The Objective
Carlos Mayoral

La turra de la Hispanidad

«Se acerca el 12 de octubre, y se viene con ello la turra anual de manidos recursos antihispánicos: que si fue un genocidio, que si no sé qué del Día de la Raza»

Opinión
La turra de la Hispanidad

El escritor Ramiro de Maeztu durante su etapa como embajador de España en Argentina. | Wikimedia Commons

Hace falta haber cruzado una frontera para haber echado de menos tu país, y a fe mía que eso es lo que le hubo ocurrido a Maeztu. Don Ramiro, hijo de una francesa, casado con una inglesa, que vivió en Francia, Cuba, Estados Unidos, Argentina e Inglaterra, en la última por más de 15 años, sabía muy bien lo que era echar de menos España. Y en torno a ella, y sobre todo a la Hispanidad que de ella se desprende, escribió el vitoriano innumerables artículos, así como el famoso ensayo Defensa de la Hispanidad.

Traigo aquí a Maeztu porque se acerca el 12 de octubre, y bien saben los lectores presentes que se viene con ello la turra anual de manidos recursos antihispánicos: que si fue un genocidio, que si no sé qué del Día de la Raza, que los españoles somos asesinos, que si Franco, que si fachas, que si blablá. Y lo cierto es que no se me ocurre nadie más adecuado para combatir la falacia wokista que el autor noventayochista por excelencia, que con tanta maestría supo definir el concepto.

«Claro que existe una Hispanidad, que es heredera de Roma, de su latín y su derecho, de sus calzadas y su sentido moral del mundo»

¿Existe la Hispanidad? Hablamos de una cultura que vertebra varios continentes en torno a un idioma, el español, que hoy en día sigue siendo el segundo en hablantes nativos por detrás del chino. Sólo hay que pasear por La Habana, por Buenos Aires o por Manila; toparse quizá con una señal de tráfico, con una tortilla de patatas o con el rasgueo de una españolísima guitarra; colocarse frente a una iglesia decimonónica, un altar barroco, una pintura de Velázquez; adentrarse en un párrafo de Cervantes, en un verso de Lorca, en un ensayo de Jovellanos; y así podríamos estar infinitamente hasta tejer la inevitable seña de identidad que es el hispanismo, una cultura con la que ha de encontrarse cualquiera que tenga dos dedos de frente, por más que se empeñen algunos en negarla.

Por tanto, claro que existe una Hispanidad. Existe una cultura hispánica, como existe una eslava o una china. Y pienso en Maeztu cuando digo que es heredera de Roma, de su latín y su derecho, de sus calzadas y su sentido moral del mundo. Una moral que, a través del cristianismo, heredero evidente de aquella cultura madre, nos trae hasta nuestros días con la triste sensación de haber abandonado precisamente aquella ética que hizo fuerte a un país y a una cultura.

Decía también Maeztu que la decadencia de España iba de la mano de la admiración que esta sentía por otras culturas a las que nada había que envidiar. Una «encina sofocada por la hiedra», afirmaba el vasco. Un país ahora acomplejado que no es capaz siquiera de mirarse, con respeto y sin narcisismos, el ombligo. Un país cainita que guarda la triste tradición de ningunear e incluso aniquilar a sus mentes más preclaras, como ocurrió, por cierto, con el propio Maeztu, tiroteado como un perro en una tapia de Aravaca. En fin, aguanten la turra como puedan. Y a quien corresponda: feliz día de la Hispanidad.

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