, le insistieron los periodistas en que valorase la política patria; a pesar de la resistencia inicial, al final el italiano se resignó a decir, escuetamente: «Manca finezza». Falta sutileza. Y aún no había visto los tweets de Óscar Puente.